Skip to main content

Tengo una mala noticia y una buena. La mala es que vuelve ‘Sexo en Nueva York’. La buena es que lo hace sin una de sus más insoportables protagonistas, Samantha Jones. Al parecer sus pésimas relaciones con el personaje principal de la serie, Carrie Bradshaw (la actriz Sarah Jessica Parker es la que da vida a la pesadilla con Manolos), han obrado el milagro.

Claro que, si usted es de las que salivaba cual perro de Pávlov cuando oía el titutitutitu ti tititi  de la sintonía de cabecera, no tengo ninguna buena noticia que darle sobre su vida. En ningún ámbito.

He visto la serie. No sé si completa y en ningún caso lo he hecho siguiendo el orden de capítulos o temporadas, pero lo suficiente como para no dar crédito al ejército de mujeres que siguen lobotomizadas por una pandilla de treintañeras hedonistas con el argumento de “la amistad entre mujeres y las relaciones con los hombres” como falsa bandera. Para los que mantengan su espíritu virgen y no hayan formado parte de los 10,4 millones (de norteamericanos, desconozco las cifras en España) que vieron el último capítulo, les pongo en antecedentes:

Sexo en Nueva York (Sex and the City) es una producción de HBO que comenzó a emitirse en 1998 hasta 2004. En total, 94 capítulos repartidos a lo largo de un via crucis de 6 temporadas. Dos personas tienen reservado su círculo en el infierno por ello: Michael Patrick King -productor ejecutivo, guionista de la serie original y director de las dos películas que surgieron como spin off de la misma- y Candace Bushnell.

El comienzo de todo

Candace Bushnell

Centrémonos en ella. Bushnell nació en 1958 en Glastonbury (Connecticut) por lo que ya es sexagenaria. A finales de los setenta, cuando aún era una estudiante en la Rice University, descubre la city. Concretamente Studio 54, en Broadway. Abandonó la universidad y trató de sobrevivir buscando trabajos como actriz o modelo pero finalmente se rindió a la evidencia y comenzó a escribir. En 1993, contratada por The New York Observer escribía columnas sobre alcohólicos rehabilitados o yonkies que recaían al llegar a Nueva York. A sus 35 años apenas llegaba a fin de mes, pero era el alma de la fiesta. En el periódico le proponen que escriba sobre sus correrías y las de sus amigas y así nace la columna “Sex and the city”. Candace  firmaba sus crónicas con el pseudónimo de “Carrie” para que sus padres no pillaran que no era un modelo de virtud en su neoyorkina cotidianidad. Pronto comienza a rodearse de lo más granado de Upper East Side y a escribir sobre el estilo de vida de todo NY. La popularidad de Bushnell sube como la espuma y ella traba amistad con diseñadores, esposas de ricos magnates o escritores malditos; Bret Easton Ellis, uno de sus íntimos, se quejaba a ella de que la gente pensaba que era un psycho-killer cuando escribía American Psycho. Por aquella época conoció al empresario editorial Ron Galotti, alter ego de Mr. Big, protagonista masculino de la serie que logra dividir a la audiencia femenina con sus maneras de hombre anticompromiso pero forrado, guapo y masculino.

La columna de Bushnell, con la que pretendía tomar el pulso a la alta cuna y la baja cama de la ciudad, se convierte en lo más leído del periódico. En las oficinas de la city los faxes comienzan a arder con cada reenvío y muchos de los que compraban el New York Observer lo hacían sólo por leerla. Aquella crónica social y personal acabó dando agradecidos hijos: un libro, la serie y dos películas.

En palabras de Nicole Clemens -presidente de Paromount TV, plataforma que producirá la nueva serie: “El libro y la serie original sirvieron como piedra de toque para toda una generación de mujeres, incluida yo misma”.

Lo cierto es que Sexo en Nueva York se convirtió en un icono del empoderamiento femenino y abrió las puertas a hablar del sexo de las mujeres en la televisión. Como segunda derivada, trató el tema de la amistad entre mujeres como el paroxismo de la felicidad y la seguridad. No pocas aspiraron a tener amigas que les llevaran un trozo de tarta de la mejor pastelería de la ciudad cuando sufrían una ruptura sentimental o que las ayudaran a elegir carísima lencería para una cita, en una muestra radical y profunda de lealtad sin límites. Ni Aristóteles en su Etica para Nicómaco la hubiera definido mejor.

