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La Gran Armada -rebautizada con recochineo por los ingleses como la Armada Invencible- vuelve a ser noticia. Un reciente documental de la BBC reconoce las muchas mentiras con las que Inglaterra ha adornado el suceso a lo largo de las ocasiones, la mayoría de las ocasiones para dotarse de un mito inspirador. Leyendas aparte, esto es, de manera telegráfica, lo que pasó.

Estamos a finales del siglo XVI. España está en el apogeo de su fuerza y triunfa sobre innumerables naciones. Posee América al completo y una parte de Europa, pero también posesiones en África y Asia mereced, sobre todo, a la integración de Portugal en la Corona española.

Del Mediterráneo al norte de Europa

El Imperio español, inspirado por Roma, replica la metrópoli en todas sus posesiones. Y la identidad de la metrópoli, es decir, de España, es la Cruz. El elemento religioso marca la historia de España más que el de ninguna otra nación europea. España se impone a sí misma la responsabilidad de predicar y extender el Evangelio por el mundo. Y es esa empresa, más misional que nacional, la que mueve a España a embarcarse en una guerra, otra más, contra la hereje Inglaterra en 1588.

Si dos décadas antes España frena a los turcos en el Mediterráneo, ahora la fe que España entiende verdadera está amenazada en el norte de Europa. La reforma protestante ha partido Europa. Y si España es, al decir de Menéndez Pelayo, la espada de Roma, Inglaterra lo es del protestantismo. Londres financia a los rebeldes flamencos contra España e infecta de piratas las costas peninsulares y americanas.

Lo cierto es que España maniobró para retener a Inglaterra en el mundo católico: Felipe II contrajo matrimonio con María Tudor, convirtiéndose en rey consorte de Inglaterra. La muerte prematura de la reina eleva al trono a su hermana Isabel. La nueva soberana establece el protestantismo y desata una brutal persecución de católicos, incluyendo a su prima María Estuardo, que es juzgada por traición y decapitada. El hecho causa una gran conmoción en el catolicismo y empuja definitivamente a Felipe II a preparar la que llamaría Grande y Felicísima Armada. El objetivo de la invasión no es la anexión de las islas sino sustituir a Isabel en el trono. En otras palabras: restablecer la fe católica.

El fracaso de la Gran Armada

Y a tal objeto se plantean dos escenarios: mandar una gran flota desde España o trasladar a los Tercios desde Flandes. Finalmente, Felipe II opta por una estrategia combinada y la Gran Armada zarpa de Lisboa el 31 mayo de 1588 con 130 naves, casi 20.000 soldados y 8.000 marineros. Suele ignorarse que los españoles se enfrentan a una Armada inglesa aún más numerosa: 197 naves, aunque de menor tonelaje.

La Gran Armada parte sin su mejor hombre, Álvaro de Bazán, héroe y vencedor de Lepanto, que ha muerto unos meses atrás. Las naves atraviesan el Canal de la Mancha con la orden de evitar el combate con los ingleses hasta alcanzar Flandes y recoger a los Tercios. Los barcos españoles son mas pesados, menos maniobrables y están preparados, sobre todo, para el combate en distancias cortas y el abordaje.

Cuadro de un naufragio de un barco español

El celo de los españoles con la orden original impide aprovechar la oportunidad de hacer daño a los ingleses que se presenta a la altura de Plymouth. Las condiciones son ventajosas, pero el inexperto duque de Mediana Sidonia, al mando en sustitución de Álvaro de Bazán, no acepta improvisaciones. Se producen, sin embargo, algunas escaramuzas hasta la llegada de la escuadra española a Calais. Medina Sidonia da por hecho que Alejandro Farnesio y sus Tercios esperan en Dunquerque, muy cerca de donde había atracado la flota española. La realidad es que Farnesio y sus hombres están acuartelados en Brujas, sede del Ejército en Flandes. Rápidamente se da la orden de trasladar al ejército a Calais, pero ya era demasiado tarde. Los ingleses ya han tomado la iniciativa lanzando ocho brulotes (naves incendiadas) contra la flota española, que se ve obligada a levar anclas y dispersarse. Y es allí, en la costa francesa, entre Calais y Dunquerque, frente a la pequeña localidad de Gravelinas, donde se produce el único intercambio de fuego importante. Ocurre con gran perjuicio para las naves españolas, que emprenden una lastimosa huida hacia el norte, bordeando las islas británicas. El viento y el enemigo no permiten otra cosa. La armada se dispersa y cada capitán emprende su particular viaje de vuelta a España. No todos lo lograrán. La cartografía escocesa e irlandesa es incompleta y los alimentos frescos empiezan a escasear. Algunos galeones tienen que detenerse cada cierto tiempo para achicar agua. En esas condiciones sobreviene un descomunal temporal que hace naufragar a treinta naves a lo largo de toda la costa irlandesa. Los españoles que llegan vivos a las playas son asesinados allí mismo, otros muchos serían ahorcados días después en ejecuciones oficiales.

Sin embargo, casi 90 barcos, dos terceras partes de la flota, sí regresaron a los puertos españoles del Cantábrico, si bien la mayoría en condiciones lamentables. Fue cuando Felipe II fue informado del resultado de la empresa que legó una frase para la posteridad: “Envié a mis hombres a pelear contra los hombres, no contra los elementos”.

El fracaso todavía mayor del contraataque de Isabel

Un año después, y animada por lo que creyó un éxito naval, Isabel envió a España una expedición aún mayor que la que recibió: fue la conocida como Contraarmada inglesa, que sería rechazada en La Coruña y luego en Lisboa. El fracaso sería aún mayor que el español. Armada y Contraarmda no serían sino dos batallas de una guerra que concluiría con la firma de un tratado de paz favorable a España, que ostentaría el dominio mundial durante casi medio siglo más. El relato oficial inglés, sin embargo, se detiene en el fracaso de la que bautizaron como Armada Invencible. Forma parte de su mitología nacional. Se aprecia, por ejemplo, en la película Elizabeth, la Edad de Oro, donde la reina despacha a gritos a los enlutados embajadores del Rey Felipe. Les advierte que no teme a los barcos ni a los sacerdotes españoles. Y concluye invocando un eslogan político tomado de la Guerra Civil española y que hoy es una consigna universal contra el fascismo: “¡No pasarán!”.

Recreación de la Contra Armada inglesa

Es de justicia reconocer que la reciente historiografía británica está enmendando la propaganda de sus antepasados. Tanto que hasta la BBC dedicaba hace pocas fechas un documental a las mentiras que sobre la Invencible se han vertido. La historiadora y presentadora del trabajo reconocía que:

“La historia de la Armada Española (…) es un legado muy potente. Ha sido manipulada por monarcas, artistas y políticos durante siglos. Pero permanece como un mito inspirador nacional que nos reafirma en los tiempos de crisis. Se usa para convencernos de que nuestra pequeña isla puede enfrentarse a superpotencias, que procedemos de una estirpe con unos líderes inspirados y con la cabeza fría, de tal manera que, pequeños como somos, podemos jugar un papel poderoso en el escenario del mundo. Incluso en una era secular como la nuestra parece como si los ingleses, el pueblo británico, se sintiera especialmente marcado para la grandeza. Así, independientemente de que sea verdad o no, el drama o la derrota de la Armada nos da confianza para creer en nosotros mismos”.