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Hay una escena de Algo pasa con Mary en la que el golfo divertidísimo que interpreta Matt Dillon trata de ligarse a la chica, Cameron Diaz, fingiendo una sensibilidad que en realidad no tiene. Es cuando van paseando los dos por un parque de atracciones, y ella se lamenta de que ya no se hagan películas como las de antes, a lo que él se apresura a darle la razón, preguntándose por clásicos como Karate Kid. Hoy como ayer, la réplica es celebrada por cualquiera que vea la cinta de los hermanos Farrell con una sonora carcajada.

Y, sin embargo, Matt Dillon no decía ninguna tontería cuando calificaba como “clásico” la historia del personaje interpretado por Ralph Macchio, Daniel Larusso, joven italo-americano recién llegado con su madre a Los Angeles de Nueva Jersey y que tiene que aprender karate -realmente, se lo enseña un anciano japonés encargado del mantenimiento de su bloque de apartamentos- para defenderse de unos matones de su instituto, que la han tomado con él. Distintos portales especializados en cine, como Rotten Tomatoes, IMDB y CinemaScore reservan para la cinta sus mejores calificaciones, tanto de crítica como de público. Y eso que ya han pasado treinta y cuatro años.

Lo que muchos quizás no sepan es que Karate Kid es la adaptación a la pantalla de un narración corta de todo un señor Nobel de Literatura, el japonés Kezamburo Oe. El cuento se titula Sometimes the heart of a turtle -esto es, A veces el corazón de una tortuga– y hay que decir que el guionista de la peli, Robert Mark Kamen, fue fiel al texto en un altísimo porcentaje. O sea, que un respeto.

Cobra Kai disponible en Youtube Premium

Otra cosa que a lo mejor muchos tampoco sepan es que el director de Karate Kid es John G. Avildsen, el mismo que el de Rocky. El guión de Rocky no lo escribió ningún premio Nobel ni de Literatura ni de nada, pero sí un jovencísimo Sylvester Stallone, tan hambriento de gloria que lo hizo en tiempo record: tres noches con sus tres días, imaginamos que en la cocina de un modesto apartamento. Sea lo que sea, Rocky inspiró a millones de jóvenes del mundo entero, en concreto, a aquellos que tuvieron la inmensa suerte de vivir la más alta ocasión que vieron los siglos: la década de los ochenta. Y lo mismo Karate Kid. Porque aquí hemos venido a hablar de Karate Kid.

No por nada, sino porque está de plena actualidad. Desde el pasado mes de mayo, puede verse en Youtube Premium, el canal de pago de la famosa plataforma, una serie titulada Cobra Kai. A los muy fans de Karate Kid no hará falta explicarles que Cobra Kai era el nombre de la escuela de artes marciales -o mejor dicho: dojo– donde entrenaban los pijos malos que hacían la vida imposible al joven Larusso. Malotes todos rubios como el sol de California, cachas y guaperas, fumadores ocasionales de grifa y con unos papis socios del Country Club y propietarios de casas en Beverly Hills. ¡Ah! Y capitaneados por el más malo, ligón y violento de ellos, Johnny Lawrence.

De Daniel Larusso seguimos teniendo noticia algunos años después del estreno, pues protagonizó la segunda y tercera parte de la película (una y otra bastante prescindibles, por cierto). Pero no de Johnny Lawrence. Es verdad que el capitán de Cobra Kai aparece muy al comienzo de la segunda entrega, pero no el tiempo suficiente como para poder considerarlo siquiera un actor de reparto. Y es una pena porque Johnny Lawrence bien merecía una secuela.

Las noches blancas de Pachá y la Panda del Moco

En primer lugar, porque el personaje interpretado por William Zabka reviste su interés. Es costumbre -mala- en el cine y también en la literatura caricaturizar a los cachorros de las clases altas como seres modositos, siempre con su patata en la boca, su jersey sobre los hombros y tal cantidad de gomina en el pelo que parece les ha dado un lametón una vaca. Y si es verdad que pueden darse especímenes así, también lo es que cuando un niño de familia bien sale mal… pues eso, sale mal. Pero mal, mal, mal.

Por poner un ejemplo cercano: los amos y señores de las noches blancas de Pachá en el Madrid de los ochenta fueron unos tíos, todos de colegio privado, integrantes de la muy temida Panda del Moco, los cuales no hubieran dudado en pegarse, de igual a igual, con unos de esos macarras de ceñido pantalón a los que cantó Sabina. A la Panda del Moco, a sus miembros, los sucederían la siguiente década, la de los noventa, otros tipos igual de duros, una suerte de Cobra Kai del Madrid de las urbanizaciones, al frente de los cuales ejercía un trasunto de Johnny Lawrence, al que llamaremos Leyenda. Pero esta sí que es otra historia. Volvamos con la de Karate Kid.

