
Reportaje gráfico: Fernando Díaz Villanueva.
Anda promocionando su último libro, La gran trampa («la engañosa salida de la crisis, desvelada», por utilizar el reclamo de la editorial). Lo mismo que sus títulos anteriores, este está bien colocado en la lista de los más vendidos, sin duda por los esfuerzos de su autor por acercar la economía al gran público, sacándola del casillero de las ciencias lúgubres. Dicho lo cual, no va esta entrevista sobre economía -o no solo- sino, más bien, sobre la peripecia vital del entrevistado.
El periodista Gregorio Morán, que no va por ahí regalando elogios, define a José Daniel Lacalle Sousa, su padre, como “un hombre de carácter”, por la entereza con que soportó los interrogatorios de la policía franquista.
Es que mi padre, militante del Partido Comunista de España, luchó contra el franquismo, pero de verdad, costándole la cárcel, no como estos de ahora, que dicen luchar contra Franco, solo que muchos años después de muerto este, desde la comodidad de casa y tuiteando.
Otro hombre de carácter debió de ser su abuelo, José Lacalle Larraga.
Una figura mítica. Combatiente durante la guerra, fue el primer aviador en España que voló de noche, y con una carrera posterior brillante, tanto militar como política, ya que llegó a ser ministro del Aire con Franco.
Cualquiera se imagina cómo eran las cenas de Navidad en casa de los Lacalle.
Pues como las de tantas familias españolas, con miembros enfrentados a un lado y al otro del espectro ideológico, pero con una peculiaridad.
¿Cuál?
Que mi abuelo, como militar y como político, y mi padre, como intelectual, eran personajes públicos. Le diré, eso sí, que mi recuerdo de niño en casa es el amor que los dos se tenían entre sí.
Y eso que su abuelo no era un franquista del montón, sino de los bunkerizados.
Yo no diría bunkerizado, sino de principios inquebrantables. No era un hombre de consenso.
¿Qué quiere decir?
Que no imponía lo que pensaba a otros, pero tampoco se doblegaba para quedar bien. Mi padre es muy parecido. Pero volviendo a mi abuelo…
Diga.
Es verdad que era rígido en sus convicciones, pero al mismo tiempo muy cercano en el trato. Y no solo eso, sino que respetaba más a los que, sin pensar en absoluto como él, eran, sin embargo, consecuentes, que a los que, siendo de su mismo bando, se acercaban al régimen para medrar a su calor.
Abuelo franquista, padre comunista y nieto liberal.
Liberal, y de la escuela austriaca, la más denostada por el consenso socialdemócrata.
¿Cómo llegó hasta ella? Porque dudo que su padre y su abuelo… No sé, ¿influencia quizás de algún profesor?
No sería aquel catedrático que tenía en su despacho de la universidad un póster con todas las escuelas económicas, y los principales exponentes de cada una, y en pequeñito, en una esquina, saliéndose casi del papel, la escuela austriaca, con Friedrich Hayek y Ludwig von Mises. No. A ellos llegué una vez que empecé a trabajar en el mercado y conocí a gente como Peter Schiff.
¿Qué supuso eso para usted?
Comprobar la evidencia de que buena parte del pensamiento keynesiano, que es el pensamiento económico dominante, se base en dogmas, y no en comprobaciones empíricas. Por ejemplo, La Teoría General del Dinero, de John Maynard Keynes, más que un libro económico, es, en realidad, un libro religioso. Pero lo peor no es eso.
¿Qué es?
Las políticas económicas basadas en lo que yo llamo keynesianismo selectivo.
¿Keynesianismo selectivo?
Sí, las políticas que tienen en cuenta a Keynes cuando habla de gasto, pero no cuando lo hace de ahorro o de bajar impuestos.
¿Y qué consecuencias tiene practicar ese tipo de keynesianismo?
Catastróficas. Pero no importa. Porque cualquier error keynesiano se justifica siempre por una de estas tres famosas frases: «Podría haber sido peor». «Hay que hacer más». «Esta vez será diferente». Sin embargo…
¿Sin embargo?
No soy radicalmente contrario al keynesianismo. Lo que sucede es que el pensamiento de John Maynard Keynes se ha pervertido de tal manera que cualquier intervención estatal -cualquiera- se considera aceptable. Y ese es el error del que alertaba Hayek.
Sea lo que sea, ¿cabe hacer hoy una lectura rigorista de Keynes o de Hayek?
