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Hace unos meses saltó a los titulares el término hardballing. Una nueva (¿?) tendencia en esto del ligar. Me pareció interesante porque desde hace años escucho quejas y veo descontento entre mis amigos y amigas solteros sobre cómo está el mercado de las citas. Pinché en una de las noticias para descubrir el novedoso método que iba a solucionar la vida a tantas personas. La definición que encontré fue esta: «Sé sincero y explica tus intenciones y expectativas de inmediato, incluso antes de la primera cita». En otros medios resumen hardballing como «citas con intención». ¿Esto es todo?

Me pareció curioso que fuera noticia una forma de hacer las cosas en las relaciones de pareja que en sí no tiene nada de innovadora. En un segundo momento pensé: ¿De dónde partimos para que esto se destaque y hasta le pongan un nombre específico?

Venimos de mucho cansancio y mucha saturación. En el mismo campo se cruzan, se rozan y se chocan quienes solo quieren sexo y quienes anhelan un amor para siempre; quienes desesperan por un anillo en el dedo anular y quienes tienen fobia a todo lo que huela a compromiso; quienes saben lo que quieren en su proyecto de vida y quienes van dando tumbos…

La erosión del compromiso

Las apps de citas solo han agravado problemas ya existentes. El sentimentalismo galopante, el mito de la media naranja y creer que la perfecta compatibilidad debe ser un punto de partida llevan lastrando relaciones desde hace tiempo: si la cosa no fluye, si aparecen las crisis, si llega el momento de poner en juego algo más que las emociones… los implicados deciden pasar a lo siguiente, porque «mi media naranja tiene que estar en algún lado y esta persona no lo es, porque si no, todo nos iría bien sin problemas».

«¿Cómo me voy a prometer con alguien si no sé si en un tiempo aparecerá alguien mejor?», me decía un compañero hace casi veinte años. No es nuevo tampoco este pensamiento de que uno siempre podría encontrar a una persona con la que encajar mejor, o más fácilmente, o que sea más guapa, o más divertida… Aunque las apps de citas lo han magnificado: el catálogo no es infinito, pero casi lo parece.

El ghosting es otra de esas actitudes nefastas que, aunque haya recibido el nombre hace solo unos años, acompaña al arte —o poco arte— de ligar desde siempre. Eso sí, sin duda se ha visto alimentado por el escenario donde ocurre gran parte de todo el proceso de conquista y seducción: el mundo online. Resulta más sencillo desaparecer de la vida de alguien con quien has tenido un contacto más bien superficial, con quien no has arriesgado nada, a quien puede que ni siquiera hayas visto en persona.

Recuperar la costumbre de la sinceridad

El lenguaje de los abanicos casi resulta más claro que los mensajes llenos de indirectas —cuando no mentiras— a los que parece que nos hemos acostumbrado en estas dinámicas de ligoteo. La comunicación deficiente alimenta expectativas con una base hecha de humo. Si las relaciones sanas se construyen sobre el aprender a ser expertos en el otro, y para conocerse la comunicación es clave, anclarse en la ambigüedad es como estar construyendo sobre arenas movedizas. Así se explican no solo las frustraciones —al ver las expectativas desvanecerse— sino también la desconfianza: una mirada de sospecha hacia el otro y un escudo siempre preparado protegiéndose a uno mismo.

Con este panorama, es más que comprensible que el hardballing sea tendencia. Y, a la vez, supone un signo de esperanza: nos estamos dando cuenta de que hay otro modo de hacer las cosas. Ante la falta de compromiso y sinceridad, la ambigüedad, los juegos de poder… lo lógico es apostar por la comunicación honesta, clara, serena. Poner las cartas encima de la mesa desde el comienzo no te garantiza que vaya a salir bien, pero sí puede ayudar a vivir el proceso sin dramas, sin agobios, sin presiones.

