El pasado 23 de junio, la firma real de los indultos llenó de “sonrojo, bochorno y humillación” a Isabel Díaz Ayuso. Una polémica que dividió al votante del PP, dirimido entre quienes opinaban que Felipe VI no podía hacer otra cosa, ya que estaba “atado de manos”, y entre quienes, superado el estupor, no hizo ninguna gracia que la firma real diera luz verde a los indultos.
La indignación de Ayuso, sin embargo, fue eclipsada por otra crítica. En realidad, se trató simplemente de un mote, de un apelativo. El tuitero espanabola (@espanamelon) publicaba en su Twitter una ocurrencia que sería muy celebrada en las redes sociales: Felpudo VI. Un joven anónimo, seguramente desde la tranquilidad de su casa, logró colar este singular apodo en la lista de Trending Topic. Una broma que, sin las ataduras de la ideología, hizo gracia en todos los espectros políticos; diez caracteres bastaron, todo sea dicho, para pasar por encima del humor oficial al que el establishment izquierdista nos tiene acostumbrados.
Recordemos, por ejemplo, el reciente arranque de ingenio de Echenique respecto al partido del europeo entre España y Suiza. El parlamentario de Podemos, en su cuenta personal de Twitter, vino a decir que los votantes del PP tendrían el “corazón dividido” durante el encuentro, por aquello de la corrupción del PP, de Bárcenas… La misma broma desde 2010. El fenómeno es curioso y, no queriendo profundizar en ello – ojeen la última publicación de El Jueves, como ejemplo – se confirma aquello del left cant meme, es decir, que la izquierda progre, maniatada por la correción política y su centenar de causas sagradas, está incapacitada para el humor. Sus popes, cómicos y demás figurillas mediáticas, no despiertan esa risa que, como nos dice Chesterton, “deshiela el orgullo, hace que los hombres se olviden de sí mismos ante algo que no pueden resistir”. La impotencia de la izquierda con el humor es tal que literalmente llevan reciclando y repitiendo el mismo chiste desde el 2010, y es inútil buscarle la gracia.
Por muy interesante que pueda resultar, no queremos analizar el estado del humor en las ideologías españolas. Lo que nos ocupa es responder a qué se debe que #FelpudoVI procediera de un usuario calificado como de “extrema derecha” (según el mainstream mediático) ¿Cómo es posible que se vuelva en contra del Rey uno de los exponentes del “Twitter Facha”? Si tradicionalmente la derecha asume la defensa de la monarquía como una de sus señas de identidad, cabe preguntarse si nos encontramos con algo nuevo. Pedro Herrero (@aparachiqui), presentador del podcast Extremo Centro, ha encontrado para esta nueva derecha joven, desenfadada y que se expresa principalmente por Twitter un nombre: Derechita Punk.
Cuestión de actitud
Encuadradas en sus filas, nos encontramos ante una heterogeneidad de ideas y corrientes: conservadores, tradicionalistas, liberales clásicos, anarcocapitalistas… con un centro de gravedad común: los principios de la derecha. Bajo la denominación de derechita Punk, como dice Pedro Herrero, asistimos también a nuevas formas y maneras de definirse, como los “indoarios”, un grupo que, con referentes como Ernst Jünger, Mishima o Roger Scruton, recientemente ha creado toda una organización juvenil: Revolutio, que busca “promover los valores tradicionales”. Hasta aquí, nada nuevo. ¿Cuál es, por tanto, la diferencia con la derecha de siempre?, ¿A qué nos referimos cuando hablamos de derechita punk?
La característica principal de la derechita punk, como bien indica su nombre, no es tanto una novedad programática o ideológica como una actitud. Una voluntad de enfrentarse al asfixiante relato posmoderno a través del humor, la ironía, pero también de la firme defensa de unos valores, en contraposición a la relajación cultural, en el sentido metapolítico de la palabra, de la derecha española en las últimas décadas. La derechita punk se manifiesta principalmente por Twitter, muchas veces detrás de avatares anónimos, algunos de los cuales coleccionan una larga lista de cuentas suspendidas. Ante los sistemas políticos y mediáticos, controlados por las élites progresistas, esta red social se configura como el campo de batalla cultural en el que esta “derechita” se mueve como pez en el agua.
