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La fiesta de Todos los Santos daba el pistoletazo de salida a los salmantinos para sacarla de su funda guardapolvo y lucirla paseando por la Plaza Mayor. La Nochevieja desde la Puerta del Sol, la excusa al presentador de televisión Ramón García para revisitar a un clásico. La promesa del abuelo de Juan Manuel de Prada de regalarle una en cuanto se licenciara le permitió escribir una bella y memorable pieza. A Picasso le sirvió de abrigo en su última morada y a Jaime de Marichalar para construir su leyenda de dandi. Y la Cibeles amaneció una gélida mañana de 1928 cubierta con una.

La capa española, además,  protagonizó uno de los episodios más populares de nuestra historia: el motín de Esquilache en 1766.

Entre las medidas higiénico sanitarias para la modernización de la Villa de Madrid, Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache y hombre de confianza de Carlos III desde su reinado en Nápoles en 1759, retomó una vieja prohibición repetidamente incumplida. Ésta afectaba al uso de la capa y del sombrero de ala ancha entre otros modelos. Se recortaba el largo de la misma -como poco debía faltarle una cuarta para llegar al suelo-  y se obligaba a usar sombrero de tres picos para evitar que la indumentaria permitiera ocultar armas o guardar el anonimato –y así delinquir–. El origen italiano del noble levantó suspicacias sobre sus intenciones de imponer una moda extranjera y, un Domingo de Ramos, un embozado con capa larga y chambergo se acercó hasta la plaza de Antón Martín donde estaba ubicado un puesto en el que los alguaciles vigilaban el cumplimiento del bando de capas y sombreros y sacó de entre sus ropajes una espada. A él se le unieron transeúntes, prevenidos o no, y un numeroso grupo enfiló la calle de Atocha con gritos de ¡Viva el Rey! ¡Viva España! ¡Muera Esquilache!

Parece ser que detrás de la revuelta, que duró tres días y se saldó con varios muertos, estuvieron el hambre del pueblo (el precio del pan se había duplicado en cinco años) y una larga lista de conspiraciones e intrigas. Pero lo cierto es que la cosa acabó con la aparición de ingeniosos e ilustrados pasquines y el marqués desterrado a Venecia, donde el uso de la capa era obligatorio tanto en invierno como en verano.

Larga, sin mangas, abierta por el torso y con vuelo

Y es que la capa española, castellana o pañosa es la que es y aunque algunas fuentes relacionan su origen con los sagos de las tribus celtíberas, como prenda de abrigo tradicional su época dorada no llega hasta finales del s. XIX.

De hecho, junto con la teba, es la gran aportación española a la moda masculina. Bien pudo tener, como la teba, su sitio reservado en las actividades cinegéticas y, como la prenda confeccionada en Savile Row para el rey Alfonso XIII y llamada así en honor a su amigo D. Carlos Mitjans Fitz-James Stuart (conde de Teba), el origen de la capa española tuvo también sus valedores en la aristocracia.

Hombres con capa en una escena callejera del Madrid de comienzos del siglo XX. Fuente: Madrid Coloreado

En efecto, los duques de Béjar poseían enormes rebaños de ovejas que hace más de 600 años dieron lugar a la industria textil lanera de la zona. El agua del río de Béjar, Cuerpo de Hombre –sí, es el nombre del río-, en el que se lavaba la lana tras el esquileo, hizo el resto, dotando de excepcionalidad el lavado y tintado para la confección del paño, que para más inri, no se deshilacha en el proceso de corte.

La capa española se compone de cuello, esclavina (sobrecapa de los hombros) y embozo, que suele ser de color granate y de terciopelo de algodón por ser la parte que cubre el rostro. Los broches charros rematan la confección y son de filigrana salmantina y pueden ser, en función de la calidad del tejido de la capa, de plata de ley o de latón plateado.

Mal que le pese a Esquilache, los largos de la capa española son tres: por debajo de la corva para el modelo madrileño, a la altura del tobillo para la castellana y algo más corta que la madrileña para la andaluza.

Antiguamente, si usted tenía posibles, se cambiaba de capa tres veces al día. Usaba la azul por la mañana, la marrón por la tarde y la negra por la noche.

Considerada un icono de elegancia y prenda protocolaria en actos religiosos y sociales, algunos de nuestros ilustres compatriotas que lucieron con hidalguía una de las prendas más antiguas del vestuario masculino fueron Pío Baroja, Valle–Inclán, Alfonso XIII, Manuel Machado o Primo de Rivera.

¿Savile Row? No, la calle de la Cruz

Fuente: El País

A finales del siglo XIX la madrileña calle de la Cruz estaba plagada de sastrerías. Un joven toledano, Santos Seseña, recién llegado a la ciudad, se empleó como aprendiz en una de ellas. Con el tiempo abriría su propio negocio de sastrería generalista en dicha localización, apostando, cuando el uso de la capa comenzaba su declive, por especializarse en su confección. Desde 1901 la familia confecciona esta prenda de manera artesanal. En 1927, Santos abre una sucursal de Seseña en el número 23 de la calle de la Cruz para su hijo Tomás. Éste, habiendo estudiado Derecho, ayudó a la promoción de la capa en ambientes selectos y a su expansión en el mercado internacional, como ocurrió con Gary Cooper.

De sus talleres de confección han salido las capas usadas por Casa Real Española, Plácido Domingo, uno de los mejores embajadores de la capa española, Rodolfo Valentino, Marcelo Mastroianni, Buñuel o Catherine Deneuve. Sí, con el paso del tiempo la firma adaptó sus patrones a modelos de mujer, aunque el modelo clásico sigue representando el 65% de sus ventas. También llevan la impronta de Seseña las capas de Fellini, de quien se cuenta que poseía cuatro, o la de Julio Iglesias.

Y el salseo

La capa española ha conquistado a personajes ilustres contemporáneos tanto en el panorama nacional como en el internacional.

Se sabe que estando Pierce Brosnan rodando un spot televisivo en Madrid visitó de incógnito el establecimiento de Seseña y adquirió un par de modelos de paseo en terciopelo negro: uno para su madre y otro para su esposa.

El 19 de octubre de 1989 Camilo José Cela se convierte en el quinto escritor en lengua castellana en recibir el premio Nobel de Literatura. Llegó al acto cubierto con una capa española de Seseña.

En 1997, la por entonces primera dama de los Estados Unidos, Hillary Clinton, de visita oficial en España, hizo enviar varios modelos de capas a la embajada estadounidense. Finalmente, adquirió un modelo de paseo en azul y negro que lució en las escalerillas del avión durante su despedida de España y a su llegada a Washington.

Por último, el torero Luis Miguel Dominguín regaló una a Picasso y otra a su esposa. A la muerte del pintor, su amigo y barbero Eugenio Arias le cubrió con ella. El 8 de abril de 1973, en Notre Dame de Vie, Marina Picasso declaraba: “Envuelto en una capa española negra con bordados, Picasso reposa en su féretro”.

El centro virtual Cervantes alberga una especie de repositorio de refranes. En relación a la capa española, nos ha llamado la atención éste: labrador de capa negra, poco medra.

La explicación es que “quien vive por encima de sus posibilidades, especialmente en su atuendo, difícilmente prosperará, más bien se arruinará”.  La capa negra era signo de distinción y propia de cortesanos. La gente sencilla usaba el color pardo, menos costosa y delicada para ser bien conservada durante las labores del campo.