Entiendo que, si uno es revolucionario o moderno o progresista, le haya disgustado muchísimo la película de Ridley Scott. Siendo contrarrevolucionario –como es el caso–, debe entenderla, valorarla y agradecerla en su justa medida. La prueba de que casi todo el mundo es progresista es que no ha gustado a casi nadie. Yo la recomiendo.
El único personaje con dignidad sustancial de toda la cinta es la aristócrata que en las primeras escenas va a ser asesinada en la guillotina. El resto, uf. Y también al final hay cierta dignidad en cómo los vencedores tratan al derrotado Napoleón. Son la obertura y el cierre, y ambos representan al Antiguo Régimen, obsérvese. ¿Lo habrá hecho a posta Scott? A posta o llevado por la íntima coherencia de los hechos, el resultado es innegable.
En medio, todo es una ópera bufa, ridícula y sangrienta, como esas bromas que se espolvorean aquí y allá con la guillotina. Lo burdo de la cinta, incluyendo el montaje, tan lineal como de documental de la hora de la siesta, contribuye a criticar implacablemente el mundo revolucionario y postrevolucionario. Ni el amor ni el sexo ni la política ni la diplomacia ni la guerra muestran coherencia o elegancia. Comen de pena (los modales en la mesa, digo, porque la película ni enfoca la cocina francesa). El vestuario ha sido muy alabado y no digo que no merezca los elogios, pero todo parece un carnaval (de Venecia, eso sí, fastuoso). Las batallas, tan ponderadas por la crítica, no muestran ninguna complejidad estratégica y, cuando entran en detalle, parecen, más que batallas, operaciones quirúrgicas, sin anestesia. La sangre corre a raudales.
Los admiradores de Napoleón están que trinan con motivo. La película nos presenta a un personaje ridículo, sin grandeza, que da golpes de Estado de opereta, que sólo se cree su papel a medias (por el lado de la vanidad, no por el de la inteligencia) y que va y viene como víctima de un ataque de nervios. Lo más grande que tiene es un egoísmo patológico que aparece retratado con gags woodyallenescos: «Cuídate, por favor, eres esencial para mí», le dice a su amada. Un tic moderno de tonalidades epigramáticas es que el Emperador se pasa toda la cinta eludiendo su responsabilidad por los hechos y perdonando a los demás por las culpas que son de él. Ni un cargo de conciencia, porque no parece tenerla. Josefina se ríe cuando el hombre habla engoladamente de su destino y de los intereses de su pueblo. Si me lo permiten, Josefina se monda. No se lo cree. Aunque el enamoramiento de Josefina, trufado de infidelidades, tampoco es serio. La historia de amor es chusca, con poca gracia por ambas partes. No llega ni a romántica, a pesar de lo guapa que es Josefina (Vanessa Kirby). Hasta el divorcio es un bluf. La coronación, bastante ridícula también, como es lógico, sin esa grandeza de cuadro de Jacques-Louis David. La jerarquía eclesiástica hace un papel tan teatral como adulador. La trascendencia ni está ni se la espera. Cuando Napoleón quiere casarse con una princesa europea, los embajadores se preguntan «¿Está de broma?», que es exactamente la pregunta que el espectador se hace a cada rato. Hay, en definitiva, una infantilización terrible en el retrato psicológico de todos los personajes (menos en la aristócrata inicial, ya digo). Y, a la vez, la sensación –lo mejor de la cinta– de que están retratando nuestra época con bastante precisión.
No puede haber una obra de arte que se precie sin una imagen poderosa que la sostenga. La de esta película es la sordera. La representan bien los estruendos de los cañones. Al principio, Napoleón se tapa los oídos constantemente. Luego, ya no le hace falta. Que Napoleón fuese oficial de artillería, que es arma moderna y devastadora, adquiere dimensiones de símbolo. El gratuito bombazo a las pirámides es un icono de barbarie. La entrevista con la momia, a la que Napoleón acerca el oído para no escuchar nada de nada, también es una buena manera de retratar su sordera ante las lecciones de la historia. Empezar todo de nuevo con una revolución conlleva eso: bombas e incapacidad auditiva con los muertos y quizá con los que tengan que venir (ojo a la esterilidad de la pareja como símbolo).
Supongo que el hombre real no sería tan torpe. De estrategia militar, sabría. La prosa del Código Civil se la alaban mucho. Entiendo a los que salen de la película preguntando qué libro bueno sobre Napoleón podrían leer para aclararse algo con el personaje. El hombre siempre es más complejo y heterogéneo; pero esta película es el retrato de un tiempo sangriento que se inauguraba (3 millones de muertos) con la revolución y de unos argumentos políticos que perdieron legitimidad y sentido. Todo es pastiche. La película, como film protesta y epigrama visual, funciona como un reloj reaccionario. Menos mal que no sale España y nuestra guerra de la Independencia, porque España siempre es muy seria y habría alterado el propósito de Scott. Rusia también es seria y sale regular, pero el recuerdo de Tolstoi lo compensa. Habrá que releer Guerra y paz.