Quizá de la Belleza (Cajón de sastre, 2022) sea una obra difícil de clasificar, al no ser un ensayo al uso, por los lectores que no conozcan a Estrella Fernández-Martos. Para los que sí lo hacemos, aunque sea desde la distancia de la red social y el Whatsapp, nos encontramos, en su primer libro, con la mujer, la tuitera, la artista, la hija, la amiga. Con la escritora que descubríamos hace algunos años en las páginas de El Debate de Hoy. Es una alegría que sea así, no solo porque el reconocimento y la coherencia son síntomas de autenticidad y verdad, sino porque una de las muchas virtudes de Estrella es la delicadeza en las formas y la contundencia en el mensaje.
La mirada de la autora sobre las cuestiones que siempre han estado en el corazón del hombre y que cada vez están más desdibujadas por la pérdida de sentido que sufrimos como sociedad es una inspiración y una guía para la reflexión. Una mirada privada sobre la belleza, una colleja contra el adormecimiento de los sentidos, un farolillo de luz festiva que alumbra el camino.
En Revista Centinela hemos charlado con la pintora cordobesa sobre su primer libro, que es tanto como hacerlo sobre los anhelos del corazón, las trampas de la sociedad secularizada, el silencio que hemos desterrado de nuestra cotidianidad o las heridas que la sociedad posmoderna está reabriendo.
Les animo a adentrarse en las páginas de de la Belleza, óleo sobre el lienzo de la esencia del ser humano.
Los textos aparecidos en el debate de hoy sobre la belleza son el germen de su libro, sin embargo, usted ya había escrito antes en su blog y en prensa. Al final, la pintura y la literatura son dos canales de expresión de la belleza. Cuéntenos cómo se gestan ambas vocaciones, cómo se complementan.
Pasé tanto tiempo procurando con ahínco dedicarme a otras cosas más «productivas» para acabar dedicándome a pintar y a escribir, que no me quedó más remedio que ceder y reconocerlas como vocaciones, esos talentos por vivir, y para los que dedicar la vida. Puedo hacer muchas otras cosas pero soy lo que debo ser, sobre todo, cuando pinto y cuando escribo. Y cuando pienso sobre lo que pinto y sobre lo que escribo.
Ambas vocaciones se complementan con naturalidad porque ambas buscan manifestar la misma mente, el mismo cuerpo y la misma alma. Aunque eligen temas distintos una y otra, la complementariedad va evolucionando y voy profundizando en la creación mixta.
En el primer capítulo de su libro usted narra una tarde en el paseo marítimo de Almería. Aquí aparece ya una constante que se mantendrá a lo largo de todo el ensayo: para apreciar la belleza hay que saber mirar. ¿Cómo se educa la mirada?
La mirada se educa mirando, en silencio, un poco de lejos, sin prisa ni juicio.
Puede estudiar para ver una obra de arte, un paisaje o un edificio, y sacar el máximo partido a la visita. Puede no estudiar nada y disfrutar igualmente, aunque de modo distinto. Pero mirar a las personas requiere mirar a las personas, sin más adornos que sus estados de ánimo. Con los años se aprende el arte de mirar sin ocupar su espacio, sin incomodar. Hablamos de mirar a nuestro alrededor, sin artificio.
Podría soltar aquí un rollo enorme y muy elevado sobre el don de la observación y la capacidad de ver a otros, pero no le voy a mentir. En mi caso combinan el don de la observación con la circunstancia de la soledad, que es la que permite mirar a los demás en el entorno compartido. También es importante el silencio. Es necesario para escuchar sus gestos, la falta de prisa para dibujar sus risas o sus movimientos. Así miro a las personas que me encuentro, las considero todas nuevas.
Con esta mirada llegué al libro, a ese paseo marítimo de Almería, por ejemplo.
Sin embargo, a partir del libro he vivido, por vistas de manera consciente, bellezas preciosas: bodegones de neones y sombras nocturnas en locales del castizo Madrid, los trabajos de forja de los balcones y las farolas de España, porque los miro allá por donde voy, los sonidos del viento, las nubes. Es como si aquellos meses me hubieran elevado la mirada. Un balcón, una copa de árbol, un amanecer, una nube, la vida. Insisto en las nubes porque son belleza inagotable.
No hay horizonte pequeño para una mirada ancha.
El cuadro que ilustra la portada del libro es una preciosidad que evoca los claveles de los patios antiguos de Córdoba. Usted lo tiene asociado a su padre en la memoria. Cuéntenos la historia.
