A principios del XIX empezaron a aflorar las guías de viajes. En ellas uno encontraba información sobre la historia, el clima, el paisaje, la moneda, hoteles, lugares de interés y mapas de diversos destinos. Por su impersonalidad se distanciaban, por tanto, del género literario de las crónicas. Una de las más populares fue la del alemán Beadeker, que colaboró con el inglés Murray. George Bradshaw, contemporáneo suyo, publicó un librito con el horario de ferrocarril de Gran Bretaña y pronto fue ampliándolo con más datos. Se convirtió así en la guía de referencia entre británicos. Phileas Fogg, sin ir más lejos, lleva algunos de esos ejemplares durante su gran viaje.
Igualmente, con aires de dandi del siglo XIX, con sus botas, su maleta de piel sin ruedas y una forma de vestir elegante y algo extravagante, Michael Portillo (1953) recorre frente a las cámaras de la BBC las tierras de Europa, India, Australia, Estados Unidos, Canadá y Alaska. Viaja en tren y utiliza la edición de 1913 de la guía Bradshaw para contar algunas curiosidades y establecer comparaciones entre presente y pasado. Conversa con lugareños, historiadores y otros expertos en temas concretos. Su carácter atractivo y risueño tiñe de optimismo el programa. No se trata sólo de una personalidad entusiasta: es un hombre culto, licenciado en Historia por Cambridge, amante de la ópera y con una manera de hablar cuidada y distinguida. No le interesa el deporte y su secreto para mantenerse en forma es, según cuenta, desayunar fruta cada día.
«Who dares, wins. We dare. We will win”
Se estrenó en televisión cuando tenía ocho años en un anuncio de Ribena, una bebida de grosella negra rica en vitamina C. Al contrario de la mayoría de los niños de su época, de pequeño nunca fantaseó con dedicarse a conducir un tren: él quería ser locutor y político. Alcanzó ambos sueños.
Al finalizar la universidad, tras unos meses en una empresa de transporte, lo contrataron en el Partido Conservador. A los veinticinco empezó a trabajar como asesor de prensa de Margaret Thatcher, en quien siempre vio una mujer inspiradora y una líder admirable. Tuvo una buena relación con ella tanto durante esa etapa inicial como de ministro. Era muy joven, así que el carácter fuerte y a veces poco considerado de la dama de hierro le divertía, lejos de sentirse ofendido como les ocurría a algunos de sus compañeros. Siguió en el gabinete durante la legislatura de John Major como secretario de defensa y ministro de empleo.
De sus treinta años en política, quedan en la memoria popular un discurso y una derrota.
En la conferencia anual del Partido Conservador de 1995, Portillo pronunció un sentido discurso cargado de patriotismo que terminaba con una frase audaz: “The SAS have a famous motto: ‘Who dares, wins.’ We dare. We will win”. Todavía se comparte de vez en cuando el vídeo como recordatorio del orgullo nacional, pero fue criticado por las fuerzas armadas, desde la oposición y por algunos de su partido. Tiempo más tarde, se defendería diciendo que se había juzgado mal y que no estaba pensado para que traspasara las paredes de aquella sala.
The Portillo moment
“The Portillo moment” se convirtió en un término para indicar un cambio repentino y significativo en la suerte política. En la noche electoral de 1997, en circunscripción de Enfield Southgate (norte de Londres), el candidato laborista derrotó a Michael Portillo, que llevaba ocupando el cargo con amplia mayoría desde el 84. El resultado fue percibido como una indicación de que los conservadores iban a dar paso a una era laborista. Portillo ha reconocido que fue una enorme humillación pública, aunque ahora se ríe de sí mismo y remarca que todo pasa por algo.
Antes de regresar a la Cámara de los Comunes, protagonizó un programa televisivo (Portillo’s Progress) sobre el panorama político en Reino Unido. En el año 1999 vuelve a la política desde la oposición y llega a postularse —no ganará— como candidato a la presidencia del Partido Conservador. En 2005 abandona la política, rompe la militancia y pasa a dedicarse exclusivamente a los medios de comunicación.
