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La película La sociedad de la nieve (Juan Antonio Bayona, 2023) está siendo un éxito clamoroso. Lo merece como obra de arte y lo merece, sobre todo, por la historia que cuenta. Es la de la tragedia del avión uruguayo FAU 571 en los Andes en 1972 y sus heroicos supervivientes.

Las dos películas

Para los boomers como yo, la película plantea, de primeras, el contraste con ¡Viven! (Frank Marshall, 1993). ¿Era necesario rodar otra película sobre los mismos hechos? ¿No se impone la historia verdadera a la manera de narrarla, que queda en segundo plano y no necesita repetirse? Lo apropiado sería tener tiempo para revisitar la vieja película, otra mexicana que dicen que no es buena, el documental, repasar la extensa bibliografía de los supervivientes, de los familiares y de los periodistas. Estoy seguro de que los contrastes enriquecerían profundamente la visión de los hechos. Daría para una tesis doctoral.

Nada más que de memoria, quedan claro algunos contrastes entre ambas películas que justifican la existencia de ambas. El primero, los medios técnicos, que ahora permiten un mayor protagonismo de la Montaña, como la llaman casi personificando a Los Andes. A cambio, la película de Bayona abusa quizá de los primerísimos planos, cayendo por momentos en un manierismo que se despega un tanto del drama. La banda sonora también roza el efectismo. Hay más contrastes: la película de Marshall se concentra en los procesos de liderazgo, mientras que La sociedad de la nieve, al adoptar el punto de vista de otro joven menos central, que ni jugaba al rugby ni era antiguo alumno del colegio Stella Maris, permite una perspectiva más coral. El título de la película no deja lugar a dudas de esta intención: La sociedad. Otro matiz leve pero de mucho peso: en ¡Viven! se nos cuenta, sobre todo, la aventura de salir a pedir ayuda, mientras que Bayona subraya la decisión crucial de comer carne de los difuntos.

El catolicismo

Donde el contraste resulta más llamativo e interesante es en el tratamiento del catolicismo. En la película de Bayona está más diluido, no hay demasiadas referencias doctrinales ni tampoco hay demasiadas oraciones. En ¡Viven!, Carlitos Páez dirigía un santo rosario cada noche y, antes de la decisión de comer o no comer la carne humana, tienen una discusión teológica, con incursiones eucarísticas. Nada de eso se ve en La sociedad de la nieve. La discusión sobre la comida se establece en términos de estricta supervivencia, de positivismo jurídico (atenuantes y eximentes) y de los protocolos de actuación. Los diálogos de contenido religioso son muy vagos y genéricos.

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¿Quiere esto decir que Bayona nos escamotea la religión católica de los supervivientes? No. Se filman explícitamente –primerísimos planos– rosarios y cruces, se habla de Dios y, sobre todo, escoge al joven Numa Turcatti como protagonista y narrador porque escribió la frase: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos». La película no lo dice, pero es una frase de Jesús. Numa, además, se desvive, en efecto, por sus compañeros que, significativamente, no eran especialmente sus amigos, salvo uno, que le convenció de apuntarse en el último momento. Se podría sostener que este chico, que además se niega a comer carne humana, tiene rasgos cristológicos. Así, el hecho de que la frase de Jesús aparezca como suya subraya esta dimensión.

Parece claro que Bayona no ha querido escamotear la dimensión cristiana que tuvo la supervivencia de aquellos muchachos. Estamos ante un signo de la época que necesita tamizar el contenido explícitamente católico, casi vergonzantemente, para que no hiera los ojos de los espectadores. ¿Gana así la película? Yo creo que no, aunque tampoco pierde, especialmente porque tenemos la otra película y otros testimonios que nos permiten hacernos una composición de lugar, y atar cabos. (Así se derrama una luz lateral, más bien, sobre nuestro tiempo).

Lo que pasó

En realidad, si algún espectador rechazase la película por el catolicismo de los supervivientes no merecería participar de la emoción de su historia. También fue esencial para su hazaña que fuesen chicos muy deportistas. Yo no soy especialmente fervoroso del deporte, pero no me cuesta reconocer el papel fundamental que tuvo la buena forma física de esos titanes y agradecer que entrenasen tan duro antes. Lo malo de los prejuicios no es tenerlos, sino que ellos nos tengan a nosotros.

También sería muy interesante hacer un estudio sobre el papel salvífico del humor –en su presencia coinciden ambas películas– y de la poesía. En esta película aparecen jugando a improvisar rimas y riéndose, pasando del absurdo a la ternura, y es una escena que me impresiona profundamente, por razones obvias y también porque el instinto del lenguaje y de la belleza no abandona al hombre jamás ni le retira su protección. Para una defensa de la poesía bienhumorada es una escena impagable. ¿Puede haber poesía en la tragedia de Los Andes? Sí. La hubo, como hubo poesía en Auschwitz.

Junto a la fe, el deporte, el humor y la poesía, hay un quinto factor que facilitó su supervivencia: la buena educación. Algún político uruguayo ha señalado como un borrón de la historia que los jóvenes perteneciesen a la clase alta o media-alta, fuesen a un colegio religioso y exclusivo, y jugasen a un deporte elitista como el rugby, y en el Old Christians, precisamente. Con independencia del prejuicio clasista (invertido, pero prejuicio), todo eso sumó para la supervivencia, porque en unas condiciones tan extremas o sumaba todo o no había manera. Quien quiere restar alguno de los elementos no entiende todas las enseñanzas que nos deja esta historia y, además, no las puede aplicar para la educación de las nuevas generaciones.

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El resultado fue una amistad tan fuerte entre los supervivientes que no hacen acto de presencia ni las peleas ni las banderías ni la violencia tipo El señor de las moscas ni los egoísmos ni las lamentaciones ni el abandono a su suerte de los enfermos o los menos capaces de colaborar. No hay recriminaciones entre ellos, aunque unos invitaron a otros o casi los empujaron a ir. La altura moral de sus discusiones está fuera de toda duda. Se ve que son los herederos de la Controversia de Valladolid. Muertos de hambre, dedican días a discutir sobre la pertinencia o no de alimentarse de carne humana. No pierden las formas y son todo lo cuidadosos que pueden. Frente al frío extremo, necesitaban el fuego interior.

Un último matiz. El hecho de que hablen persistentemente del milagro [sic] de su supervivencia, y no de su heroísmo, nos da una muestra de su escala de valores. No se atribuyen la parte principal del mérito. El servicio de unos a otros, impresiona.

Elegantemente, dice Juan Antonio Bayona que es bueno que se hagan nuevas películas de la tragedia de Los Andes porque merece contarse desde todos los puntos de vista. No quiere hacer de menos a los intentos anteriores. No sé si merece la pena contarse tantas veces, porque la historia es única; pero estoy convencido de que no deberíamos olvidarla nunca. Sus lecciones son imprescindibles y La sociedad de la nieve nos las ha recordado. Muchas gracias.