Se acerca, y a grandes zancadas, el quinto centenario del encuentro y posterior choque entre Cortés y Moctezuma, encuentro entre dos mundos y choque de civilizaciones. Se acerca, ya decimos, y no tenemos noticia de que organismo oficial alguno -no será porque haya pocos- esté trabajando en los fastos de la efeméride.
Con que es más que probable que el vacío provocado por la enésima incomparecencia de los poderes públicos en su improrrogable ya cita contra la leyenda negra lo llene una serie en Netflix, con un parecido con la verdad histórica que sea pura coincidencia (seguro que en un capítulo arden las naves), pero entretenidísima, eso sí. Mas no todo han de ser lamentos y lloriqueos por las esquinas. Ahí el libro de este nuestro Iván Vélez, ‘El mito de Cortés’, editado por Encuentro, un meritorio esfuerzo por poner los puntos sobre las ies, que quizás no traiga como consecuencia -ni lo pretenda- la canonización del de Medellín, pero sí acercarnos a la figura de un hombre que, de tanto perseguir, la gloria terminó encontrándola. Y de entonces hasta acá.
¿Fue la conquista de México por Cortés y sus hombres «la más alta ocasión que vieron los siglos» o eso solo cabe decirse de la batalla de Lepanto?
Cortés y Lepanto tienen muchos puntos en común, más de los que pensamos. No nos olvidemos de que uno de los referentes que manejó Cervantes, participante en la batalla, fue el propio don Hernando.
¿Y aparte?
La toma de Tenochtitlan, que fue tanto terrestre como acuática, es decir, anfibia, con la caballería y la infantería entrando por las calzadas, siendo protegidas por los bergantines, 13, construidos por Cortés y sus hombres, y con los que neutralizaron a las canoas de los mexicas. Pero hay más; más vinculaciones con el agua.
Por ejemplo.
El molino hidráulico propiedad de su familia, en Medellín, donde Cortés nació y creció. Y luego sus viajes de España a La Española y a Cuba, y de Cuba a Veracruz, todos marítimos, los últimos con barcos por él costeados. Y también las expediciones, hasta tres, que arma para ir a Las Indias.
¿La Especiería estaba en sus intenciones?
Tanto, que en una de las expediciones incorpora a un judío y a un musulmán, para que le sirvieran de intérpretes, en caso de llegar a la costa asiática. La Especiería, por tanto, estaba en sus intenciones, pero también en las de los españoles de la época, que buscaron, sin encontrar, porque no existía, una suerte de canal de Panamá natural. Todos estaban en una carrera que termina ganando Elcano, el primero que da la vuelta al mundo.
O sea, que ya se manejaba la idea de la esfericidad de la tierra.
Evidentemente. Pero no solo los españoles, los portugueses también. Lo contrario, la tierra plana, era un absurdo que nadie sostenía.
¿Demasiado ocupados quizás en cosas serias?
Cosas serias como la obligación de describir todo lo que fueran hallando a su paso, desde los accidentes geográficos a las estructuras políticas; los secretos de la tierra, en fin, una expresión muy del momento.
¿Más paralelismos entre Cortés y Lepanto?
La alianza entre la Corona española y el Papado en Lepanto lo es para neutralizar un avance de tipo religioso, el del turco. El ensanchamiento del mundo hispánico que lleva a cabo Cortés en 1521 tiene también un carácter católico. Es más, don Hernando fue considerado por algunos hombres de Iglesia como un nuevo Moisés por haber atravesado los mares y llevado la palabra de Dios al nuevo mundo.
Un poco cogida con alfileres la imagen, ¿no?
Con quien más se le ha comparado es con Alejandro Magno y, sobre todo, con Julio César.
Eso parece tener más sentido histórico. ¿Vamos por partes?
Vamos.
Alejandro Magno.
Alejandro construyó un imperio basado en ciudades. ¿Y qué hizo Cortés? Lo mismo. O sea, fundar y refundar. Funda el cabildo de Veracruz y refunda el México arrasado.
