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Los niños están enganchados al móvil. No sabemos qué hacer para que no se aburran. No leen. No atienden nunca. No aguantan estar viendo una buena película durante más de una hora. Estos son problemas reales. No meros tópicos, ni la actual versión de la eterna queja que cada generación vierte sobre la nueva hornada de niños y jóvenes. Por eso muchos padres y muchos profesores desean encontrar una solución, una guía. Sin embargo, y a pesar de lo que asegura el subtítulo —«Guía para convertir a niños y adolescentes en lectores entusiastas. Incluye grandes libros de todos los tiempos»—, De libros, padres e hijos (Rialp, 2022) no es, ni pretende ser una guía. Una guía al uso; un recurso fácil, un manual de instrucciones que aporta la solución fácil.

El autor de De libros, padres e hijos se llama Miguel Sanmartín Fenollera. Un nombre que a muchos recordará otro título: El despertar de la señorita Prim. Y no es casualidad, porque Miguel es hermano de Natalia. Y porque precisamente en estas páginas hay mucho de familia. Miguel publica en este título lo que ya venía compartiendo en un blog epónimo: su vivencia en casa con los libros. No es este un libro sobre libros, sino un libro sobre los libros en la vida hogareña. No es, por esto, tampoco casualidad que la portada y las ilustraciones de esta obra hayan salido de la mano de sus hijas. Y estas circunstancias explican que el amplio listado de lecturas que comenta y aconseja el autor puedan o no coincidir con las nuestras. Porque no es una guía, no es un recetario, no es una solución rápida para un problema acuciante.

Salvemos el sano aburrimiento

Las páginas de este libro son, antes que otra cosa, una tertulia de Miguel con cada uno de nosotros. Los primeros capítulos se dedican a destacar por qué hay que leer, y por qué los padres son quienes han de transmitir esta pasión a sus hijos: leer ayuda a desarrollar la imaginación, el léxico, permite conocer la belleza, deslumbrarse, asombrarse y ser agradecido. Porque, dominando un amplio léxico, podemos conocernos a nosotros mismos: cuantas más palabras conozcamos, con mayor detalle entenderemos lo que nos sucede por dentro y cuanto acontece en el mundo. La lectura de los buenos libros constituye una inigualable formación de la sensibilidad.

En este sentido, Sanmartin lamenta los males de nuestro tiempo: la «mutilación cultural» que hace de las nuevas generaciones una oleada de barbarie. Estar enchufados al móvil y a las aplicaciones nos desconecta de la tradición cultural y nos amputa las grandes facultades del alma: memoria, atención, contemplación. La idolatría a la técnica y la irrupción de formatos y contenidos banales provoca una «devastación» que atrofia a los niños y los priva del «sano aburrimiento». En este punto, Sanmartin hace toda la sangre posible: «hoy en día nuestra vida corriente se desarrolla, con respecto a los niños, entre una atención desmedida y una tremenda falta de atención». Y detalla: «la atención dispensada a nuestros críos oscila entre esos dos extremos, ambos igual de perniciosos». Porque «los niños de hoy no pueden aburrirse, este es uno de los tabús que imperan en nuestra sociedad de consumo y entretenimiento: no dejamos, no podemos dejar que nuestros chavales saboreen ese gusto amargo y estimulante que acompaña el aburrimiento».

«Ahora nos preocupamos mucho, mucho más por el bienestar de nuestros niños; tanto que no podemos tolerar que se aburran, y lo que es más triste, ellos tampoco. Ante la más mínima queja —incluso antes, de modo preventivo—, les endosamos amorosamente una tablet, una gameboy, o los enchufamos a la televisión, y luego nos olvidamos. Algo muy estimulante, algo muy creativo, como dicen los pedagogos. Ah, y si pretendiesen hacer deporte, no podrán hacerlo hasta los apuntemos a una liga, los federemos y los sometamos a entrenamientos disciplinados y cuartelarios; ¡cuánta preocupación!, ¡cuánta dedicación! y ¡qué estímulo a la espontaneidad!, ¡qué libertad creadora la que los ampara! ¿No será más bien un empobrecimiento del espíritu y de la imaginación?».

Leer, leer y leer

El remedio consiste en una tarea similar a la que Miguel y otros padres han dedicado horas, frustración y paciencia. Leer. Leer con los niños. Leer en voz alta. Leer en silencio. Romper con el atractivo ruido y constantes distracciones que el mercado nos ofrece sin parar y con rebajas. Moverse en otro tempo, en otras coordenadas. Como decía aquel renacentista, se trata de desvestirse de la ropa que la calle nos exige, y, convirtiendo el hogar en un templo de intimidad y deleite, ponerse un atuendo propio. Y adquirir y transmitir criterio, a lo cual dedica el autor las tres cuartas partes del libro, empezando por la poesía y los álbumes ilustrados, dos herramientas absolutamente necesarias para que el alma adquiera buen gusto y sensibilidad; «ósmosis estética», según Sanmartin Fenollera. Porque, de igual modo que no todo libro es un buen alimento, tampoco muchas de las ilustraciones con que las editoriales hoy enfundan sus productos para niños.

En De libros, padres e hijos aparecen desde las primeras páginas John Senior y John Henry Newman, y también Horacio y Simónides. Y Salgari, Gogol, Delibes, Tolkien, Mark Twain, Homero, Calderón de la Barca, Lope de Vega, Cervantes, Shakespeare, Jane Austen, Dante, Herman Melville, Sánchez–Silva, Johanna Spyri y su Heidi, los Andersen, Samaniego, Bécquer, Charles Péguy, Enid Blyton, Elena Fortún, Kipling, o Richmal Crompton y su Guillermo el travieso. Como aclara el hermano intelectual de la Señorita Prim, aquí aparecen buenos libros, grandes libros y «buenas chucherías». No hay didactismo ni pedagogismo, pero sí mucha calidad que se alterna con entretenimiento saludable. Porque las mejores pizzas son las caseras, y los mejores vinos son los que fermentan en una vieja tinaja de la casa de pueblo. Mortadelo es un primer compañero hacia Ulises, y Ulises nos lleva de viaje a conocer todas las orillas de la diversión, la imaginación, la fantasía, el humanismo más profundo.