Skip to main content

«Me jode ir al Kronen los sábados por la tarde porque está siempre hasta el culo de gente. No hay ni una puta mesa libre y hace un calor insoportable». Este es el inicio de Historias del Kronen. Esta novela fue finalista del Premio Nadal de literatura en 1994, cuando su autor, José Ángel Mañas, tenía solo veintitrés años. Historias del Kronen se convirtió en un clásico de culto, sobre todo después de que Montxo Armendáriz la llevara al cine tan solo un año después. Hoy en día el nombre de esa novela lleva asociado el cartel de la película -en el que aparecían unos jóvenes colgados de un puente- y con la banda sonora de Australian Blonde.

Historias del Kronen

La novela narra las movidas de un grupo de pijos desfasados durante un verano en Madrid. Carlos (un tipo ciertamente tóxico) y sus colegas están obsesionados con el sexo, el alcohol, el cine y la violencia. Kronen era una versión malasañera de Menos que cero, de Bret Easton Ellis.

Esta obra pegó muy fuerte porque reflejaba el agotamiento vital de cierta juventud de los años noventa. Nuestros mayores se cayeron del guindo al descubrir la forma de vida y las opiniones de unos muchachos que teniéndolo todo no querían hacer nada.

A Kronen le seguirán otras historias en la misma línea. Mensaka (1995), Ciudad Rayada (1998) y Sonko95 (1995). Bares de copas, conciertos de rock, rayas de cocaína y violencia gratuita.

Tiempo después Mañas irá madurando y sus obras pasarán a tener más calado: de la novela negra policial a la novela histórica. Al final, los excesos de juventud no conducen a ninguna parte. «La fascinación lírica por las drogas es un experimento por el que todos hemos pasado, pero a la larga resulta improductivo. Emborracha, pero no alimenta» acabará diciendo en más de una ocasión.

En La última juerga (2019) la pandilla del Kronen se vuelve a juntar veinticinco años después. En esta secuela Mañas se cita a sí mismo y un personaje afirma: «Lo sabemos todos, pero nunca está de más repetirlo: las drogas emborrachan, pero no alimentan».

Literatura falangista

Cuando iba a la universidad me encantaban las historias del Mañas. Alternaba sus libros con otros de lo más variado. También por esa época me dio por leer a otros autores malditos. Me aventuré a explorar el supuesto páramo cultural del franquismo. Y descubrí escritores gloriosos que habían sido cancelados simplemente por su adscripción ideológica. En una de esas tardes de exploración empecé a leer Eugenio o la proclamación de la primavera, de Rafael García Serrano. García Serrano era un camisa vieja navarro y combatiente de primera hora en la Guerra Civil. Esta novela corta es un canto a la entrega y la nobleza de la juventud falangista.

En el prólogo, Eduardo García Serrano, hijo del autor y conocido periodista, afirmaba que la España de inicios del siglo XXI era mediocre e ingrata:

«Hoy España se merece las Historias del Kronen, pero no se merece La Araucana de Ercilla. Hoy España se merece cualquier parida de la colección El Papagayo firmada por Ramoncín, Esteban Ibarra o Boris Izaguirre, pero no se merece El Dios de la Lluvia llora sobre Méjico, de László Passuth. Hoy España se merece cualquier mariconada literaria de Mendiluce pero no se merece la Crónica de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo…»

Me sorprendió la dureza de la comparación. Poner al Kronen a la misma altura que Ramoncín o Boris Izaguirre me dolió en el alma. Yo para entonces había leído ya La fiel infantería, Plaza del Castillo y La gran esperanza. Me encantaba la literatura con olor a pólvora de Rafael García Serrano, pero también el realismo sucio de Mañas. Supongo que, como se dice ahora, cabalgaba mis propias contradicciones.

En ese prólogo, Eduardo García Serrano lanzaba un hilo que tiempo después iba a recoger el propio Mañas. Las referencias a la conquista de Méjico y a de Bernal Díaz del Castillo no eran casuales. Su padre había escrito una de las mejores novelas sobre la conquista de América: Cuando los dioses nacían en Extremadura (1949).

