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“Vasto, gordo, exquisito, dandi, cínico, culto y brillante”, según el retrato que Francisco Umbral hizo de él, Agustín de Foxá llegó en 1941 a una Finlandia en guerra con la Unión Soviética, con la difícil tarea de representar a la España de Franco en un país aliado del Eje y abandonado por las potencias occidentales.

Agustín de Foxá, III conde de Foxá y IV marqués de Armendáriz.

El país nórdico participaba desde finales de junio en la invasión alemana de la Unión Soviética: la Operación Barbarroja, en la cual las fuerzas finlandesas luchaban principalmente en las regiones de Carelia, el lago Ladoga y Leningrado. El sitio de esta última ciudad dio comienzo en septiembre de 1941, convirtiéndose en uno de los episodios más cruentos de la II Guerra Mundial. Allí morirían más  de un millón de personas.

Como escribió Andrés Trapiello en su monumental obra Las armas y las letras, Foxá fue uno de los escritores falangistas que ganó la guerra pero acabó perdiendo la posteridad literaria. Solo una de sus obras, la novela Madrid de Corte a Cheka, ha sobrevivido medianamente al olvido, olvidándose el enorme éxito que tuvo durante el franquismo como articulista por su gran calidad de prosa y, también, por su personalidad ingeniosa y arrolladora que ha dejado multitud de frases célebres.

Quince españoles en Nastola

En el país nórdico el español compatibiliza su labor diplomática con la escritura de poemas y de una serie de artículos para el diario ABC, que han sido recopilados en A las orillas del Ladoga (Renacimiento, 2019) junto con las cartas e informes que escribe desde este frente de la contienda mundial.

Gordo y bon vivant, al poco de llegar a la legación diplomática tuvo que dejar el confort de sus oficinas para convertirse en aquello que no había sido nunca: un hombre de acción. Con traje de nieve y trineo de perros, el conde, acostumbrado a la vida de los salones aristocráticos europeos, recorrió durante días el desierto helado, a decenas de grados bajo cero, hasta llegar a Nastola, donde los finlandeses habían capturado a unos chicos españoles que combatían del lado de los soviéticos. Era diciembre de 1941, hace poco más de 80 años.

Contaría la aventura en el artículo Quince españoles en Nastola, en ABC. Desde entonces, buena parte de su labor en el país consistió en socorrer y repatriar a aquellos “niños de la guerra” mandados por la República a la URSS durante la Guerra Civil que ahora, ya adolescentes o jóvenes, luchaban con los soviéticos y caían prisioneros en manos de fineses o alemanes.

Con Malaparte en San Petersburgo

La noticia de la existencia de este grupo de cautivos españoles le llegó al diplomático a través de Kurt Erich Suckert (Prato, Italia, 1898), conocido como Curzio Malaparte,  que estaba en este frente como corresponsal del Corriere della Sera. A Finlandia había llegado tras una de sus múltiples encarcelaciones en la prisión romana de Regina Coeli. Destacado ideólogo del régimen fascista, participó en 1922 en la misma marcha sobre Roma con la que Mussolini se hizo con el poder, pero fue virando ideológicamente hasta acabar criticando al dictador italiano.

Se convertirían en amigos y aliados inseparables durante la estancia de ambos en el país nórdico, visitando juntos tanto los despachos ministeriales como zonas de combate. Durante la Semana Santa de 1942 recorrerán el frente de Leningrado donde, escribe el español,  contemplan “bajo un cielo malva, dolorosamente morado, nazareno”  la “silueta azuleante de la que fue la más bella ciudad de Europa”. La antigua San Petersburgo, “construida por la voluntad del zar Pedro, con piedra de Carelia sobre los fangosos pantanos del Neva”, resiste un asedio que se prolongará hasta enero de 1944.

Un mundo que desaparece

En el artículo Viaje al frente del Ládoga, escrito en abril de 1942, Agustín de Foxá contempla “Leningrado en silencio, sin alegría, con su cinturón de muertos, su peste, su tifus y su miseria, bajo un cielo sin esperanza.” Junto a él, Curzio Malaparte, “apoyado en el parapeto de nieve”. Dos escritores de enorme talento, dos personalidades complejas y contradictorias, sensibles, que se sienten hermanadas en la contemplación de la barbarie que les acecha.

Curzio Malaparte

Esta experiencia, en uno de los frentes más duros de la Segunda Guerra Mundial, llevaría al italiano a escribir Kaputt (1944) obra que, según muchos autores, refleja a la perfección el drama y el sufrimiento de Europa, siendo, sin duda, un ejemplo de la mejor literatura nunca hecha sobre la guerra y sus consecuencias. Malaparte convierte a Foxá en personaje principal de Kaputt. Le atribuye una gran cantidad de diálogos que concuerdan con la personalidad del español, le acompaña por sus correrías por los ambientes diplomáticos de Helsinki y en varios de sus viajes al frente.

La célebre Kaputt, algo así como roto en alemán, tiene como fondo la decadencia de la cultura europea, transformada en el monstruo de la guerra que muestra la enfermedad moral del ser humano contemporáneo. Curzio Malaparte, por los campos de batalla y los centros de decisión de la Europa nazi, a pesar de estar al servicio del Eje, se presenta así mismo como adalid de las víctimas, de los desheredados que va encontrado por este camino trágico. Foxá es su acompañante de lujo, un virgilio conservador y aristocrático que anhela la belleza de un mundo que ya no existe y que se apena ante el mundo deshumanizado que las armas de guerra modernas y los totalitarismos han creado.