Muchas gracias por el piropo al cuadro de portada, es un cuadro muy importante para mí.
Mi padre era un enamorado de Córdoba, de toda ella. Él me llevó a ver los Patios de Córdoba por primera vez. Poco a poco voy conociendo la fiesta y, como todas las cosas profundamente buenas que he vivido, quedaron en barbecho muchos años.
Con el tiempo, Paco Poyato me encargó para ABC de Córdoba unas crónicas ilustradas de los Patios durante el festival. Es durante estas visitas a los patios durante dos años para ABC, y, cada año, para amigos míos, que descubro las antiguas macetas de claveles que sólo tienen algunos. El clavel no es una flor típica de esta fiesta, suelen ser macetas heredadas de generación en generación de algunas familias, colgadas en la entreplanta y que, al contrario que las gitanillas, vuelcan hacia el suelo por su peso, de modo que la flor observa todo el patio, y los visitantes pueden ver toda su belleza con solo alzar la mirada.
Durante el tiempo que escribí el libro, pensaba en la portada y muchas buenas ideas afloraron, pero no me terminaban de encajar. Fui pintando otros cuadros que también se incluyen en el libro. Hasta que llegó el día de escribir la introducción, la motivación del libro. Y ahí estaba mi padre. Pero ya no era el padre de esa niña llena de posibilidades que miraba el mundo por primera vez, sino el padre de una mujer que no tendría continuidad en la historia. Así llegaron esos claveles a mi mente, esas bellezas color pastel que bebían de raíces mejores, más antiguas y más altas, a las que sólo puedes honrar reconociendo la belleza del lugar donde te han hecho crecer, colaborando humildemente con ella, si es posible, y aspirando a la Belleza mayor de la que beben todas las flores.
Hablando de su padre, él fue el que le aconsejó usar la belleza como guía, como medida de lo correcto.
Bueno, no exactamente.
Mi padre me recomendó que buscara «lo Bueno, lo Cierto y lo Justo», porque donde estuvieran esas tres, estaría Dios. Y sería hermoso.
Esto es importante porque hay evolución entre lo recibido y lo propuesto, pues mi padre me entrega la Belleza como adorno sine qua non las demás no son plenamente, mientras yo la he descubierto en mi interior como esa guía por sí misma, de la que también pueden emanar las demás, esa vara de medir lo correcto. Pero sí, sin duda lo percibo como un regalo de mi padre.
Escribía el otro día Enrique García Máiquez que la fealdad tenía una intención política. Usted dice que se está destruyendo aquello a lo que no se llega y lo relaciona con la creación de individuos débiles. ¿De qué manera ocurre esto?
Uy, ¡con lo bien que estábamos!
Esto ocurre porque los intereses de los que mueven los hilos de nuestra vida en sociedad salen ganando con la creación de individuos débiles y dependientes del Estado. Nada subyuga más la libertad del alma que la fealdad y la debilidad, la mustia in darse uno cuenta porque no se le da la importancia que tiene.
Vivimos centrados en la dominación a corto plazo, en el poder inmediato del hombre, pero nada nos hace menos en mayor medida que la fealdad. Porque estamos hechos para la Belleza, la Belleza es fortaleza, grandeza, bondad, justicia. Es la manera en que nos compartimos, en la que florecemos, nos hacemos mayores: siendo hermosos, y siendo desde nuestra raíz como debemos ser.
Hoy estamos viviendo una doble manipulación: el quebranto de lo que somos y la negación de lo que debemos ser. Se promueve el destrozo del ser humano y se están tomando medidas para el aislamiento de los individuos, lo que conlleva, necesariamente, la debilidad de las personas y del conjunto de la sociedad. Y lo estamos viviendo por imposición de las clases dirigentes con la (delictiva) colaboración de la mayoría de medios de comunicación.
Su libro se titula de la Belleza, pero era obvio que no podía prescindir del resto de trascendentales a lo largo de sus textos. Usted tiene una regla muy sencilla para explicar como se relacionan entre ellas la Verdad -el Bien y el Mal-, la Bondad y la Belleza.
Mi padre me recomienda buscar «lo Bueno, lo Cierto y lo Justo», en un momento en que él ve que he dejado la práctica religiosa de una manera seria y, al mismo tiempo, no he cambiado radicalmente de vida, es decir, sigo viviendo como creo que es bueno.
Desechar la religión que conocía y dar los tumbos que di, me llevó, con los años, a Dios. Y muchos años después de dejar la religión, Dios me devolvió a ella. Pero eso es otra conversación.
