El 18 de noviembre de 1981, Eugenio Galdón, alto directivo de la Cadena SER, bajó de la planta noble a la redacción y preguntó por el jefe de Deportes. No había llegado todavía, respondió uno de los becarios, al que Galdón encargó que le dijera, tan pronto lo viese llegar, que subiera a verle. Eso hizo el joven, un muchacho que, como el resto de la sección de deportes, admiraba a su jefe, estrella indiscutible de la radio. Cuando el interfecto llegó a la redacción, el chico le dio el recado de Galdón. Al rato, la estrella, un periodista bajito, rubio y de aspecto aniñado pero con mucha mala leche, le dijo a su becario: “Ayúdame a recoger las cosas, que me voy”. Le habían echado de la SER. El alevín de redactor no solo ayudó al maestro a empaquetar sus pertenencias, sino que le acompañó al coche, donde las cargó en el maletero. El periodista consagrado de esta historia era —y es— José María García y su entonces joven admirador, José Ramón de la Morena.
¿Por qué García y De la Morena, hoy, después de tantos años? Por Reyes de la noche, serie de ficción de Movistar Plus que recrea, libremente, la agria polémica que uno y otro periodista protagonizaron a partir de la segunda década de los 90, y que polarizó España como antes solo lo había hecho la rivalidad entre Joselito y Belmonte. Con la diferencia de que uno y otro matador eran amigos, mientras García y De la Morena eran todo lo contrario. Llegaron, incluso, a odiarse.
Todo empezó años después de la escena en la que un jovencísimo De la Morena ayuda a García a meter en cajas sus cosas. La venganza de García contra la que había sido su casa fue dulce y se sirvió fría: arrebatar a la SER el liderazgo nocturno desde los micrófonos de Antena 3 Radio. Desde la emisora de Gran Vía 32 encargaron al periodista Alfredo Relaño un plan para comerle el terreno al inimitable García. Precisamente por eso, porque era inimitable, había que probar una fórmula distinta de éxito. Si los modos y maneras de García eran en exceso tremendistas, la SER intentaría un modelo de programa más desenfadado, y con varias voces, en lugar de una sola. Relaño enseguida pensó en un joven que hacía años había dejado de ser becario: José Ramón de la Morena. El programa se llamaría ‘El Larguero’.
La admiración que De la Morena pudo sentir en su día por García no exigía de él quedarse callado ante los insultos. Porque García insultaba. Cada noche. Y a quien fuera menester: el presidente de la Federación Española de Fútbol, el seleccionador nacional, el capitán de un equipo, el árbitro del Madrid-Barça, un juez de línea, la afición de un estadio o un periodista de la competencia. Y si otros preferían no responder a los “abrazafarolas”, “chupópteros”, “correveidiles” y “lametraserillos” con los que García los motejaba, De la Morena no. Una noche estalló contra García y, también, contra Eugenio Galdón, directivo de la SER.
¿Pero no había sido Galdón quien, años atrás, había echado a García de la emisora? Sí, pero por orden de instancias superiores y manteniendo a salvo la amistad. Desde el día mismo que le comunicó el despido, el empeño del directivo fue recuperar a García algún día para la SER. Al menos, él nunca le faltaría el respeto en antena, como sí había hecho el joven conductor de El Larguero, José Ramón de la Morena. Si Galdón exigió su despido, lo más que logró fue que le retiraran la dirección del programa, que pasó a presentar otra joven promesa de la radio, un tal Paco González, veinteañero entonces. A De la Morena le condenaron a galeras en El Matinal, con un horario que le exigía entrar a trabajar a las 5:30 de la mañana. Era la temporada 90-91.
Poco más de un año después del rifirrafe, Galdón dejó la SER y De la Morena recuperó ‘El Larguero’, con la nada secreta intención de arrebatarle algún día el trono a José María García, que seguía ejerciendo el liderazgo, ahora desde los micrófonos de la COPE, tras su abrupta salida de Antena 3 Radio. Quién le iba a decir a De la Morena, y quién le iba a decir a García, y quién le iba a decir a nadie, que el Estudio General de Medios publicado el 18 de abril de 1995 confirmaría lo que parecía imposible: que El Larguero había registrado 1.360.000 seguidores frente al 1.230.000 de ‘Supergarcía’. La guerra por ser el número 1 había sido cruenta, como no podía ser de otra manera entre dos comunicadores con los que no iba la máxima periodística de “perro no come carne de perro”.
