Bret Easton Ellis tenía solo 21 años cuando sacudió la escena literaria con su primera novela. Menos que cero (1985) muestra un retrato desolador de un grupo de niños ricos de Los Ángeles. Son los hijos de los productores de cine, abogados y empresarios de éxito de la Costa Oeste. Jóvenes, guapos y vestidos con ropa de los mejores diseñadores, pero vacíos por dentro y solos. Terriblemente solos. La novela es un descenso al pesimismo existencial de unos estudiantes entregados al sexo, las drogas y la música de la new wave.
“¿A dónde vamos?”, pregunta el protagonista durante un paseo en coche. “No lo sé. Solo conducimos”, responde su colega. “Pero esta carretera no va a ninguna parte”. “Eso no importa”. “¿Y qué es lo que importa?”, insiste nuestro antihéroe. “Sólo que estamos en ella, tío”.
La ambigüedad sexual, el cinismo y la degradación con la que Bret Easton Ellis retrata a su generación puso de los nervios a más de uno. Cómo no, el artisteo de siempre aplaudió la transgresión de la novela y la prensa conservadora criticó su degradación moral. Lo típico. El joven escritor siempre afirmó que su objetivo era denunciar el supuesto materialismo y la hipocresía de la era Reagan.
La segunda novela insistió en los mismos temas, pero en mayores dosis. Las reglas de la atracción (1987) describe el triángulo amoroso tóxico de tres estudiantes en un campus de New Hampshire. Chico A gusta chica. Chica gusta chico B. Chico B gusta chico A. Mala solución. “¿Qué más se puede hacer en la universidad excepto beber cerveza o cortarse las venas?”, se pregunta un personaje sin demasiados horizontes vitales. De nuevo, niños ricos, blancos y autodestructivos.
La novela pasó sin pena ni gloria. Era más de lo mismo. Le faltaba el principal ingrediente de su formula de éxito: la provocación y la originalidad.
Al rincón de pensar y American Psycho
Ellis tomó nota. Se fue al rincón de pensar durante unos años y volvió a la carga con American Psycho (1991). El enfant terrible de la Generación X no defraudó. Brokers de Wall Street, apartamentos de lujo, sexo desenfrenado, cenas en restaurantes caros y cocaína a raudales. El protagonista, Patrick Bateman, es un yuppie apuesto, triunfador y fan de Donald Trump. El magnate aparece citado 27 veces. En esa época había publicado un manual de negociación que era la biblia de los directivos WASP de la época. El problema es que Bateman también tiene un ligero trastorno mental que, de vez en cuando, le lleva a cometer atrocidades por Nueva York. Especialmente contra las mujeres. El yuppie no tiene en muy buena consideración al sexo femenino. Trata mal a las chicas que le rodean y acaba descuartizando a unas cuantas mientras escucha embelesado CDs de Phil Collins. La novela contiene pasajes pornográficos y gore que nadie se atrevió a trasladar a la versión cinematográfica. Es difícil quitarse de la cabeza a Christian Bale corriendo desnudo, con una motosierra y una gabardina transparente cubierta de sangre por un loft de Manhattan. Pero esto es un episodio de los Lunis comparado con otras escenas salidas de la imaginación de Bret Easton Ellis.
A medida que su historial de crímenes crece, Bateman siente que está perdiendo el control de sus impulsos.“Creo que mi máscara de cordura está a punto de caer”, dice el psicópata al final de su confesión.
“ESTO NO ES UNA SALIDA”. El cartel colgado en una puerta de servicio con el que termina la novela está cargado de significado. La frase se acaba convirtiendo en un icono de la bibliografía de Bret Easton Ellis.
Después de esta frase estalló el gran escándalo. La publicación se había retrasado mucho porque, en el último momento, su editorial no se atrevió a publicarla. Un competidor asumió el riesgo. Y le salió bien la jugada. Esta vez no fueron los conservadores quienes se rasgaron las vestiduras, sino las feministas. Diversos colectivos firmaron proclamas incendiarias contra Ellis y llamaron al boicot. Le acusaron de elitismo, crueldad y misoginia. El autor salió del armario y se proclamó abiertamente gay. Tal vez para demostrar que él no estaba resentido contra las mujeres. Pero el revuelo no cesó.
