Es tan alto como parece. «No es una frase mía / pero resulta brillante / Qué difícil ser humilde / cuando uno es tan grande». Viste de negro. «Voy de negro porque el negro es mi color». Y vive encerrado en la paradoja de que alguien llamado Loquillo sea el tipo más cuerdo que uno puede cruzarse en los derroteros del estrellato musical.
«Ya no eres el Pájaro Loco«, le dijo Epi durante un partido de baloncesto, «ahora eres Loquillo». Y como lo dijo Epi, nuestra estrella lo tomó como el primer mandamiento de la Ley del Loco. Para toda la vida. «Convertido en actor de un solo personaje / que con el tiempo reafirmó mi carácter».
Cuando conocí a Loquillo él ya era la estrella de rock más importante de España y yo era uno más de su legión de fans y dirigía una pequeña revista musical, ‘Popes80.com’. Pequeña pero matona; y con una singularidad: respetábamos y queríamos a los mayores de nuestra música y no hacíamos ninguna concesión a nada que no fuera poprock en español. Éramos revista y bandera. En esa bandera que compartíamos nos encontramos.
Después de algunos años en el periodismo musical ya había aprendido una lección: no puedes fiarte de lo que te cuenten de un artista hasta que no lo experimentes en tus carnes. Del Loco me habían dicho todo tipo de idioteces. Que si era arrogante, irascible, difícil y, en definitiva, en aquella acepción reivindicada por Jaime Campmany, que era un cabrón con pintas. Ciertamente, pensaba antes de conocerlo, si Loquillo no fuera arrogante e irascible, su vida y su obra me parecían un fraude.
Si no te gustan, no tengo otros
A Loquillo no le importa nada la envergadura de su interlocutor sino lo que lleva dentro. No le pide a nadie el carnet ideológico, ni la acreditación de pertenencia a alguna secta musical. Te habla a los ojos. Y se pliega ante la integridad de quien lucha por algo. De modo que mi primer encuentro con el Loco derribó en un instante toda la estúpida mitología precedente sobre su figura. Más tarde he sabido que su mayor virtud es la lealtad. A fuego lleva grabado en el alma un principio, parafraseando por libre a Groucho Marx: estos son mis amigos y si no te gustan, no tengo otros.
Un buen ejemplo, el atentado del Clangor en Santiago de Compostela. Loquillo actuó por primera vez en Clangor en 1984. La sala había abierto en Galicia coincidiendo con el cierre de Rock-Ola en Madrid. Era aire fresco. Y programaba grupos españoles sin descanso, creando un clima musical inexistente en todo el país: Nacha Pop, Golpes Bajos, Gabinete Caligari… Era la vanguardia, el diseño, la estética, la música. Era, en definitiva, Fernando Pereira, trayendo a España lo que había vivido en las salas de Londres. Pero a las 3:15 del 11 de octubre de 1990, en el mejor momento de la sala, el Exército Guerrilheiro do Pobo Galego Ceibe hizo explotar una bomba: tres muertos –dos de ellos, los terroristas- y 49 heridos. Toda una generación musical quedó marcada por aquel salvaje atentado que el Loco ha definido alguna vez como el instante de «despertarse del sueño». Con el tiempo muchos artistas han olvidado aquel Clangor, a Fernando Pereira, y todo lo que representaba. Muchos, pero no Loquillo, que no ha dudado en presentarse en Galicia cada vez que alguien organiza un homenaje a aquella sala mítica. Que jamás ha olvidado a su amigo Fernando Pereira, ni ha dejado de reivindicarlo. Por convicción, por lealtad.
Como muchos, yo había crecido brincando con ‘Esto no es Hawaii (que Wai)’, olvidando a alguna chica con la dulce melancolía del ‘Cadillac Solitario’ y gritando aquella estrofa de ‘Rock and Roll Star’, «Soy un chico de la calle que vive su canción / también me emborracho y lloro cuando tengo depresión». A lo que hace tiempo que en los conciertos el Loco añade un grito estremecedor, una confesión hostil, justo después de cantar ese verso: «¡Sí! ¿Qué pasa?».