Mi padre hace hincapié en los conceptos que yo, inteligente y desengañada con la Iglesia que conocía, puedo humanamente entender y pretender: Verdad, Justicia, Bondad. «Busca, Estrella. Nunca dejes de buscar», me decía. Y en esas sigo.
La Belleza ha sido el regalo de Dios al camino recorrido desde aquella conversación con mi padre, a la búsqueda constante.
Algo importante en ese sentido, es que usted contempla el mundo desde su fe pero se trata de un libro que aporta claves independientemente del credo.
Sí, sí, sí, claro, por supuesto. Porque yo escribo este libro hoy, pero parto de una vida entera, y gran parte de esa vida ha sido una vida sin religión, no sólo en mí, sino también en las personas que son mis referentes. Siempre he tenido inquietud espiritual, eso sí, pero rechazada con intensidad a ratos.
Yo soy hoy porque fui, o dejé de ser, antes.
Por eso me gustaría transmitir que es un discurso para cualquiera, creyente o no, independientemente del momento personal que viva, porque es un texto sobre el Hombre, desde la razón y partiendo de una experiencia vital tan normal y extraordinaria como cualquier otro tiene la suya. A Dios le vale así, bien está.
La Belleza nos une mucho más de lo que cualquier creencia nos pueda separar. He pretendido mirar al ser humano, a nuestra esencia.
Yo hoy miro al mundo con fe, pero mucho de lo aprendido lo aprendí en aquellos años. La fe no nubla la razón ni la capacidad para conversación medianamente inteligente.
Aporto claves para personas libres porque yo lo soy. O aspiro a serlo, al menos.
Comienza la mayoría de capítulos con una pequeña historia y hay algunos textos que estaban escritos desde hacía un año. ¿Era consciente de que su obra hasta el momento tenía el hilo conductor de la belleza? ¿Hay un momento en que tiene que vencer la timidez o el pudor para exponer una mirada privada sobre la belleza?
Sí, soy consciente de que la Belleza es el hilo conductor de la obra porque fue el tema que elegí un fin de año para centrarme y sobre el que reflexionar a lo largo del año que estaba a punto de comenzar. Fue una reacción personal al exceso de ruido, crispación y explosión de fealdades que nos rodeaban. Una necesidad íntima. Así pasé del 2020 al 2021. No quería vivir sólo de lo que nos proponían porque no me gustaba lo que me ofrecían. Me planteé qué podía hacer yo, dentro de mi situación vital, y me propuse este esfuerzo. Fue una buena determinación, sin duda. Ha supuesto enriquecimiento personal y la incorporación de un tema y una disciplina que me acompañarán de por vida.
Si no recuerdo mal, en su pregunta hace referencia a la Belleza de lo abstracto. Fue un capítulo importante. Lo empecé a escribir en Matador, en Madrid, y lo acabé en el Círculo de la Amistad, en Córdoba. Lo escribí íntegramente a mano, en un cuaderno de hojas blancas finas que había sido de mi padre. Escribir a mano me ayuda para encontrar silencio y ordenar el pensamiento.
Como me han dicho algunos lectores, este libro es sensorial, pero no sólo por lo que transmite, sino por lo que he vivido mientras lo escribía.
En relación a la timidez y el pudor que debí vencer para hablar de algunas cosas, le diré que fueron varios momentos, pero tengo paz, así que fue una buena decisión exponerlos.
Se atreve con el urbanismo y es muy crítica con la gentrificación. Los que le sigan en redes sociales sabrán ya que es usted combativa, y sonreirán cuando encuentren cierto tono de denuncia en el libro.
Los que me conocen de verdad, o por redes sociales, sonreirán, sí. Me reconocerán en esas líneas. Amigos míos me comentan, precisamente, que su lectura ha sido como estar hablando conmigo como hemos hecho en tantas ocasiones. Aunque también podrían pensar que he sido demasiado suave. Jaja. Es el primer libro y tiene hebras muy personales, por eso he querido ser delicada. Ya veremos el segundo.
Muchas otras personas que me no me conocen, o me conocen poco, no se lo podrán imaginar. La mayoría, de hecho, piensa que todo el libro es pastel, cuando no lo es. No es un libro agresivo. Pero sí es un libro donde defiendo ideas con firmeza y señalo mucho de lo que nos está rodeando y que no es ni bueno, ni cierto ni justo. Y mucho menos, hermoso.
