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Diego García de Paredes, apodado «el Sansón de Extremadura», fue un soldado legendario que protagonizó hazañas dignas de los héroes de la mitología clásica. Se decía que podía pelear durante tres días seguidos, romper puertas de fortalezas con sus manos desnudas y detener él solo el avance de miles de enemigos.

Nacido en Trujillo en 1468, desde joven mostró una fuerza y un ímpetu sobrehumanos. Según cuenta la leyenda, cuando el cura de su pueblo se negó a visitar a su madre enferma, el joven Diego arrancó la pesada pila bautismal de la iglesia y se la llevó entera para que su madre pudiera santiguarse. Hoy, esa enorme pila es una de las atracciones de la iglesia de Santa María la Mayor en su Trujillo natal, al menos para el que conoce su historia.

Pero más allá de su fuerza bruta, García de Paredes encarnaba un tipo de guerrero a caballo entre dos épocas. Como describe Cervantes en El Quijote, fue un héroe a la altura de Viriato, César, Aníbal o el Cid. Sin embargo, le faltaban muchas de las virtudes del caballero medieval ideal. Era más un Aquiles o un Hércules renacentista, un ser nacido para la guerra.

De condotiero a soldado del Gran Capitán

Tras huir de Trujillo en busca de aventuras, García de Paredes recaló en Roma, donde se ganaba la vida como espadachín a sueldo. Sus proezas llegaron a oídos del papa Alejandro VI, quien, en lugar de castigarlo por abrir la cabeza a seis de sus guardias, lo reclutó para su escolta personal.

Luego pasó al servicio de César Borgia en sus campañas por la Romaña. Pero su verdadera oportunidad llegó en 1500, cuando se unió a las tropas del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, que acudían en auxilio de las plazas venecianas tomadas por los otomanos. Fue durante el asedio de Cefalonia donde protagonizó uno de sus hechos de armas más famosos.

Según la leyenda, los jenízaros de la fortaleza de Argostoli lograron atraparlo con unos garfios y subirlo hasta las almenas, pensando que podrían usarlo de moneda de cambio. Pero una vez arriba, García de Paredes rompió sus cadenas y estuvo matando turcos durante tres días, hasta que le fallaron las fuerzas. Como un ser mitológico, el Aquiles español era imparable.

Símbolo de una nueva forma de hacer la guerra

Bajo las órdenes del Gran Capitán, García de Paredes encontró su lugar. Ya no era un mercenario que se vendía al mejor postor, sino parte de una milicia voluntaria y profesional, con una causa noble por la que luchar. Su lealtad a Gonzalo Fernández de Córdoba fue de acero, como demostró desafiando a sus detractores ante el mismísimo Fernando el Católico.

Pero don Diego no era tampoco el típico soldado de los tercios que se estaban gestando. Estos peleaban como un solo organismo, mientras que él destacaba por sus hazañas en solitario. Fue, más bien, un símbolo de la transición entre el caballero medieval y el infante moderno. Un guerrero de fuerza descomunal, pero también de honor y entrega a una causa mayor.

Paredes encarnaba también el espíritu de una época de cambios profundos en el arte de la guerra. La pólvora y las armas de fuego estaban transformando los campos de batalla, y los ejércitos medievales de caballeros armados daban paso a formaciones de infantería más flexibles y letales. Los tercios españoles, de los que el extremeño fue precursor, se convertirían en la fuerza militar más temida de Europa durante los siglos XVI y XVII.

Un héroe entre la historia y la leyenda

La fama de Diego García de Paredes trascendió su tiempo y se agigantó en el imaginario popular. Sus hazañas, reales o imaginadas, lo convirtieron en un héroe legendario, una especie de Hércules o Sansón español.

