Skip to main content

La locura de la victoria como cita dominical unió hace casi dos décadas a todo un país. El domingo fue aquellos años día de misa, aperitivo y carrera. Los alemanes veían entonces la Fórmula 1, como la ven hoy, bajo el prisma de la erudición motórica, con la mirada del acertado ingeniero. Los italianos, tan proclives a la belleza, aún ponen el ojo en la veloz ejecución de sus coches. España, sin embargo, se fijó aquellas jornadas en la alegre algarabía de ganar. De nuevo a la contra, hace década y media apostamos por el caballo ganador. Y en esa mirada se forjó la esperanza de todo un país.

Un Catecismo

Fernando Alonso, 2005

La Fórmula 1 nos trajo la feliz España de 2005, la que celebró orgullosamente el primer Mundial de Fernando Alonso, y disfrutó entonces del paroxismo de la alegría, expresado en el podio, pero también en las gradas abarrotadas de banderas asturianas y españolas. Hasta podría decirse que España dio una muestra de geopolítica de la bandera. Dicen que aquella década de alegrías –con la excepción de Zapatero y los albores de la deuda del PSOE con Marruecos– fue la última en nuestra España faldicorta, tan pronto abatida por la burbuja del ladrillo y la pompa de la corrección.

Vivimos aquellos días bajo un estado de ánimo común, el sentir colectivo de un pueblo. Dicen que cultura es aquello que une al hombre con su entorno y la Fórmula 1 nos hizo cultísimos, afianzando un querer general. Pero esa sensación de victoria, tantas veces materializada, no fue eterna. Muchos de los que veían la Fórmula 1, como el deporte de nuestra sonrisa, quedaron decepcionados. Y donde antes había España alegre, no hubo alegría y casi podría decirse que tampoco hubo España.

El regreso a una España alegre

Sin embargo no son todo malas noticias. Porque −ustedes ya lo saben− el pretérito orgullo por nuestros deportistas, que constituye un Catecismo más que una querencia, por fin ha regresado. Precisamente por eso apoyar hoy a los pilotos españoles en la Fórmula 1 es contracultural. O supone, al menos, la reivindicación de la nostalgia de lo vivido, la vuelta a una España mejor.

De la mano de Alonso y Sainz, decía, está regresando la España alegre que se alegraba de sus victorias. Hace poco dijo un cantante gallego de cuyo nombre no me quiero acordar algo así como que Rafa Nadal supone un «ejemplo de mierda». Y pienso yo que la 33 de Alonso y el 23 Grand Slam de Nadal, esto es, la aspiración por ser impecables, son los mejores ejemplos que cualquiera podríamos tener. No en vano este resurgir de la Fórmula 1 ha llevado a Stefano Domenicali y demás gente de bien a crear la primera exposición mundial sobre la Fórmula 1, no teniendo más remedio que fijar la sede en España.

Una exposición mundial

La exposición, decía, ha fijado su sede en España, al menos para este primer tramo. Porque la primera muestra mundial de la Fórmula 1 tiene previsto recorrer el mundo entero en un periodo de 9 años. Las entradas son algo caras pero bien lo merecen, pues en IFEMA se puede ver desde un túnel del tiempo inspirado en Mónaco, hasta la recreación de una fábrica de equipos de Fórmula 1, pasando por la parrilla de salida de un circuito de carreras. Por no hablar de los más de 350 objetos que han prestado equipos, coleccionistas, pilotos y empresas. Hasta se puede ver, de hecho, el coche de carreras HAAS de Romain Grosjean, que en noviembre de 2020 se estrelló contra una barrera de acero en el circuito Bahréin. Están expuestos para ver los restos, claro.

Una exposición, en fin, que nace en España para salir al mundo. Bella metáfora de aquellos años en que el azul asturiano brillaba por los circuitos del mundo, como hoy lo vuelve a hacer. Si a Roma vamos los católicos para rezar ante San Pedro, no han errado los comisarios de la exposición eligiendo España como meca del automovilismo. Fernando Alonso dio durante años un repertorio de victorias que hoy nos llevan a creer en sus próximos triunfos. Porque para los seguidores españoles de la Fórmula 1 es últimamente un asunto de fe. Y seguimos con fervor este catecismo de la Fórmula 1.