El cabildo de Veracruz no es una obra política menor.
Es el primer cabildo del continente y tendrá su importancia en la historia de la conquista. Lo vemos cuando el colectivo, el común, constituido en una especie de asamblea, solicita una serie de peticiones al cabildo, que las atiende enviando a España a unos procuradores.
En cuanto al México arrasado…
Se dolía Cortés de no dejar memoria de lo anterior.
¿Por eso lo reconstruye?
Pero no tal cual, sino dejando huella española, con todas las instituciones en el centro -la plaza de armas- y un reparto de solares en función de lo más o lo menos que se hubiera participado en la conquista.
¿Respondía siempre su generosidad a criterios de justicia?
A veces era interesada, como cuando atraía hacia sí, incorporándolos a su tropa, a los soldados, también españoles, que le enviaban desde las Antillas para neutralizarlo.
¿Cómo recibían esas incorporaciones los hombres de la primera hora?
Con recelo, casi siempre.
¿Y qué interés se le seguía al jefe?
La cohesión de un grupo, el de los españoles, que siempre fue pequeño.
Otro que fue muy criticado por su magnanimidad con el contrario fue el propio Alejandro.
Quien, por cierto, casaba a sus capitanes con las hijas de los jefes indígenas, sellando así alianzas, como también haría Cortés. Sin sus políticas matrimoniales y sin la diplomacia ni uno ni otro hubieran conquistado lo que conquistaron.
Esto nos lleva a una faceta que, tarde o temprano, vamos a tener que abordar: la del Cortés diplomático.
¿Me permite que le lea un texto?
Claro.
«Vista la discordia y disconformidad de los unos y de los otros, no hube poco placer, porque me pareció hacer mucho a mi propósito, y que podría tener manera de más aína sojuzgados, y que se dijese aquel común decir de monte…».
¿De monte?
Un término de los naipes, a los que tan aficionado era, por cierto. Sigo.
Siga.
«Y aún acordeme de una autoridad evangélica que dice: ‘Omneregnum in se ipsumdivisumdesolivatur’«.
O sea.
Todo reino dividido será destruido.
Siga, perdón.
«Y con los unos y con los otros maneaba y a cada uno en secreto le agradecía el aviso que me daba y le daba crédito de más amistad que al otro».
Toda una lección de diplomacia.
Cortés, con enorme perspicacia para detectar las debilidades del enemigo, pronto se da cuenta de que la técnica que le va a funcionar es la del divide y vencerás.
¿Por qué?
Por el dominio tiránico de los mexicas, el pueblo más belicoso de la zona, sobre los demás. Cortés sabe que si propone una red de alianzas para acabar con el yugo opresor, muchos pueblos se le sumarán dándole suministros e incorporando hombres a sus huestes.
¿Alianzas coyunturales o, más bien, sólidas?
Sólidas, sobre todo con los tlaxcaltecas. De no haber sido así, no les hubieran amparado tras la Noche Triste, lo que permitió a los españoles restablecerse para la ofensiva final.
Ofensiva final que se escenifica con la deposición de un señor, Moctezuma, por otro, Carlos.
¿Que si mereció la pena a los indígenas? La tributación con el emperador era de objetos y bienes, con Moctezuma incluía seres humanos. ¡Claro que les mereció la pena!
Según esto, Cortés habría de contarse entre el número de los libertadores.
Buena, es una tesis clásica.
La diplomacia ayudó, pero el habitual recurso a la fuerza también, supongo.
Hay quien ve paralelismos entre la batalla de Gaugamela y la de Otumba, donde Alejandro y Cortés, respectivamente, atacan el estandarte, la cabeza, para que el resto se desmorone.
Y funcionaba, vaya si funcionaba.
Porque las estructuras sociales entonces eran completamente jerarquizadas.
¿Por eso la acusación de medievalizante?