Un movimiento de derribo
Las raíces de esta nueva corriente las encontramos en la denominada “Alt right” americana, movimiento que fue una de las claves de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca en 2016. Milo Yiannopoulos, uno de los lores de esta corriente, describe así a esta nueva derecha, que “resulta más fácilmente definible ateniéndose a lo que se opone que a lo que defiende” ya que entre sus miembros “hay una infinidad de desacuerdos sobre lo que debe construirse, pero una cierta unidad virtual acerca de lo que debe destruirse”. En este sentido, al igual que su homólogo americano, la derechita punk engloba a personas que Yiannopoulos denomina “conservadores naturales”: todos aquellos que sienten un instinto natural de defensa de unas identidades que se encuentran bajo ataque: la cultura occidental, la idea de la nación, de la familia, de los grupos víctimas de la globalización o las identidades sexuales “tradicionales”.
Sin embargo, ante la imposibilidad de un “conservadurismo” tradicional, la Alt Right americana, allá en 2016, se insertó en la lógica posmoderna de la destrucción. Se trataba de un derribo virtual de los ídolos y de las causas sagradas de la ideología mundialista: las políticas de identidad, la globalización, el feminismo, el Islam… El americano fue el primer ejemplo de una derecha cultural movilizada en contra de los nuevos dogmas de la izquierda, y dentro de este movimiento, surgió toda una iconoclastia de derechas de la que – al menos en parte – es heredera nuestra derechita punk.
Para Adriano Erriguel, autor de “Pensar lo que más les duele” (Homo Legens) desde el fondo de todos estos movimientos, que califica de “una auténtica contracultura”, emerge una risa gutural, una carcajada irónica cargada de negación: la risa del Joker. Ante la invasión de una moral única, el Joker constituye el arquetipo de la rebelión contra el mundo moderno y la corrección política. Una rebelión nihilista que no pretende ser moral. El troleo, los memes y la guerrilla cultural no tienen un carácter moralizador, sino destructor: se trata de romper el marco del contrincante. Erriguel menciona como ejemplo una entrevista en televisión en la que los miembros de Sex Pistols cubrieron de insultos a un reputado periodista. Lo importante, nos dice, no era el contenido de los insultos sino el “mensaje implícito”: “no os respetamos, no nos reconocemos en vuestros valores, os despreciamos, a vosotros y a los televidentes, y no vamos a argumentarlo”. Al día siguiente, apunta, “el Punk estaba lanzado al estrellato; los Sex Pistols habían conseguido imponer su marco”.
El placer de la provocación
La derechita punk no se queda en casa y sale a disputar la llamada “guerra cultural” sin el tradicional recato de algunos sectores de la derecha española, aún temerosos de ser señalados como “fascistas”. Si en 2011 esta acusación tenía algún efecto paralizante, en 2021 es ya un flatus vocis, un mero recurso ad hitlerum al que la izquierda suele recurrir cuando no tiene qué decir. Ha cambiado, sobre todo, la actitud con la que se recibe tan manido calificativo; es casi un motivo de orgullo, una chapa que no puede faltar en la mochila del joven punk de derechas. Un “orgullo” manifestado a través del meme, y que se articula como elemento transgresor a través del humor y que no encuentra tabúes.
Uno de estos memes, en el que aparece el rostro de un rubio barbudo y un sí en mayúscula, resume a la perfección esta nueva manera de encarar el perjurio, con orgullo y altivez, y sin necesidad de una contra – argumentación. Conviene mencionar que este rotundo sí no procede tanto de un firme compromiso con los postulados del fascismo como del placer que reporta sacar de quicio a los progresistas. Lo importante es su valor metatextual, lo que implica, lo que sugiere: el rechazo de sus postulados. La rana Pepe, de extraña sonrisa, fue adoptada como emblema por la Alt Right, convirtiéndose inmediatamente en un “símbolo de odio”. Quizá el meme más famoso, nuestra derechita punk patria lo utiliza con frecuencia, adornada de diferentes motivos y en diferentes contextos.