No, en el sentido de que uno y otro vivieron en una época en la que el Estado no tenía un peso en la economía del 45%, ni estaba endeudado al 100%, ni gastaba un 25% más de lo que ingresaba, sino más bien lo contrario.
Se lo pregunto, lo del recurso a los clásicos, porque al final la economía puede parecerle al profano una eterna discusión doctrinal.
La gente, tanto si está de acuerdo con lo que dices como si no, lo que tiene que hacer es tomar sus propias decisiones. Y que nadie piense que, por haber leído más libros de economía, o tener más títulos, o más experiencia, uno tiene una varita mágica. Yo, al menos, no la tengo. Como tampoco la tiene el que te dice que dos más dos son veintidós. Ni, menos aún, los que afirman, qué sé yo, que la deuda del Estado nunca se paga.
¿Y no es así?
Claro que se paga. Se paga con inflación, se paga con menor crecimiento, se paga con el empobrecimiento de los ciudadanos, se paga de muchas formas. Que el Estado no sea una empresa, o una familia, o un individuo, no significa que la lógica económica no prevalezca frente a él. Decir lo contrario es defender ideas que no están sólidamente confrontadas con la realidad.
¿Con qué fin?
Con el de hacer lo que te da la gana, echarle la culpa a otro (si la cosa sale mal) y, en último lugar, decirle al ciudadano: «Déjeme a mí que usted no tiene ni idea». Sucede lo mismo con los eufemismos.
¿Eufemismos?
Eufemismos, sí. En economía se utilizan bastante. Por ejemplo: «Estimular la demanda agregada». ¿Verdad que suena fantástico y quedo como un rey? Pues cámbielo por «incentivar el despilfarro» y verá cómo la gente empieza a entender. Ya digo: no se puede hablar de economía desligándola del día a día de los individuos, de las familias, de las empresas.
Ya que habla del día a día, ¿cómo es el suyo?
¿Mi día a día? Un no parar de reuniones: reuniones con clientes, reuniones con inversores, reuniones con expertos, reuniones con fondos…
¿Le deja eso tiempo para algo más? La familia, por ejemplo.
Me levanto pronto para, entre otras cosas, hacerle el desayuno a mis hijos o, al menos, intentarlo. Como también intento llegar a casa pronto y cenar con ellos, ver una buena serie o una película con mi mujer… Porque, ¿sabe?, soy partidario de que los horarios no sean una locura. También soy partidario de hacer escapadas con mi mujer y, una o dos veces al año, viajar todos juntos a algún lugar del mundo.
¿Y para usted? ¿Saca tiempo para usted?
El poco libre que tengo lo dedico a leer, escuchar música y escribir, sobre todo, escribir; artículos y libros.
Artículos y libros sobre economía, pero en los que, de vez en cuando, intercala episodios de su propia vida.
¿Y verdad que no se parecen en nada a las películas? De hecho, esa es la razón por la que tantos jóvenes quieren trabajar en la City o en Wall Street y no lo consiguen; y la razón también de que no todos los que lo consiguen (unos pocos), hagan carrera a la largo plazo. Porque, insisto, no es como en las películas. O sea, no es llegar, leer una noticia en el periódico, comprar, vender y convertirte en Warren Buffett.
¿Qué es entonces?
Es trabajar, trabajar y trabajar, y cuando has terminado, trabajar más y, cuando has terminado de trabajar más, volver a trabajar. Pero esto no lo digo yo. Esto lo dice Carl Icahn, quien, por cierto, también dice que si hicieran una película sobre su vida sería un rollo, porque se pasa el día analizando balances, estudiando oportunidades… Trabajando. Lo mismo que tantísimos otros multimillonarios. Por eso, en lo que va de The Big Short, el libro, a The Big Short, la película, desaparecen las maratonianas jornadas de trabajo.
¿Quiere decir que Gordon Gekko no existe?
¿Gordon Gekko? ¿El tiburón al que interpretaba Michael Douglas en Wall Street? ¡Si era un vago que no hacía nada en toda la película! ¡Pero nada!
Que la vida del financiero no sea como la de las películas tampoco significa que esté exenta de emoción, digo yo. Los viajes, por ejemplo.
Procuro viajar mucho para evitar la idea de que es posible saber lo que ocurre en el mundo sin palpar la realidad. Dicho esto, es verdad que he hecho viajes que no tenían nada de placer y sí mucho de riesgo.
¿Por ejemplo?