¿Sólo? No, claro que no. La industria no da puntada sin hilo. No regala “valores”, aunque sean equivocados, altruistamente.

El product placement en el Séptimo Arte

Hollywood ha sido un escaparate más para muchos diseñadores. Tomemos como ejemplo  a Richard Gere o Kevin Costner vestidos de Armani en American gigolo Los Intocables de Eliot Ness (respectivamente); a Robert Redford de Ralph Lauren en El gran Gatsby; a Mila Jovovich de Jean Paul Gaultier en El quinto elemento; a Jude Law de Margiela en el remake de Alfie y a Audrey Hepburn de Givenchy, en Charada

Carrie Bradshaw, personaje interpretado por Sarah Jessica Parker

La infausta época de Pierce Brosnan como James Bond inaugura un nuevo «género» del Séptimo Arte, el del product placement. En ese momento se empieza a abusar de esta técnica de marketing hasta límites insospechados; en ocasiones, una se pregunta si lo que acaba de ver es una película o un spot publicitario de dos horas. Pero el público se muestra dócil y se entusiasma con la idea. No importa que el dinero de las marcas desnaturalice personajes y guiones haciendo, por ejemplo, que James Bond conduzca un coche alemán con un traje italiano, como si fuera un director comercial; o que hasta la secretaria de Carrie utilice un bolso edición limitada de Louis Vuitton. Lógicamente, Sexo en NY pertenece a ese tipo de cintas donde casi todo está supeditado, de una manera bastante burda, a la puesta en escena de cuantos más productos, mejor.

Si se considera sólo el punto de vista estético, el universo preciosista de Mad Men ha influido más en la moda que Sexo en NY. Pero Carrie y sus amigas tienen ese aire facilón y ligero de revista de peluquería. Por eso levantan pasiones entre una audiencia a la que han educado en trapitos. Sexo en NY no es más que un trabajo de estilismo que tuvo la originalidad de hacer de la ciudad de los rascacielos un personaje más. Por lo demás, una concepción del mundo superficial y petarda, que no le interesa ir más allá del show, de la champagne society y de proponer a Carrie Bradshaw como modelo hasta que presenten a la siguiente, en una oligofrénica búsqueda del perfecto consumidor.

¿Todavía hay sexo en NY?

Y de esta manera les ha llegado el turno a la generación de las que ahora se encuentran en la cincuentena. La nueva novela de Candace Bushnell (casada finalmente en 2002 con Charles Askegard, bailarín principal del NYC Ballet, y divorciada en 2011) se titula: ¿Todavía hay sexo en NY?

Clemens, que producirá los 10 capítulos de la nueva serie esta primavera (con el nombre de And just like that) vuelve a la carga: “Estamos encantados de poder continuar esa conversación desde el punto de vista de mujeres de más de 50 años y responder: ¡Sí! Hay más sexo en NY”.

Las protagonistas de «Sexo en Nueva York»

Hay que reconocer que no dejan solas a sus criaturas. Después de desviar el foco de miles de jóvenes seguidoras a base de cupcakes, cosmopolitans, bolsos para los que necesitan ahorrar dos años y sexo casual, pretenden reafirmar su mensaje. Atisbábamos una glamurización de la segunda vuelta. De la sordidez de la vida de mujeres maduras que hacen de su vida un after. El empoderamiento de las terelus que, según Candace Bushnell, ya no buscan empezar una familia, solo encontrar hombres más jóvenes que les hagan compañía y divertirse. Mucho nos tememos que la frase “desechos de tienta” sobrevuele el discurso de la escritora: “En la actualidad no hay hombres de calidad que quieran mantener una relación”.

No sabemos qué tal les saldrá la jugada, pero por si acaso, les prevengo; Bushnell ha declarado recientemente al Sunday Times que cuando tenía 30 o 40 años no pensaba en tener hijos. Ahora siente que las mujeres que formaron una familia tienen un ancla de la que ella carece.

Sea como fuere, está todo el pescado de la posmodernidad vendido y una ya solo les pide que, por lo menos, en esta nueva etapa, abandonen la cursilería.