Lo fue, al menos en su forma de guerrear y en su forma de gobernar. Pero por una cuestión práctica. No puedes hacer tabla rasa de sociedades que, demográficamente, te pueden absorber. Por eso Cortés, en gran medida, mantuvo las estructuras preexistentes basadas en señorío y vasallaje. Por eso y porque, hombre de su tiempo como era, no era lo mismo para él un señor que un vasallo, un noble que un pechero.
¿Retomamos el juego de las vidas paralelas? Pero ahora con Cortés y César.
En realidad, España es resultado, en buena parte, de la transformación del Imperio romano. De esa raíz procedemos en lo jurídico, en lo lingüístico, en lo político…
Eso en un plano general, pero ¿es posible aquí el detalle?
Cortés elaboró una serie de documentos que recuerdan a ‘La guerra de las Galias’, de César. Se trata de ‘Las cartas de relación’.
¿Y qué son, una suerte de crónicas de la conquista?
No solo, si bien la conquista también la narra, en la segunda carta, sobre todo. En su partida de Cuba, había habido ciertas irregularidades. En las cartas, de alguna manera, Cortés trata de ganarse el favor imperial. Porque o se lo ganaba o subía al cadalso. Era todo o nada.
La Historia nos dice que al cadalso no subió. Pero ¿se ganó el favor imperial?
Viene a decir Bernal que la estrella de Cortés empezó a decaer tras la conquista, que ese fue su cénit y todo lo demás, sinsabores.
¿Y fue así?
Hay una cierta dramatización en las palabras de Bernal. Porque cuando Cortés vuelve a España, con motivo de su juicio de residencia, lo hace revestido como un gran señor. Y así le trata el emperador cuando Cortés cae enfermo y acude a visitarlo o cuando le sienta a su lado durante una misa. Sin embargo, tiene razón Bernal en una cosa.
¿Cuál?
Que la toma de Tenochtitlan es tan grande que oscurece otros episodios. Por ejemplo, la campaña de Argel, a la que acude con su hijo, al lado del emperador.
Efectivamente, no resultó don Hernando el gran campeón de la batalla.
Porque los escenarios -los territorios- de sus victorias militares eran otros completamente distintos.
¿Provoca eso la distancia entre Cortés y el emperador?
No. Lo que opera esa distancia es la rivalidad entre los planes del conquistador y los imperiales.
¿En qué consistían estos?
Antes hay que explicar que las expediciones de conquista tenían que estar autorizadas por la Corona, a la cual había de entregarse el 20%, el llamado quinto real, que, a su vez, legitimaba al emperador para incorporar esas nuevas tierras a las ya habidas.
¿Qué quedaba para el conquistador?
Eso dependía de la magnitud de la conquista. Podía ser una hacienda, podía ser una encomienda, o podía ser, como en el caso de Cortés, un marquesado.
¿Le supo eso a poco a nuestro protagonista?
Cortés nunca negó la legitimidad de la Corona en la conquista, ni jamás pretendió que esta pudiera hacerse sin permiso de aquella o, por decirlo rápidamente, libre de impuestos.
¿Entonces?
Al principio queda como capitán general de esas tierras, una especie de jefe de los ejércitos. Al fin y al cabo, era un gran conocedor de esa realidad y nadie como él para defender en nombre del emperador aquellos nuevos dominios suyos. El problema viene después.
¿Cuándo?
Cuando se piensa en instituir -luego tardaría un poco- la figura del virrey, la cual se ofrece a grandes de la nobleza española.
Entre los que no se contaba Cortés, por mucho marquesado, ¿no?
Ahí empieza la distancia con el rey, que dura hasta el final de su vida, sintiéndose poco valorado por el emperador y desplazado en el valle de Oaxaca, a pesar de ser dueño de pueblos enteros y señor de veintitrés mil vasallos.
Veintitrés mil vasallos son muchos vasallos, casi un ejército.
Llegaron a correr rumores de que planeó alzarse con la tierra.
¿Alzarse con la tierra?
Una expresión de la época.
¿Qué significa, dar un golpe de Estado o qué?
O autoproclamarse una especie de rey de esos territorios.
Pero no lo hizo.