Decíamos que el antagonista de Daniel Larusso bien merecía una secuela y, antes de eso, decíamos que ya la tiene. ¿Que porqué la serie la ha producido Youtube y no cualquier otra plataforma de contenidos? Nos faltan datos para responder. Quién sabe, a lo mejor los productores de Cobra Kai presentaron a Netflix el episodio piloto y el departamento de compras lo rechazó por no haber reservado al omnipresente Pablo Escobar, aun sin venir a cuento, un papelito, siquiera fuera sin frase.

El reencuentro, treinta y cuatro años después

El caso es que Youtube parece haber acertado con el proyecto. Números cantan: desde su estreno el 2 de mayo hasta el mismísimo momento en que se teclean estas líneas, el primero de los episodios ha alcanzado 40.107.105 reproducciones. Y subiendo. No se trata de destripar la serie, pero sí de adelantar el argumento. Treinta y cuatro años después del torneo que les enfrentó -el All Valley Under 18-, Daniel Larusso y Johnny Lawrence vuelven a encontrarse. Solo que algunas cosas han cambiado. ¿Algunas solo?

Larusso, aquel chico que vivía con su madre en un bloque de apartamentos baratos de Reseda y que tenía todas las papeletas para ser un perdedor, ahora es un triunfador con una bonita esposa, un hijo y una hija, casa de ensueño con piscina, acceso a los mejores locales de la ciudad, una interminable lista de contactos y un exitoso negocio de compra, venta y reparación de automóviles, el cual ha hecho de él, aparte de un hombre inmensamente rico, una estrella de la publicidad, con histriónicas apariciones en radio y televisión, siempre aprovechándose de su fama de campeón de karate.

Lawrence, por su parte, es todo lo contrario. Aquel rubio de oro, en sus buenos tiempos el chico más popular del instituto, al que para triunfar solo se le exigía ser él mismo, es ahora un perdedor que amanece cada mañana en un cuchitril entre latas abolladas de cerveza Coors. Por lo que vemos de él en los primeros minutos de la serie, se deduce que hace ya años fue expulsado del paraíso de los resplandecientes casoplones en las colinas, adonde ahora solo regresa para realizar alguna que otra chapuza de reparación con la que, malamente, paga las facturas y también la pensión debida a su ex mujer y al cafre de su hijo. Es lo que Hillary Clinton llamaría un deplorable.

«Pegar primero, pegar fuerte, pegar sin piedad»

Nada de lo anterior se entiende sin el combate treinta y cuatro años atrás en el que, contra todo pronóstico, Larusso se impuso a Lawrence aplicando en su cara la técnica de la grulla que le enseñó su maestro, el señor Miyagi, hoy un próspero criador de malvas. La verdad, ningún otro golpe en Hollywood había cambiado nunca tanto unas vidas como aquel, salvo quizás el puñetazo que George McFly, de Regreso al futuro, le propina a Biff en el baile de fin de curso de 1955.

Sin embargo, en Cobra Kai, la nueva secuela de Karate Kid, a Johnny Lawrence se le da la oportunidad de redimirse de su pasado de matón de instituto, de su presente de broncas de barra de bar y de su futuro más negro que una de las cañerías que a diario le toca desatascar. Básicamente, lo que en su día aprendió de su instructor de artes marciales -pegar primero, pegar fuerte, sin piedad-, ahora lo pondrá al servicio de aquellos chicos víctimas del acoso de sus compañeros, convirtiéndose en su sensei.

No se trata, no, de una de esas series no aptas para diabéticos por su exceso de azúcares. Cada uno de los diez episodios de Cobra Kai está salpimentado con divertidísimos puntazos a cargo de Ralph Macchio/Daniel Larusso y William Zabka/Jonny Lawrence.

El más eficaz de los métodos: la vida misma y aceptarla

 

La verdad es que, a lo largo de todos estos años de sequía, uno y otro han cursado estudios de comedia en la mejor de las escuelas y con el más eficaz de los métodos: la vida misma y el saber aceptarla como viene, pero sin tomársela demasiado en serio. Esto explica que, al contrario que tantos juguetes rotos de la pequeña y gran pantalla, ni Ralph Macchio ni William Zabka hayan protagonizado nunca un escándalo de conducción temeraria seguido de resistencia a la autoridad, con la consiguiente foto de frente y de perfil en dependencias policiales.

Más bien, uno y otro, en lugar de hacer de sus vidas un drama por la fama perdida, no han dudado en parodiarse a sí mismos, como en aquel episodio de How I met your mother, donde hacen un cameo, o ese vídeo musical de No More Kings, titulado Sweep the leg, escrito, dirigido y protagonizado por Zabka, joven promesa frustrada del karate, apalancado en un sofá desde hace más de dos décadas, viendo una y otra vez la película que le lanzó al estrellato, y lamentándose de los errores cometidos en aquel célebre combate contra Larusso. Al final, el planteamiento, el nudo y, sobre todo, el desenlace de las historias de los dos, ha sido igual de bienhumorado, pero mucho más feliz, con que…

¡Punto para Larusso! ¡Punto para Lawrence!