La Edad Moderna amaneció con un renacido fervor religioso, en la que las coronas peninsulares tuvieron una especial importancia en su expansión por el mundo. Los reyes de Portugal, los Reyes Católicos y sus sucesores, en especial Carlos I y Felipe II, se postularon como baluartes de la Cristiandad. Promovieron para ello una intensa red de misioneros por el mundo y, cuando llegaron a Japón, acabaron surgiendo historias como la de Hikogoro Shigetomo, conocido Dom Justo Takayama, kirishitan japonés que llegó a ser beatificado el 7 de febrero de 2017.
España y Portugal: a la conquista de Extremo Oriente.
Los portugueses tuvieron una intensa actividad en Asia, en especial bajo el reinado de Manuel I, estableciéndose en Goa (1510), Malaca (1511), las islas de la Especiería (1512), Cantón (1513) y obteniendo la soberanía de Macao en 1557. Por su parte, Fernando el Católico promovió la expansión en Extremo Oriente, descubriéndose el Mar del Sur por Vasco Núñez de Balboa en 1513, completándose la primera vuelta al mundo por Magallanes y Elcano en septiembre de 1522 o tomándose Filipinas con la expedición de Urdaneta, fundándose Manila el 24 de junio de 1571.
La evangelización en Japón
Aunque es cierto que Marco Polo ya menciona Japón como Zipangu, no sería hasta 1543 cuando los portugueses visitarían el país. Pese a que estos utilizaron su presencia en China para hacer de intermediarios comerciales con el territorio nipón, fueron tres españoles los primeros en llegar a predicar a Japón en 1549: San Francisco Javier, Cosme de Torres y Juan Fernández, todos ellos padres de la Compañía de Jesús.
La evangelización fue alternando periodos de permisividad y represión allí por parte de las autoridades políticas y militares isleñas. Durante ese periodo, conocido como siglo ibérico de Japón (1543-1643), los japoneses que abrazaron la fe de Cristo alcanzaron varios cientos de miles, provenientes además de diferentes estratos sociales, desde los pobres campesinos hasta los poderosos daimyo. De hecho, Japón destaca en Extremo Oriente por su historial de cristianos notables, con 41 santos y 394 beatos, entre los que destacan Santa Magdalena de Nagasaki, el Beato Pedro Kibe, Konishi Yukinaga –bautizado como Agustín– o Dom Justo Takayama Ukon.
Los orígenes cristianos de la familia Takayama
Misioneros jesuitas, franciscanos, dominicos y agustinos recogieron información sobre Dom Justo Takayama, pero también otros japoneses como Ota Gyuichi en el Shincho koki. Los escritos por los religiosos ibéricos nos narran incluso la historia de la familia Takayama. El primer contacto con el cristianismo de éstos vino cuando Takayama Zucho, padre de Justo y capitán de una fortaleza en Sawa, fue bautizado por el jesuita Gaspar Vilela. Zucho, que adoptó el nombre de Darío, fue descrito por el portugués Luis Frois en Historia de Japam como «uno de los más insignes cristianos que hubo en aquellas partes y reinos próximos a Meaco [Kyoto] y una columna firme de aquella primitiva iglesia». No se equivocaba, pues Darío escribió tiempo después al padre Vilela para que acudiera a sus tierras a predicar la doctrina de Cristo.
El bautizo de Darío Takayama sucedió durante el Sengoku Jidai, periodo marcado por las guerras y las luchas de poder entre los daimyo, en el que los guerreros samurái gozaron de una especial importancia. Tras su acto de conversión, Darío permitía tanto a su familia como a sus vasallos abrazar el cristianismo, llegando a construir una iglesia dentro de su fortaleza. Su mujer se bautizó como María y uno de sus hijos como Justo. Destaca en este punto la labor de evangelización del hermano Lorenzo, japonés que se dedicó a la predicación en los dominios de Darío y que pudo predicar en el idioma local, sorteando una de las principales barreras que tuvieron los misioneros españoles y portugueses. El propio Darío se negó a renunciar a su fe ante el taiko Hideyoshi, perdiendo por ello sus propiedades y pasando dificultades en los últimos años de su vida.
Dom Justo Takayama Ukon, el samurái que ofreció su espada a Dios
Dom Justo nació en 1551 y se bautizó en 1565. Se tiene constancia de su matrimonio con la hija de Kuroda, daimyo de Settsu y que recibió el nombre de Justa tras su bautizo. Los primeros episodios relevantes de Justo, junto con Darío, por el cristianismo en Japón sucedieron en 1566. En dicho año, consiguió, a través de su tío Vatandono, la readmisión de los padres jesuitas en Kyoto, desterrados tres años antes.
