Las ventajas de la tecnología en general y de la escritura a ordenador en particular todos las tenemos claras; a cada rato nos beneficiamos de ellas. Hace unas semanas alguien afeaba un tuit con una cita que señalaba algún mal de lo tecnológico por el hecho de estar en una plataforma digital. Me pareció que revelaba un rasgo muy característico del mundo de hoy: polarizar absolutamente todo. Si defiendes X es porque estás en contra de Y. Si crees que las pantallas tienen consecuencias negativas estás afirmando que no ves ninguna positiva.
Además, en este discurso se cuela con facilidad el adjetivo favorito de nuestra época: hipócrita. Uno es tachado de hipócrita cuando no sigue a rajatabla aquello que considera mejor, como si las personas estuviéramos exentas de las circunstancias que nos rodean y, sobre todo, de nuestra naturaleza caída. Uno puede creer que consumir solamente alimentos locales, frescos y de temporada es lo ideal y, sin embargo, tenga que seguir tirando de supermercado para algunos productos porque el sueldo no se estira más.
UN “AYUNO” DE LAS PANTALLAS
Decía, pues, que las ventajas de las pantallas y del acceso a Internet han traído muchas ventajas que todos conocemos y disfrutamos. Como casi todo, no obstante, su uso ya convertido en inevitable acarrea algunas sombras y tampoco somos ajenas a ellas. Dice el cardenal R. Sarah en Se hace tarde y anochece: «Creo que habría que instituir un gran ayuno mediático durante la cuaresma. Los cristianos deberían dar ejemplo de abstenerse por completo de las pantallas durante cuarenta días. Las consecuencias de esta práctica para nuestra relación tanto con Dios como entre nosotros serían muy positivas».
Me parece representativa la sugerencia de Sarah al proponer no que se renuncie totalmente a las pantallas, sino un ayuno, es decir, privarse de forma temporal de algo lícito en pos de buscar lo esencial. La solución no está, pues, en cortar toda tecnología, sino en perseguir que no nos conquiste. Y en este contexto, a pesar de que podríamos hablar de otras tantas cosas, aprovechando que hoy, además de ser san Idelfonso de Toledo, es su día internacional (al parecer no existe ya nada sin su día asignado), venimos a reivindicar la escritura a mano.
Tal vez, el gran tesoro de escribir a mano sea que nos aparta un poco de la inmediatez, de la multitarea, de la distracción fácil a las que nos vemos abocados en nuestra vida cotidiana. Es un ejercicio más lento que nos obliga, por tanto, a la pausa, a saborear el proceso. Requiere un pequeño esfuerzo físico y eso ayuda a la concentración y a canalizar los pensamientos intrusivos, además de favorecer el razonamiento y la creatividad.
De alguna forma, el escribir a mano saca a flote nuestro yo más íntimo; no en vano en las letras que trazamos se encierra información sobre nuestro estado de ánimo del momento, incluso de nuestra personalidad. Reconozco lo escrito no sólo por el contenido sino también por el continente, que es únicamente mío y eso, frente a la impersonalidad de la letra impresa, resulta ya algo hermoso.
LO BONITO DE LA CARTA
Parece una buena oportunidad reflexionar sobre el valor de la carta. De nuevo, nadie niega las ventajas de la mensajería instantánea y del correo electrónico. Y, sin embargo, hay algo poderoso y realmente bonito en la correspondencia postal. Como es lógico, parte del encanto es precisamente que ya no es algo común. También porque saca a relucir el valor de la espera, la magia de no tener controlado con exactitud cuándo se entrega o cuándo se lee. Desvela que el remitente se ha tomado el tiempo de coger papel, de sentarse, de escoger las palabras y las frases, comprar el sello, copiar la dirección en el sobre, ir a echarla al buzón.
Quien la recibe siente la ilusión de ver su nombre escrito en una letra que reconoce entre los sobres impersonales de facturas y los folletos de publicidad. Hay cierta ceremonia al abrirla, al echar una ojeada, en leerla arropado por la cercanía que propicia la letra de alguien, que es sólo suya. La respuesta no se espera espontánea ni concreta, uno puede tomarse un tiempo para pensar antes de sentarse a escribir, puede incluso escribir la contestación a ratos o reescribir aquello que puede decirse mejor antes de enviarla.
La escritura a mano —en carta, en diario o en la lista de tareas de la agenda— nos devuelve un poco a la escala del hombre, a veces prostituida por los ritmos acelerados que marca la tecnología. Lo artesanal, también en lo pequeño, ayuda a que volvamos la vista a nuestra naturaleza: nos humaniza.