REPORTAJE FOTOGRÁFICO: Fernando Díaz Villanueva
En vida se le conoció como Santiago El Mayor y también como Jacobo de Zebedeo o el Hijo del Trueno. Fue, según las Escrituras, uno de los mejores amigos de Jesús. Es en el mandato de este a sus discípulos de proclamar el Evangelio hasta los confines de la tierra donde algunos creen hallar la primera pista del apóstol en la Hispania romana.
Nada sugiere el Nuevo Testamento, como no podía ser de otra fomra, de la llamada de la Virgen en Zaragoza para que regresara a Palestina. Ni muchísimo menos del descubrimiento de sus restos, acaecido muchos siglos después. La carestía de fuentes respecto a este y otros hechos es tal que resulta inevitable que el relato se complete con incontables leyendas populares, algunas de las cuales recopila Blanco Corredoira en su último libro, Los misterios del Camino de Santiago (Ed. Almuzara), en cuyas páginas también se ofrece una explicación al culto jacobeo y su importancia en la construcción de España y de Europa.
¿De qué hablamos cuando hablamos de “leyenda”?
Efectivamente, la palabra “leyenda” tiene varias acepciones, desde narración fantástica, pasando por la de un hecho real deformado por la fantasía popular o la de un personaje o suceso muy admirado que pervive en el recuerdo. Pero la leyenda tiene muchas veces un cimiento histórico.
De hecho, la historia medieval crece en forma de leyenda.
Por ejemplo, el relato épico de Carlomagno, el emperador que lucha contra los invasores musulmanes como lo hicieron su padre y su abuelo.
Hablando de abuelos, hasta la generación de los nuestros, las narraciones anónimas se transmitían así, en forma de leyenda.
Precisamente, comienzo con la historia de dos hermanas enamoradas de un peregrino francés; historia que me contaba mi abuela y que le llegó a ella por la vía secular de los cuentos que se transmiten al calor de la lumbre.
Supongo que su abuela también le contó la leyenda del predicador dominico…
… que advierte al peregrino que debe salir de casa habiéndose puesto en paz con todos aquellos con los que tuviera algunas cuentas, algunas deudas de amistad, algún abrazo pendiente. ¡Qué bonito, verdad!
Y qué incontestable es que el Camino haya pervivido a lo largo de doce siglos.
Una ruta de peregrinación que comienza hacia el siglo X, se consolida y crea toda una corriente espiritual, sirve de mito urdidor del Occidente cristiano en guerra contra el Islam y se mantiene durante tantos siglos hasta ahora… es un hecho extraordinario, sin duda.
Como extraordinario es todo lo que rodea a la Ruta Jacobea.
Lo más extraordinario es que antes de que se encontrara el cuerpo del apóstol, un monje y teólogo muy respetado llamado Beato de Liébana había compuesto hacia el año 786 un himno litúrgico en el que se proclamaba a Santiago, patrón y protector de España.
La precisión temporal -786- no es gratuita.
Significa que para cuando se encuentra el cuerpo del apóstol ya existía una devoción generalizada de un pueblo en guerra contra el Islam invasor que confía en Santiago como su santo protector. Y lo más importante y controvertido para la visión histórica de nuestro tiempo: existe una idea clara de nación y esa nación es España. Que lo sepan estos políticos de hoy de izquierda y derecha que se han aprendido el latiguillo de que España es una nación de quinientos años.
¿Santiago como mito fundacional?
Tal y como explicó Claudio Sánchez-Albornoz en su magnífico ensayo Santiago, hechura de España el mito de Santiago es idea de España, creación suya. España crea o inventa ese mito porque lo necesita para reconstruir su reino cristiano. Para enardecer a los suyos, para crear un horizonte de esperanza. Es un mito necesario.
Pero carente de fundamento histórico indiscutible.
Para nosotros, los cristianos, Santiago es un protector, una promesa y un intercesor; y no nos preocupa mucho si los huesos que están en Compostela son o no son los suyos. Y como no se podrá nunca tampoco demostrar lo contrario, pues nos encontramos complacidos y amparados con ese norte vital que es Santiago.
El ya citado Sánchez-Albornoz lo expresó en una frase muy certera.
“Creyeron los peninsulares y creyó la cristiandad y el viento de la fe empujó las velas de la navecilla de Occidente y el auténtico milagro se produjo.” Lo relevante del fenómeno jacobeo es todo lo que supuso para Europa.
Cunqueiro, por su parte, hablaba del asombro.
“…y conformaba mi alma para el asombro, sin el cual, sin la expectación ante el posible prodigio, hacer este camino es vanidad”. Así que lo sustancial es la humildad, que el peregrino se deje llevar.
¿Y es posible mantener el asombro en la masificación?
No cabe duda de que el Camino se ha convertido en un periplo turístico, con todo lo que eso conlleva. Pero sigue siendo ante todo espiritual y trascendente. Existe -lo he comprobado- un fenómeno que denomino “la llamada del Camino”. Son muchos los que no saben explicar cómo y por qué se sintieron empujados a hacerse al Camino.
¿Qué aconsejaría al que sienta esa llamada?
Que no estuviera pendiente del móvil o de la música de los cascos; que no llevara reloj… Bueno, eso es mucho pedir. Pero desde luego que la más sana peregrinación es aquella en la que el romero no sabe ni en qué día vive. El Camino debería hacerse sin calendario, con tiempo para la excursión, el extravío. Son muchos los ejemplos de las maravillas que están tan solo a un paso y que el peregrino que lleva los días contados no puede permitirse.