Los avatares de la derechita punk
Son muchos los usuarios que podríamos englobar dentro de esta derechita punk. Todos aquellos que, de una u otra manera, se oponen a los discursos ideológicos progresistas desde una óptica de derechas, o simplemente, no progresista, sin importarle demasiado el insulto o las críticas. Hay algunos, sin embargo, que destacan entre la comunidad tuitera: el mencionado Espanabola, Kiwi, Asno, Punta, Nacho Raggio, o los indoarios.
Espanabola, Kiwi, Asno o Punta se encuadran en el sector más “cañero” de la derechita punk. Destacan, sobre todo, los vídeos de Espanabola en los que mezcla imágenes de Franco con música reggeaton, del cantante Anuel. Kiwi y Asno, por su parte, se caracterizan por sus memes y dibujos, en los que critican a las denominadas “Charos”, el perfil de mujer votante de la izquierda, o a las feministas, a las que se las pinta y retrata en sus contradicciones. Estos tres tuiteros, con varias cuentas suspendidas en su historial, representan el sector más juvenil y desenfadado. Su “crítica” se concentra en señalar a través de un humor muy logrado las “patas” de los progresistas o diversos colectivos de izquierdas.
Nacho Raggio (@ignazioraggio) despunta por su habilidad para el insulto. Pero no se trata de un insulto cualquiera, sino que sus tuits son una auténtica cátedra de la descalificación. Su “Whiskas, Satisfyer y Lexatin”, con el que critica el estilo de vida individualista, anti familia y supuestamente “empoderado” del feminismo actual, es una de sus “perlas” más reconocidas. Raggio recoge lo mejor de la tradición literaria del insulto y la descarga sobre sus víctimas con rabia y un marcado estilo propio. Es fundador del “Mediterráneo Moral”, una suerte de apología de una vida tranquila, sosegada, junto al mar – mediterráneo, por supuesto -. Este mediterráneo moral, en palabras suyas, se resume en “mármol, ropa ligera, sol, pescado a la brasa, aceite de oliva, siestas sin despertador, aseada austeridad, órdenes dóricos, jónicos… amor y el mar”. En Raggio, por tanto, encontramos la risa sardónica, pero también una defensa a ultranza de valores antitéticos al posmodernismo.
Los “indoarios” – así se autodenominan – se dicen radicalizados por el mundo actual. En su seno encontramos una heterogeneidad similar a la de la derechita punk: en él conviven desde paganos nórdicos hasta fervientes católicos, desde referencias nihilistas y vitalistas hasta pensadores conservadores. Rechazan el sistema democrático, que consideran fallido, y tienden hacia diferentes posiciones que se armonizan en una enmienda casi total a la sociedad actual.
@phocion10, @cerdubeles, @StppJng, @PowerMaque, @alejandro_pr o @Tannhuser10 son algunos de estos jóvenes. Los indoarios se interesan por la estética y por el cultivo físico y espiritual del yo, ambos igual de importantes. Un cuerpo armonioso y proporcionado es sinónimo de virtud, de fortaleza moral. Son los monitores del gimnasio de la derechita punk, y exhiben con orgullo sus logros físicos. Así se entiende su particular manera de zanjar, en ocasiones, una disputa en Twitter. Los indoarios exigen una foto del torso de la persona con la que están debatiendo . Es el denominado Postea Físico; un cuerpo musculoso y en forma es, para estos jóvenes, una fuente de legitimidad mayor incluso que los propios argumentos intelectuales.
La derechita punk, la versión castiza de la Alt Rigth, congrega en sus seno a la familias políticas de la derecha que sienten que tienen que ofrecer una verdadera alternativa cultural frente al posmodernismo y los ídolos progresistas. Desde planteamientos diferentes, en ocasiones muy distintos y muchas veces agresivos, parece que la derecha une sus fuerzas – por lo menos en Twitter – para reaccionar contra un status Quo en el que cada vez quedan menos asideros en pie.