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Estos días de lucha contra el coronavirus ha sido noticia algo que nunca debió de serlo: efectivos de la Unidad Militar de Emergencias en el cuartel del Bruc de Barcelona cuadrándose al son de la marcha real. Que unos militares presenten sus respetos a los símbolos de todos en una parte del territorio nacional debería ser la regla, no la excepción. Sin embargo, todavía hay quien se ofende; más lo harán cuando conozcan la historia de la batalla y del tamborilero de los que toma su nombre el Bruc.

Junio de 1808. Napoleón se ha enseñoreado de España. Por todas partes surgen juntas que llaman a sublevarse contra el francés. Cataluña, con Manresa a la cabeza, no es una excepción. Para sofocar el levantamiento, Napoleón envía al general Schwartz al mando de una expedición punitiva compuesta por 3.800 hombres, veteranos de distintos frentes.

Contra todo pronóstico, las partidas guerrilleras hacen retroceder a la columna en el Bruc, un paso montañoso junto a las crestas de Montserrat; Schwartz solicita refuerzos y vuelve a la carga. Y justo cuando los rebeldes no podían sostener su posición un instante más, comienzan a redoblar tambores, cientos de tambores, miles. Los franceses, temerosos de ser derrotados, se retiran.

No hubo tales tambores. Solo uno, el de Isidro Llusá, un muchacho de los alrededores. ¿Qué pasó? Que su redoble, amplificado por el eco de las montañas, generó la impresión de un formidable ejército acudiendo al rescate de los resistentes.

Mal que pese a los ofendiditos, Isidro, igual que los somatenes del Bruc, igual que Rafael Casanova un siglo atrás, luchó por la libertad de toda España. Como hoy el ejército arriesga su vida para salvar la de todos los españoles, también en Cataluña.