Sobrevivir al estrellato ochentero: la actitud
Pero toda la energía, todo el éxito, toda la explosión que supusieron sus hits de los 80 estaban –por la inercia de la vida- condenados a morir. Habría sido lo esperado, ley de vida musical, supongo. Y sin embargo, ocurrió algo imprevisible: Loquillo no había nacido para disolverse en la historia alucinógena ochentera insistiendo una y otra vez en que para ser feliz quería un camión. Y entonces trazó un plan que responde tanto a su talento e inquietud artística como a su capacidad para anticiparse al destino, para abrir su propio camino y cargar con las consecuencias.
Sabino Méndez, extraordinario artista, troglodita, y autor de la mayoría de sus canciones hasta entonces, tuvo que abandonar el grupo 1989. Era el momento del primer disco en directo de Loquillo y Trogloditas: ¡A por ellos…! Que son pocos y cobardes. Ni el título del disco ni la actitud parecían esconder en Loquillo atisbo alguno de rendición ante los contratiempos. Solo fue un cambio de etapa. Uno de los muchos que vinieron después. Y al cabo de los años podemos decir que Loquillo ha sabido convertir incluso las piruetas más complicadas en saltos a un futuro mejor. Siempre a mejor.
La trayectoria posterior del Loco es de sobra conocida. Un montón de éxitos a sus espaldas. Una vida musical vivida siempre en presente; esto es: sin renunciar a las canciones que le hicieron grande por primera vez, pero sin renunciar tampoco a seguir incrementando su bagaje de grandes éxitos con discos memorables. Capaz de experimentar sin perder de vista dos horizontes: la actitud y el rock.
Su apuesta por la poesía
Uno de los mayores hallazgos de Loquillo es la poesía. También una de sus apuestas más arriesgadas. ¿Y qué? Quería hacerlo. En los discos de poesía musicada de Loquillo descubrimos el sorprendente matrimonio entre el rock y los poetas. Y en todos ellos luce algo infrecuente en España y gratamente enriquecedor: el Loco ha cantado versos de poetas de izquierdas y de derechas, gordos y flacos, vivos y muertos, de todo tipo y condición. Jamás ha despreciado un proyecto seductor por lo que pudieran decir de él. Vive libre en un país tendente al linchamiento del disidente. Y sin embargo, la fuerza de su coherencia ha podido más que todas las agresiones recibidas; que no han sido pocas. ¿Algún entrevistador ha salido indiferente después de un encuentro con Loquillo? No se conoce el caso.
Todos sus discos de poesía musicada tienen un encanto especial. Pero uno por encima de todos, ‘Su nombre era el de todas las mujeres’, sobre poemas de Luis Alberto de Cuenca. Sería extenso exponer las razones, más aún cuando basta con escucharlo y comprender. El single Political incorrectness era, en sí mismo, una bomba, tanto musical como ideológica, contra el pensamiento único reinante: «Sé buena, dime cosas incorrectas, / desde el punto de vista político / Dime cosas que me lleven a la hoguera, / directamente. / Dime, dime, dime atrocidades, / que cuestionen verdades absolutas /cómo: yo no creo en la igualdad».
Más tarde cantaría en ‘A tono bravo’: «De Lope, el amor, la rabia de Quevedo, / Espronceda, los Machado, Rocinante y Platero, / vivan las Cortes de Cádiz y el Himno de Riego. / Yo, como Unamuno, contra esto y aquello».