Ya en febrero de 2020 (antes de que se acuñara el término hardballing) la youtuber Lauren Chen, en un vídeo de PragerU, hablaba sobre lo complicado que podía ser el mundo de las citas y exponía que, parte del problema residía en que la gente comienza una relación con visiones completamente diferentes de lo que esperan de ella. Un problema de expectativas. Como solución posible proponía «tener citas con un objetivo: el matrimonio»: «Si esa relación parece que tiene futuro, habla sobre ello cuanto antes. Si esa relación parece que no tiene futuro, ¿por qué estás en ella?».

Aunque el hardballing no es una manera de hacer exclusiva de quien busca algo serio, al menos ayuda a identificar rápidamente si los aspectos que cada uno considera básicos para una relación se tienen en común y si se coincide en qué está buscando cada uno en esa cita.

Un café es un café

Kerry Cronin, profesora del Boston College y creadora del dating assignment, lo resume con una frase que yo había escuchado antes a un profesor en la universidad: «Un café no es una propuesta matrimonial». Esto es: no se trata de salir de la primera cita con un anillo (ni mucho menos), pero sí de poder irse conociendo, con paz, a partir de un punto común, desde la tranquilidad de estar enfilando los pasos en la misma dirección.

Hace más de diez años, Cronin ya tenía esta inquietud por sus alumnos: constataba una cultura del sexo ocasional predominante entre los universitarios pero, al mismo tiempo, veía que los jóvenes carecían de las habilidades suficientes para entablar relaciones de más de una noche.

Empezó entonces a proponer un trabajo diferente en su asignatura para quien quisiera subir nota: tener una primera cita. El reto consistía en que había que tener en cuenta una lista de condiciones, que, por otra parte, no eran nada del otro mundo más que sentido común pero que, para sus alumnos —como para muchos de su generación—, suponía un modo nuevo de hacer las cosas: pedir la cita cara a cara, que quede claro que se trata de una cita, que quien invite sea quien proponga el plan, que el plan no cueste más de 10 dólares, que no dure más de 90 minutos —mejor quedarse con ganas de más—… Además, Cronin les explicaba que no se trataba de proponer invitaciones a diestro y siniestro sino de preguntarle a alguien que, al menos, les interesase un poco como algo más que un amigo.

En 2016, el documental The Dating Project recogía la experiencia de Cronin junto con testimonios de solteros de diferentes franjas de edad que contaban cómo vivían su soltería: las preocupaciones, las inquietudes, los obstáculos; y declaraciones de expertos. Una de esas voces especializadas es la psicoterapeuta Lori Gottlieb, que afirma en el documental: «El arte de las citas no existe ya. Y, como no hay reglas, la gente está muy confundida y ni siquiera saben si cuando están quedando con alguien se trata de una cita o de qué. A veces ni siquiera son conscientes de que una persona puede estar pensando que está teniendo citas con la otra persona y esa segunda persona no lo está entendiendo así». Y añadía: «Ponemos mucha intención en el trabajo y en otras cosas de la vida menos para la decisión tan importante de la persona con la que quieres compartir tu vida».

Los críticos con el hardballing señalan que se puede caer en un sincericidio o en que esas primeras citas parezcan más bien un interrogatorio policial. Pero entre esto y el esquivar constantemente los temas importantes, hay un campo de acción muy amplio. Algunos ven en las «citas con intención» un deseo de querer tener todo controlado, algo utópico en el campo de las relaciones humanas. Pero el planteamiento no es el de ir con una checklist que el candidato tenga que completar satisfactoriamente para pasar a la siguiente fase sino partir de unas intenciones claras que no lleven a engaño. No se trata de tachar a nadie porque tiene un trabajo aburrido y no sabe bailar, sino de saber qué significa esa primera cita para él, qué expectativas tiene, cómo entiende las relaciones de pareja…

Llámalo hardballing, citas con intención, madurez afectiva o como quieras: es una buena noticia que recuperemos ciertos hábitos sanos cuando nos lanzamos a buscar pareja.