En 1777, tras casi trescientos años de disputas, negociaciones fallidas y episodios bélicos por el control de territorios en la cuenca del Río de la Plata, Brasil y la Amazonia, la fluida relación entre las monarquías borbónica española y braganza portuguesa, con vínculos dinásticos, propició un acuerdo, conocido como «el Tratado de San Ildefonso», que supuso el establecimiento de una delimitación definitiva.
El tratado fijó con precisión los límites siguiendo los accidentes geográficos, aunque no sin ciertas dificultades interpretativas posteriores. Portugal obtuvo el control de la estratégica isla de Santa Catalina a cambio de ceder Colonia del Sacramento y territorios en la Banda Oriental, vitales para España y para la convivencia pacífica en la región, facilitando la explotación de sus recursos a ambos imperios.
Pero el Tratado de San Ildefonso de 1777, llevaba implícita una cláusula africana: Portugal cedía a España en el golfo de Guinea las islas de Fernando Póo, Annobón, Corisco y ambos Elobeyes (dos pequeñas islas muy cerca del continente) , así como el litoral continental comprendido entre los cabos Formoso y López. Este acuerdo, ratificado al año siguiente en El Pardo o (24 de marzo de 1778), sentó las bases para la presencia española en África Ecuatorial.
PRIMERAS TOMAS DE CONTACTO HISPANAS EN EL GOLFO DE GUINEA
En un movimiento estratégico, España se dispuso establecer presencia efectiva en las Islas Fernando Poo con el objetivo de contar con un puerto propio en la ruta hacia Filipinas. Además, este territorio también le otorgaba derechos comerciales en los puertos y costas cercanas, como los puertos de río Gabaón, Santo Domingo y Cabo Formoso. El 20 de octubre de 1777 se emitió la orden de tomar posesión de Fernando Poo, y la expedición encargada de esta tarea fue liderada por el brigadier Conde de Argelejos, con el teniente coronel de artillería Joaquín Primo de Rivera como su segundo al mando y el capitán de fragata José Varela Ulloa a cargo de la escuadra que estaría encabezada por la fragata «Soledad».
El 17 de abril de 1778, la pequeña flotilla zarpó desde Montevideo con el objetivo de realizar trámites ante las autoridades portuguesas y relevar las guarniciones existentes en la zona. Sin embargo, al llegar a la isla del Príncipe, actualmente parte de Santo Tomé y Príncipe, se encontraron con un problema inesperado: las autoridades portuguesas no se presentaron como se esperaba. Ante esta situación, el conde de Argelejos exigió al gobernador de Santo Tomé y Príncipe la entrega inmediata de la isla, basándose en el Tratado de San Ildefonso recientemente firmado. Este incidente diplomático generó tensiones entre España y Portugal.
La expedición española tuvo que esperar hasta el 4 de octubre de 1778, fecha en que se presentó la flota portuguesa de intervención para el acto formal, retrasada al parecer por temporales. El 14 de octubre ambas flotas zarparon hacia Fernando Poo, arribando a sus costas una semana después. Tras los trámites pertinentes, el 24 de octubre se efectuó la toma de posesión de la isla. La bahía que presenció el acto de posesión fue bautizada con el nombre de «San Carlos» en honor al rey de España (Carlos III). Los barcos permanecieron varios días fondeados sin contacto nativo. Al quinto día apareció un indígena que fue llevado a bordo, pero no pudieron entenderle al desconocer su lengua.
El 10 de noviembre partieron hacia Annobón, otra de las islas asignadas. Durante la travesía falleció el jefe de la expedición conde de Argelejos, sucediéndole Primo de Rivera. Los nativos (los bubis) impidieron el desembarco mostrándose agresivos, por lo que decidieron no imponerse por la fuerza y solicitar instrucciones a España. Mientras, regresaron a Santo Tomé para reparar barcos y aprovisionarse.
En septiembre de 1779, con refuerzos, Primo de Rivera envió al teniente Carbonell a reconocer Fernando Poo, bautizando la bahía donde desembarcó como «Concepción». También halló la Isla de los Pájaros, futura Santa Isabel. En noviembre desembarcó en Concepción para iniciar un asentamiento. Llegaron refuerzos desde las Canarias que pronto enfermaron por la mala alimentación y salubridad de la isla. El 30 de octubre de 1780 los supervivientes de este primer asentamiento hispano se amotinaron y abandonaron la isla hacia Santo Tomé, donde fueron arrestados. Primo de Rivera solicitó nuevos refuerzos para regresar, pero no los obtuvo, volviendo a Montevideo en 1783. El cabecilla de la revuelta, Jerónimo Martín, fue condenado a muerte pero indultado. En resumen, la presencia española en Fernando Poo fue casi simbólica y el asentamiento de Concepción, abandonado, fue arrasado por los bubis.
