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En febrero de 1910, aparecía en el Diario Oficial del Ministerio de la Guerra la concesión de la máxima condecoración militar española al cabo Luis Noval Terreros, caído meses antes en Melilla:

«Considerando que el hecho realizado por el cabo D. Luis Noval Terreros es de los calificados como heroicos por la ley de 18 de mayo de 1862, el Rey (q.D.g.), de conformidad con lo informado por el Consejo Supremo de Guerra y Marina, ha tenido a bien concederle la Cruz de segunda clase de la Orden Militar de San Fernando».

Este reconocimiento oficial coronaba varios meses de honores póstumos a la figura del joven cabo, convertido tras su muerte en símbolo de patriotismo y sacrificio por la patria. Pero, ¿qué había ocurrido realmente aquella fatídica noche de 1909 en el campamento de Zoco el Had?

La fatídica noche en el campamento de Zoco el Had

La madrugada del 28 de septiembre de 1909 transcurría tranquila y fresca en el campamento español de Zoco el Had, en las cercanías de la plaza de Melilla. Cubriendo el servicio de avanzadilla se encontraba el cabo Luis Noval Ferrao, natural de Oviedo y perteneciente al Regimiento de Infantería Príncipe n° 3. Noval, de tan solo 21 años, había llegado a África con su regimiento hacía apenas un mes.

La avanzadilla, compuesta por 5 hombres, vigilaba atentamente el perímetro en la más absoluta oscuridad. Los centinelas escudriñaban el terreno circundante, atentos a cualquier ruido sospechoso. La posición en Zoco el Had se encontraba fortificada con alambradas, pero los rebeldes rifeños conocían bien aquel terreno accidentado y podían infiltrarse sigilosamente.

De hecho, amparados por el manto de la noche, un grupo de unos 60 kabileños se acercaba furtivamente a la posición española. Su intención era localizar la entrada al campamento y asaltarlo por sorpresa al amanecer. Para ello, necesitaban que alguno de los centinelas les guiase hasta allí, así que planeaban capturar a un soldado vivo.

El ingenio del cabo Noval

Los rifeños tomaron por sorpresa a la patrulla, matando rápidamente a tres soldados. Un cuarto quedó malherido en el suelo. Noval forcejeó, pero acabó siendo reducido por su captor, un fornido rifeño que chapurreaba algo de castellano.

Le ofrecieron perdonarle la vida si accedía a llevarlos hasta la entrada del campamento, advirtiéndole que debía decir a la guardia española que no hicieran fuego sobre él. Noval fingió aceptar el trato, pero su astuta mente estaba pensando como arruinarles el plan.

Llevó a los rifeños colina abajo hacia el camino de acceso al campamento, sorteando las alambradas. Cuando se aproximaban, el centinela dio el alto y Noval gritó con todas sus fuerzas: «¡Haced fuego que estoy rodeado de moros! ¡Viva España!».

En ese preciso instante su captor le asestó una fiera puñalada en la espalda con su gumía, mientras la guardia española abría un nutrido fuego sobre los rifeños. Noval cayó fulminado, pero su heroicidad estaba consumada: seis rifeños yacían muertos junto a él y un séptimo malherido. Su astuta y arriesgada artimaña había salvado el campamento y, a muy seguro, a muchos de sus compañeros.

Honores póstumos a un héroe nacional

La historia del valiente cabo Noval recorrió en pocas semanas toda España, relatada en periódicos y revistas. Su gesta se convirtió rápidamente en un símbolo de devoción y sacrificio por la patria, muy necesario tras los sucesos de la Semana Trágica en Barcelona.

En 1910, de forma póstuma, Alfonso XIII le concedió la Cruz Laureada de San Fernando, la máxima condecoración militar española. Sus restos recibieron honores de héroe nacional en la catedral de Oviedo ante una multitud. Pronto se erigieron monumentos, se nombraron calles y se colocaron placas en su memoria en numerosas ciudades españolas.

Uno de los monumentos más emblemáticos es la estatua realizada por Mariano Benlliure en 1912 para los jardines de la Plaza de Oriente de Madrid, frente al Palacio Real. Para realizar este monumento se formó en 1909 una «Junta de Señoras», presidida por la Reina Victoria Eugenia. Esta junta tenía como objetivo recaudar los fondos necesarios para el mismo, un monumento que honrara su figura y su heroísmo. La Marquesa de Esquilache, miembro destacado de la junta, organizó una fiesta con el fin de recaudar los caudales necesarios para la obra.

El escultor Mariano Benlliure, al recibir el encargo, decidió contribuir de manera significativa al proyecto. Aportó la suma que faltaba para completar el monumento, demostrando no solo su habilidad artística sino también su compromiso con la causa y el reconocimiento de los héroes nacionales.

El 8 de junio de 1912, con la presencia del Rey Alfonso XIII y la familia real, se inauguró el Monumento al Cabo Noval. La ceremonia fue un evento de gran relevancia social y política, que no solo rendía homenaje al asturiano, sino que también reflejaba el espíritu de una nación unida en el recuerdo y la gratitud hacia sus héroes.

El pedestal, diseñado por Benlliure, es una pirámide truncada de piedra arenisca que sostiene la escultura del propio cabo inmortalizado en bronce, en posición de marcha. En sus relieves se narra la trágica caída de Noval, con inscripciones que rememoran el origen y la cooperación de todos los españoles en la erección del monumento. La figura femenina que sostiene la bandera española simboliza la Patria, que parece ser atraída por el valor del soldado.

«Patria no olvides nunca a los que por ti mueren», reza parte de la inscripción, palabras que resuenan con la misma fuerza con la que el Cabo Noval entregó último aliento.

Pervivencia de su gesta

La figura del cabo Noval, que entregó su vida por España a los 21 años, perdurará a lo largo de los siglos como ejemplo de valor y amor a la patria. Su gesta es hoy parte de la identidad de los ejércitos nacionales y ha inspirado poemas, obras de teatro y novelas.

Incluso en nuestros días, el Ejército y diferentes asociaciones depositan ofrendas florales y coronas de laureles ante su tumba (ubicada en el cementerio de El Salvador en Oviedo), placas o sus diferentes monumentos repartidos por España cada 28 de septiembre, recordando la fecha de su sacrificio. Además, el acuartelamiento del Regimiento Príncipe en Asturias lleva con orgullo su nombre. Como dijo León Castillo, «el honor de la patria no se defiende con la vida, se defiende con la muerte».