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En 1883 se celebraba en Madrid el Congreso de Geografía colonial y mercantil, allí nacerá la Sociedad Española de Africanistas y Colonistas, la misma que comenzó a pedir permisos al gobierno para exploración de los territorios africanos “libres”, aquellos que no formaban parte de ninguna esfera de influencia europea.

En 1884, gracias a esta Sociedad de Africanistas, el gabinete de Alfonso XII pudo solicitar en la Conferencia de Berlín (1884-1885) la ocupación de la península del Río de Oro, en el Sáhara Occidental, pues habían logrado tratados de adhesión con las tribus locales. El protagonista de estos pactos de influencia, favorables al gobierno de España, había sido un militar de origen aragonés llamado Emilio Bonelli.

La expedición bajo su mando, cuyo gasto total había sido únicamente de 7500 pesetas, había logrado una enorme extensión de territorio africano sin derramar una gota de sangre, izando el pabellón español el 4 de noviembre de 1884.

¿Quién era este misterioso oficial español?

Emilio Bonelli Hernando, nacido en Zaragoza el 7 de noviembre de 1855, era hijo de un ingeniero italiano establecido en Aragón y de Isabel Hernando Jaime, su segunda esposa. Años después, cuando fallece su madre, se traslada a Marsella donde se forma y estudia español, italiano y francés. El trabajo de su padre hace que Emilio se traslade en numerosas ocasiones a ciudades como Argel, Túnez y Tánger, donde aprende también el árabe y las tradiciones musulmanas.

Cuando su padre fallece, Emilio, que debe buscarse la vida, solicita trabajo como intérprete en el Consulado de España en Rabat; según nos cuenta Miguel Alonso Baquer (amigo personal de uno de sus descendientes) «tenía apenas 15 años y cobraba 50 pesetas mensuales». Es llamado poco tiempo después a filas (1874), al haber nacido en España, y decide preparar su ingreso en la Academia de Infantería de Toledo, pasando el examen de acceso cuando tiene 20 años.

En 1878, es destinado a Madrid como oficial de Infantería en el Regimiento de la Princesa n4. Aquí combinó su labor castrense con múltiples trabajos bien remunerados, como el de revisar las cuentas del ayuntamiento de Madrid o la de realizar traducciones al español de manuales militares en francés o inglés.

Con estos ingresos “extra” se costeaba sus viajes por África, solicitando muchas veces licencias para permanecer más tiempo en el continente vecino a fin de terminar exploraciones o viajes puntuales que realizaba en solitario por villas y ciudades donde hacía siglos que no pasaba ningún europeo.

El 7 de noviembre de 1882, la Sociedad Geográfica de Madrid le invita a dar una conferencia a la que tituló: Observaciones de un viaje por Marruecos. Ese mismo año publica su libro sobre El Imperio de Marruecos y su constitución: descripción de su geografía, topografía, administración e industria.

También es por estas fechas cuando Bonelli toma conciencia de la necesidad de la defensa estratégica de Canarias, gracias a las demandas de los pescadores canarios que solicitaban disponer de zonas seguras en la costa africana. Esto era debido a los numerosos incidentes que llevaban ocurriendo desde hacía algunos años, como el de los secuestros de los pesqueros “Aventura” y “Manuela” apresados en Cabo Bojador por tribus saharauis.

Será Cánovas del Castillo quién le dé la autorización pertinente para lanzar una expedición. Después de todo, además de las necesidades isleñas, el tomar posiciones sobre el territorio occidental africano podría dotar a España de un prestigio internacional muy necesario en aquellos tiempos en que Francia, Inglaterra y Alemania parecían tener el mundo bajo sus pies.

Los preparativos de la expedición

En 1884, Bonelli prepara en la Isla de Tenerife su viaje a Río de Oro, según lo ordenado por el gobierno, debería tomar posesión de una antigua factoría pesquera británica, reclamada por la Sociedad de Africanistas el año anterior y con el respaldo jurídico del tratado hispano-marroquí de 1861 por el que España tenía derecho a establecerse en Santa Cruz del Mar Pequeño (futuro Ifni). Bonelli estudia este tratado además de los anteriores, realizados por Jorge Juan en 1767 y de González Salmón en 1789, de los que extrae la idea clara de que las tribus saharianas y sus emires llevaban años negándose a aceptar la autoridad del Sultán de Marruecos, con lo que, a todos los efectos, los territorios del Sáhara no pertenecían al Imperio magrebí y los tratados debían hacerse de manera individual en cada territorio saharaui.