En esta obra el escritor falangista narra la gesta de cómo unos quinientos españoles, capitaneados por el extremeño Hernán Cortés y ayudados por algunos pueblos indígenas, consiguieron dominar un imperio entero. En el Nuevo Mundo a los españoles les llamaban teules, es decir, dioses, y los tlaxcalas y cholulas veían en Castilla la esperanza para librarse del yugo de Moctezuma. «El argumento se lo inventó Cortés y el libro lo escribió Bernal. De modo y manera que hay bien poco margen para quienes nos aventuramos por el camino maravilloso de la Conquista de Méjico», dice el propio García Serrano.

Conquistadores de lo imposible

En este punto es donde se encuentran las historias de Mañas y García Serrano. Desde orillas distintas sus miradas convergen en la admiración por Hernán Cortés y la gesta española en América. Mañas publica Conquistadores de lo imposible en 2019 y consolida su mejor narrativa. Su estilo directo, sintético y realista sigue estando ahí, pero el material de sus historias ha cambiado radicalmente. Ya no son niñatos poniéndose hasta el culo de coca para conducir en contradirección por la M30. Ahora nos habla de personajes cuyas vidas, con grandes virtudes y defectos, cambiaron el curso de los acontecimientos.

En Conquistadores Mañas relata con maestría las décadas siguientes a 1492, en las que un país que acaba de culminar una épica reconquista se lanza a la exploración y conquista de todo un nuevo continente. El escritor reconoce que, igual que hizo antes García Serrano, siguió en su relato la crónica de Bernal Díaz del Castillo.

Mañas es un escritor republicano y de izquierdas. Y eso no le impide asomarse los mejores momentos de nuestro pasado con honestidad y admiración. Hernán Cortés y su quinta no pertenecen a una facción, son de todos.

En la primera parte de la novela, Mañas nos lleva de la mano junto con el conquistador y su pequeño grupo de incondicionales. Desde las selvas a la entrada en Tenochtitlán, la majestuosa capital del imperio azteca.

«Jamás, a lo largo de los siglos, un hombre con tan pocos medios había conquistado un imperio tan vasto -se dice en la novela-. En apenas dos años un territorio de cuatro millones de almas estaba bajo su mando. Era el Alejandro Magno europeo».

Mañas conoce muy bien la figura de Alejandro. A él le había dedicado su primera novela histórica: El secreto del oráculo. En una entrevista Mañas amplía su visión de lo que ocurrió en Tenochtitlán:

“Alejandro [Magno] cruza a Asia con cincuenta mil hoplitas y Hernán Cortés con quinientos. Por eso Hernán Cortés entra en la liga de los grandes conquistadores, con Julio César, Alejandro, Gengis Khan. Incluso lo pondría por delante de ellos. Todos ellos tenían sus ejércitos, cierta intendencia, estaban organizados y habían planificado hasta cierto punto cómo actuar. Cortés no tenía nada. Es espectacular y casi surrealista”.

La novela de Mañas es valiente. En un país tan cainita como el nuestro reconocer el talento excepcional y la talla de un conquistador no está exento de riesgos. La endofobia está enquistada en una parte de nuestra sociedad. Sin ir más lejos, en el día de la Hispanidad de 2020 las estatuas de Badajoz de Francisco Pizarro, Pedro de Alvarado y Hernando de Soto, tres conquistadores extremeños, amanecieron manchadas con pintura roja y palabras como «invasores asesinos», «genocidio» o «masacre» escritas sobre el bronce.

Así tratan algunos extremeños a sus propios «dioses». Sin embargo, Mañas no tiene inconveniente en declarar que Hernán Cortés es, junto con Miguel de Cervantes, el español más importante de la historia y que, tarde o temprano, acabaremos celebrando su figura como se merece. De no ser por él, quinientos millones de personas no hablaríamos el mismo idioma.