No es fácil separar la historia de la leyenda en su biografía. ¿Realmente peleó durante tres días sin descanso en Cefalonia? ¿De verdad detuvo él solo a 2.000 franceses en el puente del Garellano? ¿Acaso partió las cadenas con las que lo habían atado los turcos? Quizás nunca lo sepamos con certeza. Lo que sí sabemos es que sus contemporáneos lo consideraban un guerrero excepcional. El propio Gran Capitán, que no era dado a la exageración, lo llamó «el soldado más valiente que he conocido«. Y su fama se extendió por toda Europa, llegando a oídos del emperador Carlos V, quien lamentó no haberlo conocido en vida.

Pero más allá de sus proezas militares, García de Paredes se convirtió en un símbolo de los valores del soldado español: valentía, lealtad, honor y entrega total a la causa. Valores que forjarían el mito de los tercios invencibles y que perdurarían durante siglos en la cultura popular. Quizás por eso su muerte en 1533 resulta tan anticlimática. No cayó luchando contra gigantes o monstruos, sino de un tonto accidente mientras jugaba con unos niños a saltar una cuerda. Como si los dioses, celosos, hubieran decidido llevarse a este semidiós de carne y hueso de la forma más pedestre.

El Sansón extremeño en la literatura

La figura de Diego García de Paredes cautivó la imaginación de algunos de los más grandes escritores del Siglo de Oro español. Su vida y hazañas inspiraron obras de teatro, poemas épicos y novelas, contribuyendo a forjar su leyenda.

Lope de Vega, el gran dramaturgo del Barroco, le dedicó una comedia titulada «El valiente Céspedes», donde narra sus aventuras en Italia al servicio del Gran Capitán. En ella, Lope retrata a don Diego como un héroe sin par, capaz de las mayores proezas por amor a su patria y a su rey. De esa obra, estuvo considerado por mucho tiempo uno de sus versos como emblema del patriotismo español:

Con ira soberbia y extraña

sirviendo espada en mano

al pontífice romano

va diciendo ¡España! ¡España!

Cervantes, por su parte, lo inmortalizó en un pasaje de El Quijote, comparándolo con los grandes héroes de la Antigüedad:

Un Viriato tuvo Lusitania

un César, Roma

un Aníbal, Cartago

un Alejandro, Grecia

un conde Fernán González, Castilla

un Cid, Valencia

un Gonzalo Fernández, Andalucía

un Diego García de Paredes, Extremadura…

Pero quizás la obra que mejor captura la esencia legendaria de García de Paredes es «La contienda de Diego García de Paredes y el capitán Juan de Urbina«, un poema épico anónimo del siglo XVI. En él se narra un supuesto duelo entre don Diego y otro famoso soldado de la época, Juan de Urbina. El poema está lleno de hipérboles y descripciones fantásticas, presentando a los contendientes como “superhéroes de Marvel” cuyo choque hace temblar la tierra. Aunque el duelo probablemente nunca ocurrió, el poema refleja la imagen que se tenía de García de Paredes como guerrero sobrehumano.

¡Oh, Diego García, honor de Extremadura,

cuyo brazo fue espanto de la gente,

cuya espada fue rayo que asegura

los triunfos de la hispánica corriente!

Tu memoria será eterna y dura

más que el mármol y el bronce resistente,

pues hizo tu valor tantas hazañas

que no podrá el olvido con sus mañas.

Otras obras notables inspiradas en su figura son El Hércules de Ocaña de Juan Bautista Diamante, una comedia del siglo XVII que lo presenta como un nuevo Hércules, y Crónica del Gran Capitán, una biografía novelada escrita por el propio Gonzalo Fernández de Córdoba, donde se narran algunas de las hazañas de su lugarteniente favorito.

A través de estas obras se convirtió en un icono cultural, un símbolo del valor y la grandeza de España en su época de mayor esplendor. Su vida y hazañas han quedado inmortalizadas en las obras de algunos de los más grandes escritores de la literatura española, que vieron en él la encarnación de los valores del soldado ideal: valentía, lealtad, honor y entrega total a la causa.

Diego García de Paredes, el Sansón extremeño, el Aquiles español, el soldado que rompía puertas con sus manos, seguirá viviendo para siempre en la memoria colectiva como un emblema de una época de grandeza y esplendor.