OPORTUNISMO INGLÉS
Si bien España había tomado posesión formal de la isla de Fernando Poo en 1778, su presencia efectiva fue casi nula en las décadas siguientes. Esto motivó el interés de otras potencias por la isla. Se conocen intentos de contacto en 1783 por buques ingleses, pero no fue hasta 1810 que varios soldados británicos desembarcaron para explorar la isla, siendo emboscados y asesinados por los nativos bubis.
Habría que esperar a 1819 para que el capitán Robertson lograse pactar amistad con los bubis, base para el establecimiento de presencia inglesa en Fernando Poo sin consultar ni pedir autorización a la administración española. Esto evidencia el abandono español de la isla tras la fallida expedición envidada desde el Río de la Plata entre 1778-1783 y la débil posición para reclamar derechos de soberanía ante las incursiones de otras potencias coloniales con mayor proyección en África en ese momento. La precaria situación española en Fernando Poo favoreció la intromisión extranjera y los pactos directos con la población nativa ante la ausencia de autoridad colonial consolidada.
El 27 de octubre de 1827, un ejército expedicionario liderado por Richard Owen partió desde Sierra Leona con la intención de conquistar la isla de Fernando Poo. Sin embargo, al igual que los primeros colonos españoles, los británicos comenzaron a sucumbir a las enfermedades tropicales de la isla, lo que resultó en el fracaso de la misión. A pesar de ello, los sobrevivientes lograron construir un pequeño embarcadero conocido como «Port Clarence», que más tarde se convertiría en la ciudad de Santa Isabel de Fernando Poo, actualmente Malabo.
Una vez más, en 1828, Inglaterra intentó hacerse con la isla enviando 300 hombres bajo el mando del capitán Beawer, quienes desembarcaron al norte de la Bahía de San Carlos. Sin embargo, al igual que en el intento anterior, los británicos fueron diezmados por las enfermedades tropicales, y solo un superviviente logró regresar a Inglaterra para contar lo sucedido. En 1883, los británicos volvieron a intentarlo, esta vez enviando el buque «Iris» para buscar sobrevivientes de sus expediciones anteriores y explorar más a fondo la isla.
Mientras tanto, el rey Fernando VII de España, a través de su embajador en Londres, el conde de Ofalia, propuso la venta de las islas a los ingleses. Sin embargo, los británicos no consideraron la oferta, ya que desde 1827 consideraban a las islas como una colonia británica en sus mapas y anuarios náuticos. En 1831, después de numerosas protestas del gobierno español por la presencia ilegal de los británicos en la isla, se planteó la posibilidad de intercambiar las islas por una isla británica llamada Vieques, ubicada cerca de Puerto Rico. Lo irónico es que Vieques también era de soberanía española, lo que llevó a una demanda diplomática que también exigía su devolución.
Durante todo el siglo XIX, los británicos aprovecharon y disfrutaron de la isla como les pareció. Incluso capturaban buques españoles que navegaban por sus aguas, requisando cargamentos y exigiendo el «derecho de visita» para inspeccionar si se traficaba con esclavos. Desde Fernando Poo partieron expediciones para explorar el río Níger, como la famosa expedición de Mungo Park. Sin embargo, hacia 1832, en respuesta a las protestas diplomáticas del gobierno español, el gobierno británico abandonó sus enclaves en la isla de Fernando Poo.
EXPLORACIÓN ESPAÑOLA DE GUINEA Y SU RECLAMACIÓN COMO PROPIA
En 1831, el territorio de Guinea fue explorado por Marcelino de Andrés, un médico de 24 años originario de Villafranca del Cid (Valencia). Durante su estancia en la isla de Fernando Poo, se dedicó al estudio de la geografía y la botánica, logrando reunir una impresionante colección de más de 6000 ejemplares, que incluían plantas, semillas, insectos, animales y minerales. Sin embargo, desafortunadamente, esta valiosa colección se perdió durante el viaje de regreso a España ya que no llegó a desembarcarse del buque en la que la había cargado. El destino de esta extraordinaria colección sigue siendo un misterio.
A pesar de este contratiempo, el incansable valenciano continuó con sus investigaciones y exploraciones en la costa de Guinea entre 1831 y 1832. Durante este tiempo, residió en el peligroso reino de Dahomey, ubicado en la región costera de la actual República de Benín, en el oeste del país yoruba. Marcelino de Andrés informó al gobierno español sobre sus viajes e investigaciones, resaltando la importancia de los espacios hispano-africanos.
