Skip to main content

Solo tres días después de que Fidel Pagés desembarcara en Melilla, sucedió el desastre del Barranco del Lobo, con más de cien militares españoles muertos y cerca de seiscientos heridos. Con su plaza de médico recién ganada, el joven Pagés iba a poder practicar todo lo aprendido durante la carrera. Melilla entera era un hospital al borde del colapso.

No fue esa su única experiencia bélica, aliviando el dolor de los heridos. Como médico en la legación española en Viena durante la I Guerra Mundial, Pagés inspeccionaría los campos de concentración donde se hacinaban los prisioneros.

En Europa central como en el norte de África, nuestro héroe ejerció la medicina con carestía de medios, en mitad de pésimas condiciones de higiene, más allá del límite de su resistencia, obligado por las circunstancias a la improvisación, manchándose de sangre el blanco de la bata, cara a cara con la muerte, rondándole la cabeza una pregunta: si no sería posible una anestesia que no pusiese en peligro la vida de los pacientes. Años después, Pagés mismo daría la respuesta: la epidural.

Su descubrimiento no habría sido posible sin tantísima experiencia acumulada sobre el terreno, en momentos de gran tribulación, como estos que vivimos ahora. ¿Y si entre los profesionales españoles que hoy se juegan el todo por el todo se escondiera el futuro autor de un avance científico en beneficio de la humanidad? Si así no fuera, de cualquiera de ellos podrá decirse lo que de Pagés reza una placa conmemorativa: sirviendo a la patria enalteció a la ciencia.