El silencio es fundamental para un conocimiento personal profundo y quizá, lo más difícil de encontrar en un día a día en el que nos hemos acostumbrado a recibir estímulos constantes. Usted tuvo una dificultad extra para lograrlo, ¿cómo transitamos del ruido al silencio?
La transición del ruido al silencio es una transición del alma.
Cada uno tiene su propio ritmo.
Durante muchos años pensé que mi dificultad ocular me alejaba del silencio, sin embargo, con el tiempo, y siempre después de haber escrito de la Belleza, porque hay limitaciones que hay que verbalizar para librarse de ellas a pesar de seguirlas teniendo, he ido reconociendo distintas fases.
Durante un año viví en un apartamento de la Judería. Sólo podía pintar piezas pequeñas pero escuchaba los pajaritos en mi cuarto de estar y veía la luna, las nubes, y amanecer sobre los tejados y campanarios desde mi cama.
Venía de pasar meses poniendo música relajante para acallar los ruidos y la tensión de la vida y la vida me regaló meses en los que vivir los sonidos y la calidez no estridente del día a día.
Despertar mis sentidos a lo sutil me sigue acompañando, cada vez paso más tiempo sin necesidad de música adicional en un entorno más ruidoso que aquél.
No importa lo que te rodee, a veces, simplemente, no puedes con el silencio, como la mayoría de las veces no se puede con el ruido.
A día de hoy, aun sonrío cuando me sorprendo haciendo cosas sin sonido ambiental artificial, sin música o sin podcasts. De repente estoy regando mis macetas, entretenida con sus pequeñas hojas nuevas o con las flores del granado y pienso «oh, se me olvidó poner la música». O, estoy pintando y «se me olvidó la conferencia». O estoy cocinando y se me olvidó poner aquella serie.
Estar en silencio tiene mucho que ver con aquello que se está haciendo o que se está orando. Estar presente en tu propia vida, elegir tus sonidos. Ser libre.
Lo más necesario en el tránsito del ruido al silencio, sea cual sea la manera en que se consiga, es la paciencia y la libertad. Entiendo que puede parecer inconexo, pero necesitas la libertad para elegirlo, pues exige mucho esfuerzo, y al mismo tiempo, cada esfuerzo va liberándote, pocas personas más libres que aquellas que pueden aislarse del ruido que las rodea, sin que ello conlleve aislarse de los demás. El silencio es exigente, es cierto, pero el elegido y trabajado es también muy reconfortante.
«Imagine no querer vivir de tal modo que lo último que firme de su puño y letra sea “Pili, te quiero. Eres bonita. Eduardo”». Ana Iris Simón tiene un bello artículo sobre un niño (su hijo) que la mira constantemente y aprende de ella. No solo los niños, los adultos seguimos mirando a nuestros padres. Si tuviera que rescatar la enseñanza más valiosa que aprendió mirando a otros, ¿cuál sería?
De mis padres, el respeto a nuestra libertad y su manera de quererse y de querernos. Y que jamás les he oído hablar mal de nadie, sin importar lo que hubiera pasado.
Y observando a un hombre de Dios que antes vivía aquí, aprendí cómo ama a los demás.
Es muy importante tener referentes de amores y afectos sanos, aunque sean de otros y para otros, porque purifican nuestra manera de querer, liman nuestros propios vicios. Aprender el buen amor es una necesidad para el ser humano y saber reconocerlo cuando lo tienes delante es un regalo.
Ahora me queda hacerlo propio, claro, pero eso es otra pregunta.
Su intuición sobre el asunto de las bondades del dolor es, en cierto modo, rompedora. Afirma que no hay belleza posible en él y que todo lo bueno que pueda traer ya estaba allí antes. La escritora Lucía Martínez Alcalde sostiene que se aprende más del amor que del dolor. Con todo, el dolor llega irremediablemente a la vida de cada uno. Usted le ha mirado a la cara de cerca, ¿qué le diría a quien ahora estuviera transitando esa oscuridad?
Ante el que está sumido en el dolor sí que me pongo las ropas curiales, permítame.
Estoy de acuerdo en lo que dice Lucía del amor, aunque yo voy más allá: el dolor no viene a enseñarnos nada. El dolor nos quiebra. Emocional y físicamente nos deja como un niño pequeño llorando en el arenero de un parque público, mirando a su alrededor, sin comida ni juguetes, sin amigos, a la intemperie, solo. Ese niño puede aprender amor, si recibe amor, como decía san Juan de la Cruz. Pero si lo que recibe es desprecio, soledad y abandono, aprenderá que no vale para otros, se encontrará solo y se levantará preñado de desconfianza. El dolor es el mismo, quien marca la diferencia es el maestro: el Amor o el abandono. Más allá de las excepciones de calado espiritual, humanamente funcionamos así.