Ni cabe sospechar que lo pensara. En sus cartas siempre mostró una gran lealtad hacia el emperador.
Ya que habla de cartas, volvamos a las de relación, y con estas, a la manera en que Cortés se defendió de las acusaciones.
Lo hizo con cartas y también con presentes (con presentes en oro), jugando así con lo documental y con lo patrimonial.
¿No era eso cohecho?
¿El qué, lo de los presentes? No. Era un mecanismo legal asentado en la España de la época. La formación jurídica de Cortés le sirvió de arma potentísima.
Fue entonces estudiante en Salamanca, como dicen?
Todo parece indicar que no, por más que se diga en muchas biografías. Si no hay documentación del paso de Cortés por esa universidad, es porque no fue estudiante. Salamanca es una institución con un carácter tal como para presumir de que no pierde los papeles. Aunque si se piensa bien…
¿Qué?
Que la primera carta de relación se perdió.
Lo que no significa que no la escribiera.
Ni que pueda aparecer, el original o alguna copia. Hay que tener en cuenta que el imperio español era muy cuidadoso con la documentación. Felipe II fue un rey burócrata y la burocracia, una clave fundamental del Imperio.
Clave, que como apunta usted, don Hernando manejaba.
Dice Bernal que Cortés manejaba un latín lo suficientemente solvente para mantener una conversación de carácter jurídico.
¿Solo para eso?
Bueno, y para instituir un cabildo, el de Veracruz, donde de alguna manera cristaliza la voluntad popular, que no es poco.
¿Y dónde adquiere esa formación que le habilita para eso y más?
Una tía suya, una hermana de su madre, tenía un marido, el licenciado Núñez, con enormes posibilidades de acceso al mundo de los notarios, una figura institucional importantísima entonces. Cortés, gracias al licenciado Núñez, pasa sus primeros años entre notarios y escribientes, y es ahí donde adquiere esa formación.
La Historia también nos dice que tampoco quedó ahí la cosa. ¿Cuándo -o dónde- le entró el ardor guerrero?
Antes de pasar a América, ya había estado en contacto con conquistadores, en Sevilla, vía de entrada de las riquezas.
Quién les iba a haber dicho a los duros y bragados conquistadores esos que el jovencito escribiente aquel atesoraría más riquezas que todos ellos juntos.
No solo riquezas, sino territorios y también almas.
¿Almas?
Junto a las limitaciones legales y económicas a la conquista, de las que hablábamos antes, había una serie de obligaciones; obligaciones políticas de introducir polis, o sea, civilidad, y obligaciones religiosas de atraer a la fe católica a los naturales.
¿En este caso concreto o en todos en general?
El imperio español es tan político como religioso. Son cosas disociables, si se quiere, pero no extirpables.
¿Y Cortés? ¿Era Cortés tan político como religioso?
Uno puede hacer una vida de Cortés como político que conquista, funda y legisla. Y uno puede también hacer una vida de Cortés como hombre de Iglesia que casa a un capitán con la hija de un cacique, bautiza a este, rompe un ídolo, y coloca la cruz. Un Cortés y otro están entrelazados. Es, digamos, un modo hispánico de ser.
De una época determinada, se entiende.
Claro. Al acabar con la idolatría, Cortés entiende que está liberando a los indios del demonio. Puede parecer muy extravagante esto hoy. Pero era la mentalidad de un hombre del siglo XVI.
Que es el siglo de Cortés.
Quien como cualquier caballero de su época había sido educado en el estudio de las Sagradas Escrituras. Lo vemos en sus cartas, donde cita -¡y en latín!- pasajes de la Biblia.
Pero no se queda solo en eso.
Pide también que para que los indígenas sean instruidos en la fe católica, se envíen religiosos, bien dominicos, bien franciscanos.
¿Por qué dominicos y franciscanos?
No quiere clero regular porque entiende que la corrupción es mayor que entre las órdenes religiosas, a las que considera una pieza clave civilizatoria. Por cierto, en todo momento favoreció a los franciscanos, que siempre le defendieron.