Ellis se excusaba diciendo que, aunque la novela estaba escrita en primera persona, él no era así, sino que se había metido en la mente del asesino. Y que su obra debía leerse como una crítica social a Wall Street. Y que era arte. Y que el arte se regía por otras reglas. Cuanto más fuerte apedreaban a Ellis, más aumentaban sus ventas.
American Psycho convirtió a Ellis en el cronista de la clase privilegiada y en el tábano de la era Reagan. También le permitió ascender al podio que hay reservado en el Parnaso para los chicos malos. Con el tiempo cada vez fueron más los que veían esa novela como un cuento de terror sobre los monstruos que podía generar la codicia de los años ochenta. De hecho, la película del año 2000 la dirigió una mujer: Mary Harron.
Un tiempo de sequía hasta romper su silencio
Las siguientes novelas de Ellis no tuvieron la repercusion de American Psycho. Ellis ha llegado a estar una década en el clásico bloqueo del escritor. Durante este tiempo se ha dedicado a hacer un podcast con entrevistas a famosos, a presumir de tener un novio de veinte años menos y a hacer de troll en twitter. El año pasado rompió por fin su silencio y volvió a las librerías. Esta vez con una obra de no ficción: Blanco. Esta colección de ocho ensayos breves llegó a España durante el confinamiento.
Lo más sorprendente es el motivo que le ha llevado a levantarse del sofá y a aporrear de nuevo el teclado del ordenador. Bret Easton Ellis ha vuelto para cargar contra la hipocresía. Pero ahora contra la hipocresía del progresismo y su pensamiento único. Ellis explica que desde hace unos años empezó a notar una sensación vaga y molesta cada vez que se conectaba a Twitter. Experimentaba esa desazón una docena de veces al día y no podía identificar la causa. Hasta que comprendió que lo que de verdad le crispaba los nervios era la superioridad moral con la que multitud de usuarios de la red censuraban la opinión de otros. La izquierda se había vuelto una institutriz amargada. “Los puntos de vista políticos distintos se consideran inmorales, racistas, misóginos”.
Las redes sociales se habían llenado de policías del pensamiento que se permitían el lujo de calificar la opinión de los demás como inaceptable. Y que se ofendían por comentarios triviales simplemente porque se alejaban mínimamente de lo que ellos consideraban correcto.
El troll que llevaba una década en su cueva sale por el hartazgo que le produce “la pataleta constante de los inconsolables”. Esos inconsolables son, en su mayor parte, los llamados millennials, a los que tacha de ‘generación Gallina’. Ellis los conoce bien porque vive con uno de ellos. “Me irrita que los millennials tengan una obsesión constante con sentirse oprimidos -explica en una entrevista-, con que todo conspira contra ellos por su sexualidad, por su color de piel, o por su cuerpo… Y como ser una víctima es muy triste, todo el mundo siente empatía y compasión por ellos. Es un círculo vicioso”.
En Blanco Ellis reflexiona sobre la censura y la supresión del debate. American Psycho tuvo problemas para ser publicada en 1991, pero vio la luz de la mano de una editorial de primera fila. Hoy nadie se atrevería a publicar esa novela por temor a las represalias. La diferencia entre el panorama a principios de los noventa y la actualidad es que había “argumentos fuertes y protestas en los dos lados de la ecuación: la gente tenía opiniones encontradas, pero debatía de forma motivada, movidos por la pasión y la razón. Aplicar la censura corporativa en esos días no era tan aceptable como lo es hoy”.
Ellis había sido duramente criticado por sus novelas en los ochenta, pero hoy por un tuit puedes ser expulsado de la vida social e incluso recibir amenazas de muerte. ¿En qué momento se volvió la izquierda tan autoritaria?, se pregunta el autor estadounidense.
Ellis tiene balas para todos. Para los millenials, los pijoprogres, los demócratas y los artistas de todo tipo que aprovechan un entorno tan viciado para medrar. Bret Easton Ellis siempre ha sido un esteta y ahora lamenta que el arte esté absolutamente contaminado por la ideología. Las películas y las canciones se alaban o rechazan no por su calidad artística, sino por la agenda política que defienden. Ellis suele hacer apuestas sobre qué películas ganarán un Óscar antes de haberlas visto. Y suele acertar.