En 1836, otro valenciano, el catedrático de náutica José de Moros Morellón, se embarcó en la aventura de explorar las tierras africanas, centrándose específicamente en la remota isla de Annobón. Moros Morellón escribió una «Memoria sobre la Isla de Annobón», en la que recopiló valiosa información sobre la isla y sus características.
TOMA EFECTIVA DE FERNANDO POO
Unos años más tarde, en 1843, el capitán de navío Juan José de Lerena Barry, natural de Cádiz, fue nombrado comandante de una expedición cuyo objetivo era proclamar de una vez por todas el derecho soberano de España sobre las islas de Fernando Poo y Annobón. En ese momento, los ingleses y franceses continuaban surcando el golfo de Guinea y aprovechando las posesiones españolas, asaltando barcos, destruyendo factorías y obstaculizando el comercio español con los puertos africanos.
La expedición, encabezada por el bergantín de 14 cañones «Nervión», zarpó de Ferrol el 18 de diciembre de 1842. Uno de los miembros de la tripulación era un joven guardiamarina llamado Casto Méndez Núñez, quien más tarde se convertiría en una figura destacada de la historia naval española. Después de pasar las navidades en Cádiz, la expedición partió el 9 de enero de 1843 rumbo a Sierra Leona, desde donde evaluaron la situación y elaboraron un plan que terminó en un exitoso desembarco militar que logró la recuperación de la isla de Fernando Poo.
El comandante Lerena logró reunir a bordo del «Nervión» a los jefes de las tribus de Fernando Poo con los que negoció el acatamiento de la soberanía española garantizando la libertad de religión en la misma y la prohibición de la tala masiva de árboles que los ingleses venían realizando desde su ocupación. Una vez se llegó a un acuerdo con los líderes nativos, leyó un bando oficial que decía lo siguiente:
(…) En la isla de Fernando Poo no será reconocido otro gobierno ni admitida ninguna otra autoridad que la de S.M. la Reina doña Isabel II y su gobernador don Juan Beecroft.
ESTABILIZACIÓN DE LA PRESENCIA ESPAÑOLA
Tras el éxito del cuerpo expedicionario, los soldados españoles regresaron a Cádiz el 15 de mayo de 1843, con la previsión de enviar otra expedición, nuevamente bajo el mando de Lerena, al año siguiente. Sin embargo, esta expedición nunca llegó a materializarse. Habría que esperar a 1845 para que la presencia española en las islas se estabilice, gracias a la exploración llevada a cabo por el capitán de fragata Nicolás Maderola a bordo de la corbeta «Venus».
La tripulación de la «Venus» estaba compuesta por un comisario regio y varios cargos eclesiásticos de importancia, entre ellos el teniente vicario general castrense don Juan del Cerro. Además, formaban parte de la dotación dos africanos «krumanes» que habían jurado bandera en 1845 y habían obtenido la graduación de sargentos. Estos dos hombres, Felipe y Santiago, habían viajado a España con Lerena en su viaje de regreso para recibir formación militar y pasar a formar parte de la recién creada Milicia Colonial.
Los krumanes eran inicialmente personal contratado en la costa del Kru, que abarca las actuales Costa de Marfil y Liberia. Con el tiempo, el término «krumanes» llegó a designar a los inmigrantes procedentes de diferentes partes de África Occidental, que generalmente eran utilizados como mano de obra temporal (braceros). Muchos de estos krumanes ya residían en Fernando Poo, habiendo sido traídos durante la ocupación inglesa.
Además de los krumanes, la presencia en las islas también incluía a un grupo social conocido como los «fernandinos», que eran criollos y descendientes de antiguos colonos españoles y africanos. También se encontraban esclavos libertos pertenecientes a las autoridades británicas. Estos grupos étnicos y culturales coexistían en las islas y contribuían a la rica mezcla de identidades y tradiciones presentes en Fernando Poo.
EL GOBERNADOR CHACÓN Y LA ACCIÓN CIVILIZADORA
En la primavera de 1858, varios vapores y bergantines zarparon de Cádiz con destino al golfo de Guinea. En uno de esos barcos, llegó el capitán de fragata Carlos Chacón, quien había sido nombrado gobernador de Fernando Poo. Acompañándolo, se encontraba un destacamento de ingenieros, topógrafos y sanitarios militares, así como una misión jesuita.
La llegada de Carlos Chacón como gobernador marcó un nuevo capítulo en la historia de las islas. Su principal objetivo era impulsar el desarrollo y la colonización de Fernando Poo. Una de las primeras misiones que se le encomendó fue la construcción de un hospital con capacidad para albergar a 40 enfermos. Además, se le proporcionó suficiente material médico y suministros para atender a los pacientes durante un período de seis meses.
