Su nombre completo, Francisco Javier Girón y Ezpeleta de las Casas y Enrile, quizás no diga nada a nadie, pero si decimos Duque de Ahumada serán muchos los compatriota, guardias civiles o no, que se pongan en primer tiempo de saludo.
Nacido e 1803, bien pudo el Duque de Ahumada vivir cómodamente de los privilegios que entonces tenían reservados los de su estamento, pero eligió la vida peligrosa al dedicarse a las dos actividades de mayor riesgo de la época: la milicia y la política.
Realmente, ser español en el siglo XIX era un peligro en sí. Al convulso panorama político, a la precaria situación económica, había que sumar la inseguridad de los caminos, atestados de bandoleros y otras gentes de mal vivir.
Urgía la creación de un cuerpo de seguridad nacional que devolviese la tranquilidad al país. Una tare así precisaba: eficacia, ímpetu, capacidad de organización, dotes de mando y patriotismo. Todas las miradas se fijaron en el Duque de Ahumada. Corría 1844.
En menos de una década, la Guardia Civil cumplió con creces sus objetivos. Como soñó su fundador, sus hombres se convirtieron en pronóstico feliz para el afligido. El pueblo llano así lo reconoció bautizando a la institución «La Benemérita».
El Duque de Ahumada fue distinguido con los más altos reconocimientos, todos los cuales palidecían al lado del de coronel honorario de la Guardia Civil. Murió en 1869, siendo su última voluntad que lo enterrasen con el uniforme del cuerpo y que su cuerpo lo portasen hombres de la Benemérita. Así se hizo.