Skip to main content

Anda últimamente la política española un tanto revuelta. No sólo por la brevedad de las legislaturas y los endebles cimientos de los gobiernos, que también. Cunde cada vez más la sensación de que la feligresía ideológica patria se ha vuelto loca. Sobre todo, la izquierda. Desilusionado, su “votante medio” (si es que existió alguna vez) se ha vuelto descreído y va y viene, con sus convicciones y sus elecciones, de acá para allá y recalando a veces donde menos se le esperaba: bien cerca de la diestra. Y, ante estos líos de urnas, que, más que sensaciones, son hechos, hay quien se ha tomado la molestia de estudiar sus causas y llamarlas, oh, sorpresa, por su nombre: relativismo, capitalismo neoliberal, políticas de identidad o nacionalismo. Y lo hacen sin ningún reparo. Hablamos de la nueva escuela de pensamiento que desconcierta a ambos lados de la política: El Jacobino.

Su puesta de largo en la opinión pública quizá fuera a principios de junio de este año, cuando su director, el abogado laboralista Guillermo del Valle (1989), asistió como contertulio al programa “Playz”, de Televisión Española. Sobrevivió a la prueba, como pueden comprobar en la hemeroteca, defendiendo “la razón en marcha, no las supersticiones ni las solicitudes de silenciamiento”. Pero El Jacobino ya llevaba un tiempo en este mundo. En junio de 2020, a finales del severísimo confinamiento pandémico, del Valle y el técnico superior en Administración y Finanzas Javier Maurín comenzaron a producir vídeos en YouTube sobre su pasión, la política. En ellos participaron reconocidos intelectuales como Pedro Insua, Félix Ovejero, Gorka Maneiro, Santiago Armesilla o Lidia Falcón. A la talla de tertulianos y presentadores se unió la buena calidad del formato, con lo que su rápida difusión no se hizo esperar.

Y tampoco el crecimiento de El Jacobino, que pasó de ser un canal de YouTube a, poco a poco, crear escuela. Ahora, recaba la aportación financiera de los inscritos, cuyo número asciende adecuadamente. Entre sus apoyos mediáticos se encuentran, además de los ya citados, la escritora Ana Iris Simón, el director de cine Jon Viar, el articulista David Mejía o el ex secretario de Estado Juan Francisco Martín Seco. Se han unido al equipo Arturo Fernández Le Gal y Marc Luque. Canal 33 emite en directo el programa estrella de la casa, “El Cuadrilátero”. En octubre, El Jacobino fue presentado en Sevilla. Y del Valle asiste periódicamente al plató de 13 Televisión, tierra hostil, para debatir con periodistas cercanos al centro derecha. Un no parar.

Una izquierda desconcertante

Pero, ¿qué defiende exactamente El Jacobino? ¿Cómo ha desordenado las categorías políticas a las que estábamos acostumbrados? ¿Por qué sorprende tanto a unos y otros? Tiene su lógica el disloque, porque el think tank cuenta con ideas propias y sus miembros no están dispuestos “a tragar sapos”, como dice del Valle a Centinela. Juzguen ustedes mismos: El Jacobino reclama para España un Estado centralizado y la supresión de las autonomías (“reinos de taifas”, las llama), critica con dureza inusual el nacionalismo y llama privilegio de secesión al derecho a decidir: “un proceso de privatización superlativa del bien público por excelencia, el territorio: dejando en manos de unos pocos la decisión de lo que a todos nos compete”. ¿Encuentran, sobre este asunto, una claridad semejante, no ya en la izquierda conocida, tan complaciente con los independentistas, sino incluso en el centro derecha tradicional?

Descoloca, y mucho, a conservadores y progresistas que los miembros de El Jacobino utilicen la misma vehemencia en el blindaje de los derechos sociales que en la defensa de España. Tampoco es costumbre en los últimos años que los socialistas reclamen un Estado laico y a la vez renieguen de las imposiciones de los “catecismos progresistas” (ya saben, la ideología de género, el ecologismo, el indigenismo et al.). Es más: nadie en la izquierda, hasta ahora, los había señalado como lo que son: “el adoctrinamiento identitario en los nuevos dogmas posmodernos” importados de las facultades de Estados Unidos. Y todavía doblan la apuesta: “el multiculturalismo y las políticas de la identidad son la verdadera cara del capitalismo financiero”. Sí, tardaron poco en llamarles fascistas y rojipardos.