Emilio Bonelli, con su goleta “Ceres”, mandada por el capitán de fragata Pedro de la Fuente, zarpó de Tenerife y fondeó en Cabo Bojador, Río de Oro, en Angra de Cintra y en Bahía del Oeste analizando la costa. Posteriormente desembarcó, el 4 de noviembre de 1884, en la península de Río de Oro, donde estaba el pontón de la Compañía Africanista. Allí ordenó la construcción de una caseta de madera con un mástil donde izará la bandera española, plantando así la semilla de la futura Villa Cisneros, nombrada así en honor del cardenal que impulsó la conquista de Orán y Mazalquivir en tiempos de los Reyes Católicos.

A continuación montó casetas similares tanto en la Bahía de Cintra, a la que bautizó con el nombre de Puerto Badía, en honor a Domingo Badía (más conocido como Ali Bey), y en Cabo Blanco que denominó Medina Gatell, en recuerdo de Joaquín Gatell.

El reconocimiento de la soberanía española

Tanto en Río de Oro como en Cabo Blanco, Bonelli negoció en árabe con los qaides de los asentamientos costeros (los “moros de marea”) una serie de acuerdos por los que las kabilas de la zona aceptaban su adhesión a España. En estos tratados se incluía la contratación de numeroso personal nativo para trabajar en las factorías pesqueras y salazones por las que recibirían un sueldo.

El 26 de septiembre de 1884, Alfonso XII confirmó esas actas de adhesión kabileñas remitidas por Bonelli y, mediante Real Decreto de 26 de diciembre del año 1884, declaró el Protectorado español sobre la costa atlántica entre los Cabos Blanco al sur (20º) y Bojador al norte (27º). Mientras tanto, las factorías ya estaban en funcionamiento, los pescadores canarios tenían refugio y los nativos tenían trabajos bien remunerados. Es por esto último, por tener nativos a sueldo pertenecientes únicamente a los “moros de marea”, por lo que la tribu de los Ulad ba Amar, que se habían quedado fuera del acuerdo (al ser del interior), atacan las factorías acusando de haberse quedado marginadas con respecto a sus vecinos.

Durante los ataques, muchos cayeron asesinados, españoles y saharauis del litoral. Edificios y pontones fueron saqueados e incendiados, la actuación del líder de los Ulad bu Sba (Sidi Ahmed el Vali), la tribu más poderosa de “las mareas”, protegió a los supervivientes e impidió que la masacre fuese mayor.

La búsqueda de la paz

Para que no sucedieran males mayores, en mayo de 1885, Emilio Bonelli es nombrado comisario regio para el África Occidental de forma urgente creándose también una pequeña guarnición militar en la península de Río de Oro. A su retorno, recuperó el favor de las tribus alzadas e incluso organizó expediciones hacia el Sáhara para negociar y establecer acuerdos comerciales con otras tribus nómadas y kábilas del interior; muchas veces acompañado por su amigo Ahmed el Vali y por un ceutí llamado Mohamed el Madanni que había servido en la Compañía de Tiradores del Rif. En estas expediciones recorrió más de 400 kilómetros tratando de encontrar la paz y el equilibrio entre España y los habitantes del Sáhara.

En sus publicaciones siempre habló de manera admirable de los saharauis, subrayando siempre su independencia. También, en sus recomendaciones al gobierno, descartaba siempre una penetración armada optando por una política de acercamiento basada en el comercio y la ayuda mutua; eso sí, siempre aconsejando crear un «buen servicio de confidentes» utilizando para ello a las mujeres de las tribus. Así describió Bonelli el Sáhara occidental; como digo, siempre separadamente de Marruecos:

«Desde el límite occidental de los dominios del emperador de Marruecos, hasta los dominios franceses de Senegambia, existe una región conocida generalmente con el nombre de desierto del Sáhara, poblada por un número muy considerable de habitantes fanáticamente musulmanes en estado inconcebible de salvajismo, sin autoridad y gobierno a quien prestar formal acatamiento, constituyendo tribus nómadas en constante lucha con sus vecinos y faltos de todo comercio porque carecen de mercados donde colocar sus productos y adquirir las mercancías que necesitan (…)».

Numerosas anécdotas de película acompañan estas exploraciones de Bonelli y sus amigos. Desde su paso por la Guinea española a la expedición que organiza cuando Inglaterra, por medio de la Sociedad Geográfica de Londres, le solicita que encuentre los restos de una expedición perdida en 1881, la del coronel Flatters, encontrando sus restos y averiguando que habían sido asesinados por tuaregs.

Nada tiene, pues, de extraño que Emilio Bonelli recibiera innumerables condecoraciones y distinciones, además de que en 1955 para conmemorar el centenario de su nacimiento el Estado Español emitiera una serie de sellos conmemorativos basados en la figura de este adelantado de España en el Occidente africano, el primer hombre que izó la enseña nacional con honores militares en el Sáhara Occidental.

Falleció el 25 de noviembre de 1926 en Madrid, sus restos reposan en la madrileña iglesia de los Santos Justo y Pastor.