Por ejemplo, Nigeria, donde los guardaespaldas no venían a buscarte al aeropuerto, sino a la misma puerta del avión, pues de ahí al control de pasaportes podían secuestrarte. Por ejemplo, Líbano, en plena guerra, con un tanque sirio con el cañón apuntando hacia el hotel. Por ejemplo, Colombia, en una época en la que en la recepción te recomendaban no abrir la puerta de la habitación ni siquiera a los miembros staff. O sea, que sí, que ha habido momentos de vivir peligrosamente.
¿Solo en el llamado tercer mundo o también en el primero? Lo digo por la City el día que quebró Lehman Brothers. ¿Lo recuerda?
¿Que si lo recuerdo? Vaya si lo recuerdo. Como si fuera ayer. Recuerdo salir de la oficina y en la estación de Waterloo ver a toda esa gente, trabajadores todos de la City, en estado de ‘shock’, conscientes de que el sistema financiero, su mundo, podía desaparecer. Esa imagen no la olvidaré nunca, me perseguirá toda mi vida.
¿Cómo explicar a la familia una jornada así al llegar a casa?
-ecuerdo, sí, una conversación con mi mujer aquel día. Y recuerdo también ir de banco en banco, abriendo cuentas y sacando dinero, para garantizar así nuestros depósitos; depósitos con los que poder pagar la comida, el colegio de los niños, la calefacción…
O sea, que la percepción del desastre estaba ahí.
Pero no solo la del desastre, sino también la de que todo era aleatorio, la de que cualquier cosa podía pasar, sin importar los análisis de riesgo. ¿O acaso pocos días antes de la quiebra de Lehman Brothers no fue el rescate de Bear Stearns?
Hablamos de percepciones: ¿tan importantes son en economía?
Importantísimas; hasta el punto de modificar las posiciones.
Y dígame una cosa: cuando lo de Lehman, ¿su mujer no le echó de casa? De alguna manera, usted le arrastró a Londres, con lo bien que estaban en Madrid.
Es verdad que, con tres hijos recién nacidos, no siendo yo ningún jovencito, y con una vida más que confortable en Madrid, no resultó nada fácil la decisión, llena de riesgos, de ir a Londres a probar suerte en la City, haciendo realidad uno de mis sueños: trabajar en un fondo de inversión. Pero es verdad también que Patricia, mi mujer, me apoyó al 100%. Ahí te das cuenta de lo importante que es compartir con alguien un proyecto a largo plazo. Ella es, sin duda, lo mejor que me ha pasado.
O sea, que en momentos de crisis usted tuvo a su lado a la familia. Pero ¿y los amigos? ¿O en este ambiente el que quiera un amigo mejor que se compre un perro?
Claro que hay amigos en el mundo de las finanzas. Decir lo contrario es un estereotipo. Yo, por ejemplo, tengo un chat desde hace años con un grupo de íntimos, algunos de los cuales fuimos fieros competidores en el pasado. Pero no solo eso.
¿Qué más?
Que he visto gestos de camaradería en ese mundo realmente conmovedores, incluso entre supuestos enemigos. Porque hablamos de un entorno durísimo, donde si el fondo en el que trabajas pierde un 3%, al día siguiente puedes verte en la calle con una caja con tus pertenencias, siempre que la tarjeta con la que entras en la oficina no te la hayan desactivado antes.
Por volver al comienzo de la conversación, o sea, a su abuelo y a su padre, ¿qué papel jugaron en toda esta historia?
Un papel importantísimo. Sobre todo, mis padres, que nos educaron, a mi hermano y a mí, en la libertad de pensamiento y el respeto a nuestra independencia, sin imponernos dogmas, alentándonos siempre a llevar a cabo nuestros sueños, no perdiendo la cabeza, eso sí, pero también sin conformarnos, siempre más allá de lo que parecía estar predestinado.
¿Es esa la clave del éxito, de su éxito?
Esa, y aprender de tus errores. Ken Griffin, multimillonario, Director Ejecutivo de Citadel, siempre habla de los negocios donde peor le ha ido, para no olvidarse. Por otro lado, el éxito no solo va de llegar muy alto o ganar mucho dinero, sino de irte a dormir cada noche orgulloso de ti mismo.
Hombre, y si en el proceso uno se hace rico, pues tanto mejor, ¿no?
Por supuesto. Porque a quién no le gusta el dinero. A todo el mundo. Y el que diga que no, miente. Es como los economistas que dicen que no hablan de política. Mentira. Luego son los que más hablan. Pues con el dinero, igual. El que dice que no le gusta, es al que más le gusta, así que cuidado con ese.