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Decía Eugenio Montes en “El viajero y su sombra” que «hay países, como Portugal, que han nacido para ir por esos mundos de Dios. Otros, como Bélgica, parecen haber nacido para que esos mundos de Dios pasen por ellos. […] Portugal es un caminante. Bélgica, tan sólo un camino». Hungría parece compartir una doble condición misteriosa de camino y caminante, de viajero y vía, de encrucijada y de peregrino.

En efecto, situados en la cuenca del Danubio, la llanura panónica y la cordillera de los Cárpatos, los húngaros habitaban una inmensa porción de Europa Central que iba desde Transilvania hasta la costa del Adriático y desde la Voivodina de Serbia hasta Transcarpatia, en la actual Ucrania. Muchas de esas familias no se movieron, sino que fueron las fronteras las que cambiaron. Descuartizada la Hungría histórica por el Tratado de Trianón (1920), los húngaros de los territorios asignados a los nuevos Estados pasaron a ser extranjeros no sólo en su propia tierra, sino en la Hungría histórica que, a partir de ese momento, cambiaba de manos.

El impacto del siglo XX en las comunidades húngaras

Ya había habido movimientos migratorios después de la Revolución Húngara de 1848-1849, pero los terremotos de la historia del siglo XX dieron un impulso decidido a la emigración húngara. Centenares de miles de húngaros partieron en sucesivas oleadas durante el periodo de Entreguerras, después de la II Guerra Mundial, después de la Revolución Húngara de 1956, después de la caída del comunismo… Las comunidades húngaras de la diáspora se extienden, hoy, desde Alemania hasta los Estados Unidos y desde Venezuela hasta Australia. No faltan en Israel ni se los echa de menos en Canadá. En general, han sido capaces de amar a sus patrias de adopción y mantener vínculos con la tierra de sus padres. Recuerdo a un compañero de un curso que lucía con orgullo una camiseta con un árbol y la leyenda “American born/Hungarian roots”, “nacido americano, raíces húngaras”.

También a España llegaron, por cierto, húngaros que se establecieron entre nosotros. Los casos más famosos son los de László Kubala Stecz (1927-2002) y Ferenc Purczeld Bíró, que ha pasado a la historia de nuestro fútbol como Ferenc Puskas. Sin embargo, hubo otros muchos compatriotas suyos que decidieron hacerse, también, hermanos nuestros. Recuerdo, ahora mismo, a Andrés Révész (1896-1970), que llegó a ser el gran experto en Europa Central y Oriental del diario ABC. Miklós Müller (1913-2000) se ganó por derecho propio un sitio en la historia de la fotografía en España y su obra es hoy una de las fuentes documentales más valiosas para conocer la sociedad española de la segunda mitad del siglo XX. Ya habrá tiempo de hablar más de estos húngaros en particular. Volvamos a las demás comunidades húngaras.

En el territorio de lo que fue la Hungría histórica siguen viviendo hoy entre dos millones y medio y tres millones de húngaros, es decir, de ciudadanos de distintos países vecinos de Hungría que conservan la identidad y, en muchas ocasiones, la lengua de sus antepasados. Sería impreciso decir que son extranjeros: no lo fueron antes ni lo son ahora. Sus familias no se movieron de donde estaban. Lo hicieron las fronteras. Este dato es importante para comprender la fuerza de esa identidad húngara.

Extranjeros en su propia tierra

Mapa etnográfico de Pál Teleki

Así, en Rumanía viven aproximadamente un millón doscientos mil húngaros. En Eslovaquia, más de 450 000. En Serbia, en la Voivodina, más de 250 000. En Ucrania, ya lo contamos, unos 150 000. En Austria, en la antigua región húngara de Bürgenland, habitan unos 90 000. En Croacia viven casi 15 000. En Eslovenia, algo más de 10 000.

Todos esos húngaros pasaron a ser extranjeros en su tierra como consecuencia del Tratado de Trianón. Sin este acontecimiento, es difícil comprender la evolución de estas comunidades húngaras en el siglo XX. El mapa etnográfico de Pál Teleki (1879-1941), uno de los personajes más controvertidos y complejos de la historia contemporánea de Hungría, elaborado en 1910, y el de Zsigmond Bátky (1874-1939) y Károly Kogutowicz (1886-1948), empleado en las negociaciones del Tratado de Trianón, muestran la riqueza y vitalidad de aquellas comunidades húngaras que quedaron separadas de Hungría. Esos mapas revelan la dimensión de la pérdida.

La presencia húngara allende su propia tierra

Por otra parte, la diáspora húngara cuenta con comunidades muy importantes en los Estados Unidos (aproximadamente 1.500.000), Canadá (unos 340.000), Alemania (casi 300.000), Israel, Francia y el Reino Unido (entre 200.000 y 250.000 en cada país). Aquí la elaboración de las identidades ha sido distinta. A diferencia de las comunidades de la Hungría histórica, aquí la emigración ha llevado a procesos de adaptación a las sociedades de acogida en las que no se daba el sentimiento de pérdida que sí se dio como consecuencia del Tratado de 1920.

La cuestión de las comunidades húngaras en el territorio de la Hungría histórica sigue siendo un tema importante en la vida política húngara, aunque no tanto como lo fue en el pasado. En la Europa de Entreguerras, la recuperación de los territorios perdidos en Trianón supuso una de las principales líneas maestras de la política exterior húngara. Hoy la situación es distinta. En algunos casos –en nuestros días, el más claro es el de Ucrania– la cuestión de las comunidades de la Hungría histórica aflora rodeada de cierta polémica como las acusaciones de deslealtad que se lanzan contra ellos. Sin embargo, hay húngaros como los enrolados en el 68º Batallón Especial de Transcarpatia, sirviendo en el ejército ucraniano y combatiendo contra tropas rusas. Durante su reciente visita a Ucrania, la presidenta de Hungría, Katalin Novák, visitó Transcarpatia y tuvo sentidas palabras de apoyo y cercanía. Durante el encendido de la primera vela de Adviento en la iglesia reformista de Berehova (Beregszász en húngaro), Novák dijo: «Quince millones de húngaros están conmigo aquí en espíritu».

La vida húngara no ha desaparecido de la Hungría histórica más de un siglo después del Tratado de Trianón.