No de exceso de tibieza, imagino.
La vehemencia religiosa de Cortés fue criticada por los mismos clérigos que le acompañaban en sus expediciones.
Para vehemente, el dominico aquel, acusador número uno de Cortés, fray Bartolomé de las Casas.
Las Casas llega al delirio fanático de defender la antropofagia de los indios como una manera de comulgar.
¿Qué pretendía con eso?
El dominio eclesiástico de Las Indias, preservando así aquellas tierras de la esfera política, de la acción de los conquistadores. Por eso criticará los excesos de estos, exagerándolos si hace falta.
Lo señalaba usted antes: la imposibilidad de separar una esfera, la política, de la otra, la religiosa; lo que dificulta, supongo, la respuesta a esta pregunta: ¿era Cortés sinceramente católico?
En su testamento pide perdón por los errores que haya podido cometer; quiere ponerse a buenas con Dios.
¿Y de lo que va de la conquista a su muerte? Porque ya sabe que hay quien, en el empeño de pasar a la Historia, se olvida de sus más elementales obligaciones, como el cuidado de los hijos.
Cortés no. Fue un gran padre de sus muchos hijos: 11.
Algunos nacidos fuera del matrimonio.
Para los que pidió bulas legitimadoras, una cosa muy de la época y que dice mucho de él. De Martín Cortés, el hijo que tuvo con doña Marina, vino a decir que no lo quiso menos que al Martín que tuvo con la marquesa. Al Martín mestizo lo envía a educarse a la corte, le manda dineros para su manutención y consigue para él el hábito de Santiago, que no era precisamente un pin del Real Madrid.
Eso como padre. ¿Y como marido?
…
Duda.
Estaba recordando eso que decía Bernal de Cortés: que dábase a mujeres. Porque al contrario que Alfonso II El Casto, que era quito en mujeres, Cortés fue un gran mujeriego. Ya digo: tuvo 11 hijos.
Pero ¿fue buen marido?
En lo institucional, sí.
¿Lo institucional?
Digamos que fue un marido cumplidor. A Catalina Suárez Marcaida, su primera mujer, cuando llega a México, le hace un gran recibimiento, como la gran señora del gran señor que era. A Juana de Zúñiga, la segunda, la trata con mucho decoro en el testamento, buscando el boato propio de la época.
-Vamos primero con la segunda, doña Juana, y segundo con la primera, doña Catalina.
El matrimonio se lo concierta su padre, a miles de kilómetros, pues doña Juana está en España. Cortés acepta porque ella es de la alta sociedad y él quiere entroncar con ese mundo.
¿A pesar de la escala de lo que había conquistado?
A pesar, sí. No olvidemos que el prestigio todavía está en España y que él busca ese estatus.
Estoy por formularle de nuevo la pregunta que le acabo de hacer.
Lo busca porque, como creo haber dicho ya, era un hombre de su tiempo; absolutamente de su tiempo. Esto se ve también en su obsesión con lo que pasa en el mundo, constantemente escribiendo desde México para que le mantengan informado de lo que ocurre en las cortes europeas, no solo la española.
Vamos ahora con la primera mujer, doña Catalina, amanecida muerta su primera mañana en México: ¿la mató Cortés o no la mató?
En defensa de don Hernando podemos alegar que doña Catalina ya había mostrado problemas de salud, es posible que congénitos.
¿Algún indicio, no sé, de que nos hayamos ante un desalmado?
No desde luego en su papel de fundador de hospitales y conventos. Ni en su correspondencia personal, donde se muestra como un hombre afectuoso con sus hijos, pero también con sus sobrinas y con los hijos de algunos de sus capitanes.
Elementos de defensa insuficientes para ser absuelto en los tribunales de la corrección política, me temo.
Desde posturas feministas, la sola sospecha de esa muerte convertiría a Cortés en un hombre violentísimo, autor de un crimen pasional -perdón, de género-, que empañaría todo lo demás. Por no hablar, dado el puritanismo que se nos avecina, de su afición a las mujeres.