Si bien reconoce que su visión política se ha ido suavizando —había votado en contra de los homosexuales en el ejército, a favor de la pena de muerte y se había posicionado afín a introducir el Poll Tax—, podría seguir dando la impresión de que este hombre euroescéptico, bien vestido, erudito y educado en Cambridge, hubiera nacido con el carné Tory bajo el brazo. No es así: su hogar fue laborista.
Un «Tory» con orígenes laboristas y republicanos
Cora Blyth provenía de una familia acomodada y conocida de Fife (Escocia). Mientras estudiaba Lenguas Modernas en Oxford, buscó una forma de practicar el español y dio con una colonia de niños vascos evacuados después del bombardeo de Guernica. Allí conoció a Luis, otro voluntario. Luis Gabriel era un español exiliado, doce años mayor que ella. Pese a que las circunstancias no fueran las ideales, Cora le pidió matrimonio y se casaron en 1941. Luis Gabriel Portillo era católico practicante, de ideas progresistas y pacifista. Venía de una buena familia de la provincia de Ávila y había sido profesor en la Universidad de Salamanca cuando era rector Unamuno, por quien guardaba gran admiración y cariño. Durante la República, fue fiscal del Ministerio de Justicia y asesor de Manuel de Irujo. Dejó dolorosamente atrás patria, familia y carrera cuando tuvo que exiliarse. Al llegar a Londres le esperaba un escenario muy diferente al de su querida Salamanca: empezó pelando patatas en un bar, fue mayordomo y trabajó en la construcción de pistas de aterrizaje para la Real Fuerza Aérea hasta que pudo dedicarse a la traducción y a la redacción en prensa mientras desarrollaba su afición por la poesía. Su mujer trabajó como censora y también en el departamento de América Latina de la BBC, y terminó centrándose en la docencia de idiomas.
Cora y Luis Gabriel tuvieron cinco hijos. El menor fue Michael. En la casa de los Portillo Blyth se hablaba español y se servía comida española a menudo. Su padre nunca dejó de evocar con nostalgia España, la Universidad, Salamanca, Unamuno, su familia, todo, en fin, lo que había perdido. A pesar de que de él heredaron el apellido y la nacionalidad, fue la madre —fascinada desde joven por España y lo español— quien se preocupó de que Michael y sus hermanos conocieran bien la cultura hispana. Se esmeró en que apreciaran su herencia española y en que visitaran y trataran a la familia paterna.
Luis Gabriel era un republicano exiliado y Cora era miembro activo del Partido Laborista. En la sala de estar se reunía con frecuencia el comité del partido local. Michael creció en ese entorno progresista y, cuando era adolescente, un póster de Harold Wilson colgaba en la pared de su habitación. Los años de universidad, sin embargo, supusieron un viraje hacia el conservadurismo. Allí, la conversación con sus compañeros y profesores, en especial el historiador Maurice Cowling, y la situación del laborismo y los sindicatos influyeron en esa evolución. La elección de una mujer al frente del Partido Conservador fue determinante.
En la maleta de sus viajes en esta segunda parte de su vida como presentador, nunca faltan la guía Bradshaw y cinco americanas de colores diferentes. Suele bromear diciendo que es daltónico. Lo cierto es que se preocupa por las combinaciones y disfruta con el juego de juntar extremos opuestos de la tabla cromática. Tras tantos años atado a los trajes oscuros, camisa neutra y las corbatas serias que manda la política, le parece lógica esa explosión de colores y se defiende explicando que es una forma amable de hacer reír a los demás. Al fin y al cabo, conseguir amenizar a los de su alrededor parece no sólo formar parte de un temperamento carismático y alegre, sino el éxito de sus programas de los viajes en tren.