Después, continuó haciendo gala de su piedad y devoción, erigiendo iglesia de Takatsuki, símbolo del avance de la nueva fe en el archipiélago y punto de predicación y asistencia a los más desfavorecidos. En Takatsuki, fundó también el primer seminario de Japón, destinado a formar predicadores nativos y realizar estudios tanto del cristianismo como de las otras religiones niponas.
En 1573, Justo, con una sólida instrucción y educación cristiana, se convirtió en el daimyo y líder del clan de los Takayama. Dicho clan era vasallo de Araki Murashige, también cristiano, lo que causó que, en 1578, cuando estalló un conflicto entre estos y el clan Oda, Justo prefirió cortarse el cabello -gesto de renuncia cargado de simbolismo entre los samurái- y renunciar a sus honras y bienes antes que atacar a otro cristiano. Con este gesto, también salvaba a los padres jesuitas de la persecución, pues los Oda amenazaron también con la represión a la «secta de Deus», tal y como la menciona Gyuichi en sus crónicas. La actuación de Justo causó que las relaciones se estabilizaran de nuevo, pudiendo éste volver a su castillo y llegando a ser puesto por Nobunaga, daimyo de los Oda, al frente del distrito de Akutagawa.
La caída de Oda Nobunaga y la conformación de Toyotomi Hideyoshi en 1582 como el hombre fuerte de Japón causaron que la prosperidad y situación de Dom Justo cambiaran. Hideyoshi veía como una amenaza una posible alianza de los daimyo cristianos y alternó una política de permisividad y persecución con los seguidores de Cristo.
En un primer momento, la relación con Hideyoshi fue buena y este llegó a concederle el castillo de Akashi e incrementó sus rentas., pues consideraba a Justo un hombre carismático y un buen guerrero samurái. Sin embargo, la población japonesa de Akashi tenía un predominio de budistas y sintoístas y algunos bonzos no vieron con buenos ojos el empeño de Justo Takayama de continuar expandiendo la fe cristiana en Japón. No obstante, la caída del samurái cristiano no tuvo lugar hasta el 19 de junio de 1587.
Los últimos años y el destierro de Justo Takayama
Ese día, Toyotomi Hideyoshi retiró a Dom Justo del poder, ordenó su destierro y publicó el Bateren Tsuihorei, ordenanza con la que expulsaba a los misioneros de Japón. Durante un tiempo, Justo y su familia fueron emigrando a diferentes zonas de Japón, llegando a ponerse bajo la protección del daimyo cristiano Konishi Yukinaga. Los testimonios nos cuentan que siguió con su labor catequizadora. Llegó de hecho a empuñar de nuevo las armas en campañas como la de 1590 en Odawara, donde Colin nos narra que entró al campo de batalla portando un cristiano estandarte: «no quiso usar de sus antiguas armas, que eran siete Estrellas, sino de la señal de la Cruz». Este gesto no gustó a Hideyoshi y es posible que hubiera recibido un gran castigo de no ser por la victoria en las armas de Takayama. Parece que Dom Justo tomó parte también en las guerras Imjin, por las cuales Japón invadió la península de Corea, aunque no llegó a viajar allí.
En el 1600 se alzaba como shogun nipón Tokugawa Ieyasu, quien hizo escoger a Dom Justo entre la fidelidad a ellos o a su Dios. Cómo este no renunció a su fe, fue despojado de todos sus bienes y desterrado de Japón. Así, en noviembre de 1614, Dom Justo marchó rumbo a Manila junto a ocho jesuitas, cuatro franciscanos, dos dominicos y otros dos agustinos.
En Filipinas, el gobernador Don Juan de Silva, preparó en recibimiento para Dom Justo. No pasó mucho tiempo allí, pues el samurái que puso la fe por delante del camino del guerrero falleció el 5 de febrero de 1615. Españoles y japoneses lloraron su muerte y le prepararon un funeral con grandes honores, siendo sepultado en el Colegio de la Compañía de Jesús.
Dom Justo Takayama destacó durante esas décadas finales del siglo XVI y las dos primeras del XVII por su firme convicción cristiana, la predicación y expansión de la religión en los dominios que estuvieron bajo su mandato. Además, hay que destacar su férrea determinación si se compara con otros daimyos cristianos, que bajo presión acabaron renunciando a su fe. En cambio, Justo Takayama prefirió perder su tierra y su honor frente a otros samuráis y mantenerse fiel a su credo. Justo encarnó la confluencia entre el bushido y el cristianismo, siendo leal a sus señores terrenales y acatando sus órdenes siempre y cuando no fueran en contra de su Señor celestial. Así se convirtió en el más destacado samurái al servicio de Dios.