Sintetizar un complejo periodo histórico de ocho siglos de duración es esfuerzo al alcance de muy pocos. Esparza lo logró en su trilogía sobre la Reconquista, publicada por La Esfera de los Libros.
De alguna manera, vuelve a hacerlo hoy en esta entrevista. Y es seguro que lo hubiera hecho también en Córdoba, durante el encuentro Milenio previsto el pasado mes de marzo en Córdoba, que tanta expectativa suscitó y que hubo de suspenderse por el Covid-19. Pero se hará. Esperemos que más pronto que tarde. Sirva esta conversación como jugoso anticipo.
¿Puede hablarse de Reconquista sí o no? Porque parece que el debate no está cerrado.
No está cerrado porque es un debate ridículo. Los que discuten el término dicen que la gente de la época no hablaba de “Reconquista”. Naturalmente: los nombres de las grandes épocas históricas son adjudicados en el siglo XIX. Por ejemplo, Leonardo da Vinci no se levantó un día diciendo “qué bien vivimos en el Renacimiento”. El término “Renacimiento” fue creado en el siglo XIX para designar a esa época.
¿Y dices que con «Reconquista» ocurre lo mismo?
Es un término creado a posteriori para delimitar un proceso histórico y es tan válido como podría haberlo sido cualquier otro. Es el perfecto ejemplo de debate idiota al que tan aficionados somos los españoles. Claro que tras el debate hay intenciones políticas que no tienen nada que ver con la Historiografía.
¿Qué intenciones son esas?
Negar que España tuviera entidad histórica antes del proceso de fusión de los reinos medievales. Como no había tal España, no habría nada que reconquistar y, por tanto, el término será inválido. Así las cosas, España sería algo que nació después en un momento indeterminado, a gusto del consumidor: la fusión de coronas con los Reyes Católicos, la Constitución de 1812, qué sé yo.
La realidad, supongo, coge más campo que ese.
El problema es que mucho antes de eso, y en este mismo territorio peninsular, hubo una realidad política que se llamó Hispania, que es la forma latina de España, y que esa realidad política alcanzó entidad singular con el reino visigodo de Toledo, y la elite visigoda hablaba de su reino como Hispania.
Pero no en el sentido de la nación moderna, se entiende.
Por supuesto que no. Porque tampoco era la época moderna ni, como es obvio, existía el concepto de nación. Pero sí es, evidentemente, el ancestro de la nación histórica. Si se llamaba España y estaba en un suelo que siguió llamándose España durante siglos, ¿cómo negar que aquello era España?
¿Quizás afirmando que el afán reconquistador supo de paréntesis y parones?
Hubo un esfuerzo continuo de expansión territorial de los reinos cristianos hacia el sur. Sus intermitencias se deben a que el islam peninsular tampoco fue sólo uno.
¿Procedemos a enumerarlos?
Primero hay un califato andalusí omeya. Después hay una fragmentación en reinos musulmanes (las taifas) generalmente tributarios de los distintos reinos cristianos, y es aquí donde más se ven las ocasionales alianzas, generalmente en función de los pactos territoriales. Más tarde hay dos invasiones sucesivas de potencias norteafricanas -almorávides y almohades, con otro periodo de taifas en medio- y finalmente se construye el reino nazarí de Granada.
Si el Islam español -por llamarlo de alguna manera- no es solo uno, al menos sí tendrá un mínimo común denominador, ¿no?
Se trata en todos los casos, sí, de construcciones políticas musulmanas, pero todas ellas tienen grandes diferencias entre sí. Y mientras el islam peninsular buscaba sin éxito su forma política, los reinos cristianos del norte sí alcanzaban una entidad suficiente como para crear su propia singularidad, ocasionalmente rivalizando entre sí por la hegemonía. Al final, como es sabido, todo acabó con la fusión de Castilla (y León) y Aragón, y después la anexión de Granada y Navarra.
Con lo que tenemos dos procesos simultáneos.
Expansión cristiana hacia el sur y rivalidad entre los reinos cristianos por la hegemonía.
Y en algún momento de estos procesos, si no en los dos, ¿puede hablarse de cruzada? E independientemente de si sí o si no, ¿es la cruzada una suerte de yihad islámica?
En general, no podemos hablar de cruzada, ni tampoco la cruzada se parece a la yihad más que en el uso de la espada bajo el nombre de Dios.
Hasta aquí las similitudes. ¿Y las diferencias?
La yihad es una característica muy específica del mundo musulmán que legitima la expansión de la fe por la fuerza y que actúa de modo permanente, como una constante a lo largo de su Historia. La cruzada, por el contrario, era algo que se declaraba muy ocasionalmente y bajo circunstancias muy concretas.
Pero en la Reconquista sí hubo varios episodios en los que diferentes ofensivas fueron formalmente declaradas “cruzadas”.
En Barbastro o en Las Navas, por ejemplo, pero no fue ni mucho menos una constante. Todo ello al margen de que los guerreros cristianos, ya fueran castellanos, leoneses, aragoneses o navarros, enarbolaran la cruz en su combate.
Ya que hablas de Las Navas, podríamos recordar que hace menos de diez años tuvo lugar el octavo centenario. ¿Por qué el silencio institucional, la apatía generalizada?
Bueno, algo hemos mejorado en eso: hoy seguramente, con el creciente interés popular por la identidad histórica española, la conmemoración habría sido más vistosa. En cuanto al silencio institucional, no lo hubo.
¿No?
Hubo algo peor: un «centro de interpretación» en Las Navas dedicado al «diálogo entre culturas», cuando aquella batalla de 1212 fue exactamente la manifestación de lo contrario.
¿Por qué semejante disparate?
Eso nos devuelve al comienzo de la conversación: hay un sector notable de la intelligentsia española que se siente francamente a disgusto con su propia identidad. Es una patología, quizá la gran patología nacional.
¿Esa patología explica la reivindicación de la titularidad musulmana de la catedral de Córdoba o la cosa tiene un origen distinto?
En islam cabal, cualquier tierra que ha sido Dar al-Islam, o sea, tierra musulmana, lo es para siempre, sean cuales fueran las circunstancias posteriores, de modo que puede ser legítimamente reivindicada. Tal reivindicación puede ser cultural, digamos pacífica, o puede adoptar la forma de un deseo expreso de reconquista física, que es lo que predican todas las corrientes salafistas, integristas.
O sea, que lo de Córdoba puede tratarse del suspiro nostálgico por una gloria pasada o, por el contrario, una reivindicación de mayor calibre, peligrosa incluso.
Sí, la cosa puede ir más allá. De nosotros depende que no vaya.
¿Tal vez extrayendo enseñanzas de aquel periodo histórico que, pese a quien pese, llamamos Reconquista?
La gran lección de aquellos largos siglos de reconstitución de la identidad histórica hispana y cristiana es, tal vez, que vale la pena resistir cuando todo parece perdido, porque nada hay realmente perdido mientras mantengamos el coraje y la fe. En realidad la Reconquista no es un proceso esencialmente militar ni político.
¿Qué es, además?
Es también un proceso identitario, de recomposición del propio ser. De algún modo, hoy estamos ante un desafío semejante, aunque el enemigo no es ya una potencia extranjera que ha ocupado nuestra tierra, sino una cultura global que nos ha robado el alma.