De la Morena enseguida descubrió que su nula disposición a dejar sin respuesta los insultos de García redundaba en beneficio de la audiencia. Cada vez más oyentes, en su mayoría jóvenes, sintonizaban la sintonía de la SER a la hora de los deportes. Se identificaban con el estilo marchoso de De la Morena y su equipo, frente al de García, que consideraban caduco, propio de otra época. De la Morena hizo lo que su rival nunca había hecho: abrir las puertas del estudio al público. Cada noche, los oyentes invitados —insistimos, jóvenes en su mayoría— celebraban con aplausos, risas y pataleos los ataques de El Larguero a Supergarcía. Si García llamaba a De la Morena el vizconde de Brunete, por razones de estrabismo y vecindad, De la Morena respondía tildándolo de Superratón, dadas su baja estatura y su aflautada voz. Lo que empezó como un cruce de insultos pronto derivó en pisotones informativos, fichajes en campo contrario, gruesas acusaciones y citaciones judiciales.
En una ocasión, García entrevistó al presidente de un club de fútbol. Al enterarse de que el presi se había comprometido nada más colgar a entrar por teléfono en El Larguero lo retuvo toda la noche en antena. En previsión de que esta fuera la tónica general, De la Morena empezó a grabar muchas de sus entrevistas con antelación, emitiéndolas en diferido. Hubo noches en que un protagonista de la jornada participaba en Supergarcía y, a la vez, en El Larguero, como si tuviera el don de la bilocación.
Los que no podían desdoblarse eran los colaboradores de García y De la Morena. O estaban en un programa o estaban en el otro. A lo largo de los años que duró la guerra —porque fue una guerra— hubo pocas deserciones, por no decir ninguna. García intentó fichar a Manolo Lama y, de forma indirecta, a Paco González. A quien sí fichó el de la SER fue a Ernesto López Feito, periodista que en Antena 3 había formado parte del equipo de García, al que no acompañó en su aventura de la COPE. En este caso, no puede hablarse de robo. Como tampoco en el de Alfonso Pichi Azuara, al que De la Morena contrató con el solo encargo de atacar, noche sí y noche también, a García. Normal que la cosa acabara muchas veces en los juzgados, con colaboradores de El Larguero y Supergarcía en calidad de testigos o acusados, cuando no los titulares de uno y otro espacio.
La rivalidad llegó a ser de tal virulencia que García empezó a dedicar más tiempo al programa rival que al suyo propio. E igual De la Morena. Este ordenaba que cada mañana le tuvieran preparado un resumen de Supergarcía, señalando los fragmentos susceptibles de ser comentados esa noche en El Larguero. Si no había nada reseñable, cosa rara, De la Morena y los suyos recurrían a la coña fresca, para alegría del ruidoso y joven público que cada noche abarrotaba el estudio. García no esperaba a la mañana siguiente. Pedía que le grabaran el programa de De la Morena en cintas y, al salir de COPE, las escuchaba en el coche, mientras su chófer daba vueltas por una solitaria M30.
El enfrentamiento entre García y De la Morena alcanzó su paroxismo cuando el Departamento de Marketing y Publicidad de la SER parió un anuncio en el que se identificaba al de la COPE con el Hitler paródico al que había dado vida Chaplin en El gran dictador. Frente a él, un distendido y sonriente De la Morena, espalda contra espalda con Michael Robinson, entonces su principal colaborador. ¿El eslogan de la campaña? “Fanatismo o espectáculo”. García habría hablado de “Rigor o circo”.
La guerra entre García y De la Morena fue perdiendo intensidad una vez el segundo ocupó el lugar del primero. Pero nunca desapareció de la memoria de los aficionados a la radio deportiva, por más que a principios de 2014 De la Morena dijese desde los micrófonos de la SER: “Como alguien me ha dicho hace poco… olvidemos el pasado”. Ese alguien era José María García, con quien, por iniciativa propia, De la Morena había firmado la paz tras un almuerzo a dos, seguido por una larga sobremesa, en el restaurante Hevia de la calle Serrano de Madrid. Hoy, uno y otro periodista solo son rivales en la ficción.