Censurado por el establishment
El autor de Las leyes de la atracción también tiene unas palabras para la inquisición rosa. Ellis, gay militante desde hace tres décadas, denuncia la censura que ha sufrido por parte del establishment homosexual. Esta élite intenta imponer en la cultura la imagen del gay como “elfo mágico”: “el elfo dulce y risueño, sexualmente inofensivo, con valores progresistas y una actitud positiva (…)”. Ellis indica que este colectivo, además, tiene que votar al Partido Demócrata porque si no, queda excluido. “A algunos de nosotros la defensa corporativa de la homosexualidad siempre nos ha parecido alienante”. Ellis entiende que no puede haber un solo patrón válido de gay (igual que no lo puede haber para los heterosexuales).
En su ensayo, Ellis explica cómo la GLAAD (Alianza Gay y Lesbiana contra la Difamación) le vetó en un homenaje a Bill Clinton “por un par de tuits que había posteado a lo largo de los últimos años”. Su editorial había reservado una mesa en el evento (¡!) y había incluido al escritor en la lista de asistentes. No obstante, la GLAAD le consideró persona non-grata y pidió a la editorial que enviara a otra persona. Se ve que Ellis era un hater que desentonaba en una velada que iba a estar poblada de elfos mágicos.
Internet no es el único lugar en el que Ellis percibe que Estados Unidos se está partiendo en dos. El ascenso y victoria de Trump ha llevado a los censores a hiperventilar hasta extremos inimaginables. En sus cenas en restaurantes caros de las dos costas, Ellis capta una ruptura entre las élites y el resto de la nación. Ellis se va de copas con otros escritores, actores de Hollywood, periodistas y gente del mundo editorial y percibe en sus conversaciones un odio visceral hacia Trump y el Partido Republicano. Si alguien en la mesa se permite el lujo de disentir, Ellis sabe que alguien va a estallar de indignación y a reventar la velada con acusaciones de fascismo, racismo o misoginia. El escritor se muestra atónito al ver que incluso la clase más privilegiada se presenta ante él como víctima. Conoció a una señora de la alta sociedad que culpaba a Trump por su pérdida de peso y a otra que le culpaba por su obesidad.
La hipocresía de la izquierda con la que Ellis ha roto
Para Ellis, uno de los puntos álgidos de la hipocresía de la izquierda fue el discurso anti Trump de Meryl Streep en los Globos de Oro de 2017 “después de poner a la venta su casa de Greenwich Village por treinta millones de dólares”. El troll puso a Streep de vuelta y media en Twitter y eso hizo que La Resistencia —como él llama irónicamente a los demócratas adinerados— le etiquetara como “un bicho raro nacionalpopulista y pro-Trump”.
Ellis insiste en varias ocasiones en que él nunca ha votado a Trump y que, de hecho, en las últimas elecciones se quedó en su casa. Él critica a la izquierda porque siempre ha sido un defensor de la estética en el arte y de la libertad de expresión. No obstante, para La Resistencia, cualquiera que no escupa bilis cada vez que oye el nombre de Trump es un reaccionario encubierto (aunque, como Ellis, sea disoluto, nihilista y gay militante).
Ellis no se amilana. Se maneja bien en la polémica. “Rechazo un sistema que permite a un grupo dogmático, desinformado y ambicioso suprimir la libertad de expresión, crear relatos falsos y pisotear la libertad sin inmutarse. Rechazo el odio. Esas son las razones por las que me hice progresista”.
Y por estas mismas razones Ellis declara en su libro que ha roto con la izquierda. Y anima a sus lectores y seguidores a hacer lo mismo. Bret afirma que en el verano de 2018 “la izquierda se había transformado en una máquina de odiar, proclive a la autocombustión”.
Ellis nunca ha sido un chico del coro. Todo lo contrario. Bret se lo ha bebido todo, se lo ha esnifado todo y ha retozado con todos. Por eso su crítica al dogmatismo de la izquierda tiene un significado especial. Ellis se suma a la legión de escritores que han dado la espalda al progresismo político-militar.
El progresismo no es una salida.