Tirar de la cuerda hacia algo distinto

Se trata de un discurso que, ciertamente, podríamos adjudicar a nuestros amigos más conservadores si no fuera por la tenaz defensa de El Jacobino de banderas de la izquierda como la llamada armonización fiscal, una mayor progresividad en los Impuestos de Sucesiones y Donaciones y el fin de la deslocalización de las empresas. Ya lo dice del Valle: “la libertad entre desiguales no es libertad”.

Y es que el objetivo principal de El Jacobino es ofrecer una propuesta alternativa a los españoles con una fe sólida en el progresismo revolucionario que nos trajo el francés. Pretenden “tirar de la cuerda de la izquierda hacia algo distinto”: hacia una izquierda republicana igualitaria y social, defensora de la unidad de España. Es decir, opuesta a lo que hay. De hecho, del Valle no duda en calificar al PSOE del partido de la desindustrialización, del tratado de Maastricht (que denuesta por acabar con nuestra soberanía monetaria), de la desunión fiscal entre las autonomías, del federalismo asimétrico que tanto ha dañado a nuestro país.

Mención especial merece su opinión sobre la monarquía parlamentaria que rige hoy España. Si bien se definen como republicanos y admiten que la Corona es un privilegio representativo que, además, ha colaborado con el establecimiento de los reinos de taifas, desde El Jacobino no dudan en arremeter contra los derechos históricos forales como unas prerrogativas “más monárquicas que el rey”. Apuestan por un republicanismo más amplio, en el sentido de que el sistema garantice que la ley sea la voz de los que no tienen voz.

Ante todo, socialistas

La crítica a la izquierda  es dura, pero conviene no olvidar que los miembros de El Jacobino son, ante todo, socialistas. En ningún momento pierden de vista los ideales de la Internacional. Critican el relativismo, sí, pero porque rompe el proyecto de transformación colectiva progresista, no porque ponga en peligro la primacía de la ley natural. Se definen sin ambigüedades como socialistas republicanos que nada tienen que ver con el liberalismo. Al contrario, ellos van en buscan de la igualdad económica.

Por eso, tampoco coinciden en demasiados postulados con la derecha, que creen vendida al individualismo relativista. Mientras los conservadores sigan siendo tatcherianos o reaganianos y no apuesten por una línea más social e intervencionista, poco tendrán que ver con El Jacobino.

En este sentido, con quienes sí chocan de frente y sin remedio son los foralistas y tradicionalistas. Con cualquier tipo de particularismo, no hay entendimiento posible. Aquí hacen honor a su nombre y ejercen el jacobinismo desde la convicción más profunda de que, cuanto más grande es un Estado, más libres son sus ciudadanos. De ahí que el centralismo sea conditio sine qua non de su ideario y se aleje, hasta las antípodas, de identidades de cualquier tipo, pero, especialmente, de las locales. Y, de paso, de la izquierda convencional: qué político progresista no ha utilizado las diferencias lingüísticas, étnicas o sexuales para arañar votos.

Y, pese a todo, creemos que no cabe sino saludar con simpatía a El Jacobino y su entusiasta equipo. Su visión de la Historia es dialéctica y conflictiva y abogan por el igualitarismo y el laicismo, de acuerdo. Pero no podemos dejar de hermanarnos con quienes defienden, acérrimos, la unidad de España y denuncian los peligros que trae la victimización de los colectivos varios. Cómo vamos a estar lejos de quienes defienden la razón como la manera de entendernos, de hacer política, y dejan en su sitio los sentimientos. Cercanía estrecha con estos jóvenes idealistas que dedican su tiempo libre a la política activa y a hacer la patria una tierra mejor. También son centinelas. Cada uno, en su puesto.