La construcción del hospital fue un hito importante en el desarrollo de la infraestructura sanitaria de la isla. No solo brindaba atención médica a los enfermos, sino que también contribuía a mejorar la calidad de vida de los habitantes de Fernando Poo. Este hospital se convirtió en un símbolo de progreso y modernización en la isla, demostrando el compromiso de España en el cuidado de su población.
Además de la construcción del hospital, la misión jesuita que acompañaba al gobernador también desempeñó un papel crucial en el desarrollo de la isla. Los jesuitas se establecieron en Fernando Poo con el propósito de evangelizar a la población local y brindar educación y asistencia social. Su objetivo era brindar a los habitantes de Fernando Poo las herramientas necesarias para mejorar su calidad de vida, no solo desde el punto de vista religioso, sino también social y cultural.
PRIMER CRECIMIENTO ECONÓMICO DE GUINEA
Poco a poco, inversión tras inversión, la isla de Fernando Poo experimentó un modesto crecimiento económico entre 1830 y 1858 gracias a la explotación del aceite de palma por parte de los nativos bubis y los colonos fernandinos. Sin embargo, pese a las inversiones españolas en infraestructuras, no se obtenían beneficios para el Estado, ya que el comercio quedaba en manos locales y la mayoría de las ventas eran a empresas inglesas.
Uno de los motivos por el que las empresas españolas no eran capaces de llegar a los productos guineanos era porque la Royal Navy británica se dedicó de 1840 a 1850 a abordar por la fuerza a todos los barcos mercantes españoles que navegasen por el golfo, acusándoles falsamente de tráfico de esclavos para disuadirles de comerciar en sus «antiguas posesiones» administradas ahora por España.
Esto llevó a los principales organismos comerciales catalanes, muy interesados en la zona, a denunciar entre 1857-58 la obstrucción inglesa en aguas africanas, presionando a su vez a que el gobierno dedicase planes de desarrollo para Fernando Poo, ya que carecía de infraestructura moderna, a pesar de todos los avances.
Sin embargo, durante años los únicos barcos que recogían productos en Guinea seguían siendo ingleses y alemanes, con algún español de Barcelona, ciudad muy vinculada a Guinea y cuyos lazos se irían estrechando con el tiempo.
GUINEA, DE TIERRA DE NADIE A PRIMERA POTENCIA AFRICANA
Todas las grandes acciones para impulsar el desarrollo comercial y maximizar el potencial de Guinea llegarían tras el desastre de 1898, con el llamado «Tratado de París» (1900). Este tratado estableció las posesiones de España después de la reciente derrota en la guerra, donde había perdido Cuba, Filipinas y Puerto Rico. Las únicas posesiones que le quedaban eran las islas de Annobón, Corisco, Elobey e islotes adyacentes. Además, se delimitaron las fronteras de Río Muni, la parte continental habitada principalmente por las etnias Fang y Bubi.
A partir de este momento, se abrieron nuevas misiones católicas en la región y se llevaron a cabo nuevas e importantes obras de infraestructura, como la construcción de puentes y carreteras en Río Muni. España buscaba adaptar la región a los modos de vida occidentales y promover todavía más el desarrollo de la zona.
Durante esta etapa, se consolidó una élite local compuesta por individuos con cargos en la administración colonial. Sus familiares fueron adquiriendo el control de explotaciones de maderas tropicales, plantaciones de cacao, café y plátanos. Esta élite incluía a los llamados «emancipados», que eran descendientes de las clases altas indígenas Fang y también a pequeños terratenientes, algunos de los cuales tenían ascendencia cubana y krumanes fernandinos.
España tomó medidas activas para impulsar el desarrollo de la región después de haber perdido sus territorios de ultramar más importantes. Se promulgaron diferentes reglamentos sobre organización y propiedad territorial, como el de julio de 1904, que buscaban fomentar la agricultura centrada en el cultivo del cacao en la isla de Fernando Poo. Esta isla ya había experimentado un auge económico en la década de 1880, enriqueciendo a las élites africanas locales, especialmente a las familias Dugan, Vivour y Balboa, que exportaban sus productos a puertos ingleses y alemanes, donde la fabricación de chocolate tenía un gran mercado.
El desarrollo de la agricultura del cacao en Fernando Poo no solo benefició a las élites locales, sino que también generó empleo y oportunidades económicas para la población. Además del impulso económico, España también promovió la educación, las misiones religiosas y la formación profesional en la región. A través de la inversión en infraestructura, el fomento de la agricultura y la educación, se sentaron las bases para un futuro próspero en Guinea.
La exportación de cacao se convirtió en una importante fuente de ingresos para la región y contribuyó al crecimiento económico y al enriquecimiento de la población local convirtiendo a Guinea en la potencia económica más importante de África desde estos primeros años del siglo XX hasta algunos años después de la independencia del país en 1968.