Hay que tener muy claro que Dios, con su sufrimiento, no dignificó el dolor por el dolor, dignificó al que lo padecía. No bendijo el sufrimiento, sino al que lo sufría. Es muy importante tener presente esta diferencia porque, muchas veces, confundimos a la persona que padece el dolor con el dolor que padece, y este error nos impide acoger a la persona en su totalidad, y ayudarla, o ayudarnos, de la manera más adecuada, según la necesidad de cada uno. El hecho de que aprendamos mientras padecemos, nos hace creer que el dolor es el maestro. No. El dolor es la circunstancia que revela con mayor rapidez de qué estamos hechos, y de qué están hechos los que nos rodean. Como también desvela, a la intimidad del alma, rasgos de Aquél que nos sostiene.
Probablemente, no haya nada que pueda decir ahora que sirva de consuelo o alivio efectivo al que sufre y lea estas líneas. Más allá de afirmar que no estás solo. La mayoría de nosotros sólo podemos acompañar a quien padece, o estar pendiente desde lejos, si así servimos de mejor ayuda. Pero ese acompañamiento ya eliminaría la soledad que está arrasando a la sociedad.
El rasgón de la soledad, el de la enfermedad, la humillación, nuestra o de nuestros amados, su pérdida, la miseria, nos llevan a perder de vista que, como seres humanos, valemos mucho más allá de nuestra propia productividad y autonomía. No importa con cuantas capas de incomprensión y legislación de muerte quieran ahogar nuestra vida, a base de acentuar nuestras carencias y enterrar el sentido vital último del ser humano. Sólo por ser hoy quienes somos, incluso atrapados en ese pozo de dolor y desesperación, ya estamos siendo más útiles que encabezando cualquier proyecto de aquellos en los que hayamos participado en el pasado, o de los que podamos participar en el futuro. Porque nadie puede hoy amar más que lo poco que pueda amar el que está desesperado, preso, o roto, a quien tenga al lado, o a sí mismo. Por mínimo que sea. Es un enorme esfuerzo de resistencia y asfixiada confianza que bebe directamente de la ley natural que ilumina al Hombre.
Esto no es consuelo para nadie porque no solventa la causa del dolor, que es lo que urge al que está sufriendo o tiene hambre.
Porque, quién habla de amar cuando ni siquiera se puede respirar casi, ¿verdad? Si está uno ya ahí, al filo, para dejarse caer del todo y terminar de una vez con este agotamiento que arrasa, para qué seguir. ¿Qué garantías puedo ofrecer para que confíe en que esto pasará o, al menos, conseguirá llevarlo mejor? Ninguna, no puedo ofrecer garantías. Sólo sé que sucede, lo he visto. De repente un día respirará hondo. Y muchos otros días, no, es cierto, porque para el que está caído sigue siendo aún profunda noche.
Pero sí puedo asegurar que el ser humano, también en sus circunstancias de mayor dolor y más profunda soledad, aunque no lo percibamos, está sostenido por la suave luz de la mañana.
¿Cómo ha seleccionado los cuadros que se reproducen en el libro? Sólo tengo una queja: hay pocas buganvillas. Se le dan muy bien y son una planta que, en su sencillez tiene una belleza asombrosa. Diría que es así porque no es serena, es una belleza jaranera.
Jejeje. Jaranera y pillina, porque sus flores no son las que generalmente se piensa, que son hojas. Su flor es la menuda blanca que brota de las brácteas, sus hojas de color. Me encanta la Buganvilla. Tengo el privilegio de pintarla de cerca y de lejos, pero también de poder vivir cerca de ella, aquí hay muchas. Mi próxima ilusión es que crezca una buganvilla en mi balcón, le iré contando. Y pintando.
En cuanto a los cuadros que ilustran de la Belleza, durante un tiempo pensé que debían ser todos cuadros nuevos, pintados ad hoc. Pero una vez pintados los nuevos, paré. Fue mi amiga Ana De la Morena, escritora también, quien me sugirió que si el planteamiento filosófico era vital, ¿por qué no iba a serlo la obra pictórica? Efectivamente, esa era la pieza que faltaba, cuadros que había pintado anteriormente y que eran importantes para mí.
En cuanto a lo de que hay pocas buganvillas, no se preocupe, pintaré más.