Pero Conquistadores no se limita a narrar una hazaña bélica. Habla de la esclavitud y los sacrificios rituales que se practicaban en la América precolombina, de la ayuda que prestaron los indios sometidos a los españoles, del abrazo de Hernán Cortés a Moctezuma, de las leyes de protección a los indígenas, de los excesos, la avaricia y del debate de juristas y teólogos conocido como la Controversia de Valladolid. Nunca antes en la historia una potencia conquistadora había detenido su avance para reflexionar sobre la justicia y la moralidad de su proyecto.

Doña Marina

Por la novela transitan muchos personajes de la época. Hernán Cortés, Francisco Pizarro, Bartolomé de las Casas, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Diego de Almagro y muchos otros. En sus páginas se aprecia el asombro ante una epopeya sin igual a la que no se le ha dado el reconocimiento que le corresponde. Muchas luces y algunas sombras.

A mí me gusta mucho cómo se retrata la figura de la india Malintzin, madre simbólica de la nueva cultura mestiza que surgirá con la Hispanidad. Mañas trata con rigor la relación amorosa entre y Malintzin, más conocida por los españoles como «la Malinche» o Doña Marina, después de ser bautizada.

En el relato indigenista «la Malinche» es una traidora por haber colaborado con los españoles en los primeros compases de la conquista. Sin embargo, este relato ignora que esta mujer nahua (originaria de lo que es hoy Veracruz) había sido vendida por su padrastro a unos traficantes de esclavos y posteriormente cedida como tributo a un cacique maya. Malintzin también fue ofrecida como esclava a Hernán Cortés, pero él la hizo libre.  En la obra de Mañas aparece como una mujer inteligente, apasionada y leal a sus libertadores. Su don de lenguas (acabará hablando nahuatl, maya, español y latín) hizo que fuera la intérprete del grupo y le otorga una posición privilegiada en un momento histórico en el que se encuentran y chocan varias civilizaciones. Mañas le reconoce que Doña Marina murió tal y como había vivido: como una mujer española.

Si le tuviera que poner un pero a la novela sería el limitado interés dedicado a la magna labor de la evangelización de América, obra tan asombrosa o más que la de la conquista militar. Mañas da algunas pinceladas, pero no remata. En la arenga previa al último asalto, Hernán Cortés dice a sus soldados: «Nos volveremos a apoderar de Tenochtitlán para predicar la fe, engrandecer al rey y enriquecernos nosotros, que es todo la misma empresa». En la novela se entrecruzan estos tres grandes principios movilizadores, pero tal vez el primero es el que menos fuelle tiene.

García Serrano ponía un mayor acento en la cuestión religiosa. Su obra es claramente un alegato a favor de la labor de civilización de la Monarquía Católica en las Indias. Y en Los dioses se presenta a Cortés como un capitán pecador y bien instruido, empujado por la Providencia, que busca el oro mientras piensa en «la gloria de morir matando a un enemigo valiente».

Edad de oro

La Hispanidad tiene en su historia un patrimonio cultural que debemos redescubrir.

Como indica Mañas en una entrevista, la importancia del descubrimiento, conquista y ordenación de América para la Historia de la humanidad es «extraordinaria». Y añade que «estos hechos están menospreciados, desde el punto de vista histórico».

La publicación de Conquistadores se produjo tres años después del fenómeno Imperiofobia, de Maria Elvira Roca. No creo que sea casualidad. En los últimos años se está produciendo una reacción para contrarrestar la leyenda negra y poner en valor la contribución de España a la Historia universal. La novela histórica de Mañas pasa a completar la serie de ensayos y documentales realizados en la última década. Muestra una voluntad decidida a acercar al español medio a unos hechos fascinantes que ya no se encuentran en los libros de texto.

Parece que por fin despertamos. Por eso, la España de hoy se merece Conquistadores. La Hispanidad tiene en su historia un patrimonio cultural que debemos redescubrir.

Mañas camina gallardamente tras las huellas de Bernal Díaz del Castillo. Igual que lo hizo años atrás un escritor falangista. Dos españoles, con una visión del mundo muy distinta, pero compartiendo una misma admiración por el mejor momento de nuestro pasado. Ese puede ser el inicio de la reconciliación definitiva entre hermanos.

Nuestro legado alimenta y no emborracha.