No sé si los amoríos indios de Cortés con Malinche jugarían a su favor o en su contra. Por cierto, ¿doña Marina o Malinche?
Antes que nada, dejemos claro que, además de la amante que le da un hijo, esta mujer es clave en la conquista, como intérprete y consejera de Cortés. ¿Doña Marina o Malinche? Doña Marina, siempre.
¿Por qué?
Porque era costumbre entre los indígenas adoptar como propio el nombre con que eran bautizados. Además, Malinche tiene el sesgo peyorativo de traidora a una nación, México, que, paradójicamente, nace con Cortés, pues lo anterior es un mosaico de tribus tiranizadas por un imperio aborrecible en tantos aspectos.
Todo esto nos lleva al problema principal de las grandes figuras: el de su instrumentalización.
Instrumentalización en todos los sentidos y en todas las épocas. El franquismo, por ejemplo, ve en Cortés un resumen de todas las esencias imperiales. Ahí, sin ir más lejos, el homenaje en su ciudad natal, donde se le ensalza. Pero no solo eso.
¿Qué más?
El franquismo ve también en él un instrumento para romper el aislamiento internacional, al menos con los países de Hispanoamérica, cuyo reconocimiento busca apelando al común denominador del catolicismo, tan bien representado por los conquistadores, principalmente Cortés.
¿Solo el franquismo reivindicaba a Cortés en los 40?
No. Las izquierdas del exilio también, con Indalecio Prieto a la cabeza.
A ver, ¿cómo es eso?
Tiene que ver con un episodio novelesco pero real alrededor de los restos de Cortés; un episodio que sería largo de contar pero que limpia al conquistador de la acusación de puro instrumento del franquismo.
Hoy, sin embargo, las izquierdas españolas…
… son inequívocamente negrolegendarias. No digo que quemarían los restos de Cortés si pudiesen, pero el personaje sí les supone un estorbo. Ya podrían aprender de los que dicen son sus padres, como Indalecio Prieto, en absoluto cautivos de caricaturas ideológicas como el indigenismo.
Si no aprenden de don Inda, cómo pedirles que miren mucho más atrás, a Bernal Díaz del Castillo. Por cierto, ¿vale más su testimonio que ninguno por ser un testimonio directo?
Testigos presenciales hubo muchos, con el añadido de que todos tenía sus propios intereses, cuyo juego es el que da tono al relato de la conquista. Esto es así con fray Bartolomé de las Casas pero también con Bernal Díaz del Castillo.
A Las Casas ya sabemos lo que le iba en el juego, ¿pero Bernal?
Cuando escribe su ‘Historia verdadera de la conquista de Nueva España’, Bernal es un señor al final de sus días, en Guatemala, que lo que busca es salvaguardar los logros de la conquista traducidos en forma de encomiendas, manteniendo el estatus de los conquistadores y sus herederos.
¿Qué implica eso?
Repartir entre todos los que tomaron parte en la conquista la gloria que el historiador Francisco López de Gómara concentra solo en Cortés. Bernal lo que viene a decir es que Cortés fue un hombre de enormes virtudes, líder indiscutible, pero que todas las decisiones las consultaba con sus hombres, con lo que los aciertos serían de todos.
Pero la cosa es que de quien se sigue hablando, siglos después, es de Cortés.
Lo que demuestra que logró lo que se propuso.
¿Exactamente qué?
La búsqueda de la gloria, uno de los rasgos distintivos del imperio español, y que también encarnó Cortés. Porque de la misma manera que la Reconquista no se detuvo en las columnas de Hércules, sino que sigue hacia un nuevo mundo, Cortés tampoco se detuvo nunca. Si se lo decía su mujer, su segunda mujer, cuando las expediciones del Pacífico.
¿Qué le decía?
Que dejase de porfiar con la fortuna. Pero él, incansable, con esa energía que le impedía abandonar ninguna causa, nunca se detuvo, siempre plus ultra, siempre más allá.