Es la actitud. Recuerdo una ocasión en que entramos en una cervecería a tomar unas cañas. Era en el centro de Madrid. La carta de cervezas internacionales, eterna. El Loco la husmeó con avidez y preguntó al camarero: «¿No hay ninguna española?». El tipo negó con la cabeza con cierto desdén. El Loco reaccionó al instante con asombrosa naturalidad: «¡Pues nos vamos!». Y nos fuimos. En su cabeza no cabía la idea de que en una inmensa cervecería en el centro de la capital de España no fuera posible encontrar, entre decenas de marcas, una sola cerveza nuestra. Su lacónico aspaviento al salir disparado del pub no era una pose. Era una convicción. Y fue también una lección.
En la mejor compañía
Cuando en uno de los conciertos más emocionantes que le he visto, el directo ‘El creyente’ que grabó en Granada en 2014 rodeado de todos sus amigos, invitó al escenario a Leiva y Ariel Rot para cantar juntos un par de canciones, y dijo del ex Pereza que es un tipo que «respeta a sus mayores». Y lo es.
El Loco ha sido siempre un defensor del valor de la longevidad en la carrera de un artista, de la madurez. En ese y en otros muchos sentidos se siente mucho más cercano a la experiencia artística francesa. También ha sido un defensor del talento. ¿Por qué siempre suenan tan bien las bandas que acompañan a Loquillo? Porque, me lo ha dicho muchas veces, «la clave es rodearse de los mejores músicos y que tú seas el peor». Cuenta a menudo que eso lo aprendió gracias al baloncesto, donde el talento individual sin un buen equipo resulta completamente ineficaz. Ese tipo al que me pintaban tan arrogante me dio con hechos una de las lecciones más importantes que he aprendido del ecosistema artístico. Y es una lección de humildad. Bonita contradicción.
Rodearse de los mejores, en su banda, en el escenario y en el estudio. En alguna charla me dijo –entre risas- que a menudo, cuando quiere hacer un hit rompedor, llama a Carlos Segarra de Los Rebeldes. Bromas aparte, la mejor muestra de lo que puede dar de sí esa conjunción del Loco y Segarra la encontramos en Feo, fuerte y formal que se convirtió en un clásico del rock español dos minutos después de sonar por primera vez en la radio.
Reunir a los más talentosos implica también volver atrás, dejar de lado posibles rencillas, y reencontrarse, como hizo con Sabino Méndez cuando se reconciliaron en 2005; un reencuentro que además de haber dado ejemplo de humildad y grandeza a un sector escaso de modelos de conducta, dejó como colofón –por ahora- uno de los mejores discos de Loquillo con canciones de Sabino: ‘La nave de los locos’, en 2012. De ese álbum son versos tan brillantes como: «De vez en cuando y para siempre / se dispara el percutor de la pistola / El viejo Chandler sonríe inútilmente, / entra por mi ventana y lee mi mente / ella nunca volverá a estar sola».
Mirando al futuro
Loquillo es un tipo inquieto. Es inquieto en lo cotidiano, inquieto en lo social, inquieto en lo creativo. Lejos de suponer un lastre en su carrera, esa inquietud es la que le permite trabajar simultáneamente en cuatro proyectos a la vez: termina una novela, acaba un disco, proyecta el siguiente, y sale a una interminable gira al mismo tiempo.
Hoy mismo se encuentra en esa situación. Acaba de lanzar –y llegar al número 1 de ventas- un triple disco que resume 40 años de carrera, ‘Rock and roll actitud. Desde 1978′, está a punto de salir a la venta su tercer libro ‘En las calles de Madrid’, presenta la gira ‘40 años de rock and roll actitud’ y ya está planeando la salida de su nuevo disco para finales de año.
Y entre entrevista y entrevista, promocionando el disco, ya ha dejado caer algo que hará que muchos recuperen la fe en la justicia poética –literal-: «No pienso morirme sin hacer un disco dedicado a Manuel Machado, el gran poeta olvidado». Ahí tienen al Loco. Y aquí al poeta olvidado que parece responderle: «Lleno estoy de sospechas de verdades / que no me sirven ya para la vida, / pero que me preparan dulcemente / a bien morir…».