Skip to main content

En la Universidad de Stetson (Florida) hay un pabellón de estudios, el Centurion Hall, financiado por un antiguo alumno: Leopoldo Fernández Pujals. Está erigido a la memoria de su padre y como señal de agradecimiento a la universidad.

Al fin y al cabo, si bien Stetson expulsó hasta tres veces al joven y alocado Pujals, lo cierto es que le readmitió otras tantas. Y no precisamente por pertenecer a una familia pudiente. De hecho, algún que otro año Leopoldo lo había tenido que cursar con beca, otro motivo más para el agradecimiento.

Es probable que en su Cuba natal Leo, el protagonista de esta historia, no hubiese tenido que solicitar nunca una ayuda para completar sus estudios. Vecino del reparto de Miramar, alumno de colegio LaSalle y socio del Havana Yatch Club, reunía las condiciones para ser lo que allá se conoce como un niño bitongo, esto es, un hijo de la burguesía elegido para la gloria de un brillante porvenir. Pero con lo que ni él, ni su familia ni casi nadie contaba era con que sus planes de futuro se interrumpirían el 1 de enero de 1959, día en que Fidel Castro y sus barbudos entraron triunfales en La Habana.

Aquella anomalía histórica no podía durar demasiado, así que mientras se resolvía muchos optaron por la vía del exilio, confiados en que el próximo año nuevo lo celebrarían en casa. Pero iban pasando los años y en Cuba no cambiaba nada, salvo que fuera a peor. Tocaba resignarse a que el último recuerdo de la patria fuera la pecera del aeropuerto de Rancho Boyeros y tocaba también empezar una nueva vida, en ocasiones desde cero o casi. Tal fue el caso de los padres de Leopoldo. Centavo que ahorraban, centavo que lo destinaban a la educación de su hijo, primero en la Suffield Academy, una escuela privada, y luego en la Universidad de Stetson.

‘Número uno’ en liderazgo

Y no es que Leo no fuera consciente del sacrificio de sus padres, es que el bridge y las fiestas le atraían como no lo hacían los libros ni las clases. Lo que no quita para que en el fondo fuera un buen muchacho; tanto, que las tres veces que fue expulsado de la universidad, las tres se preocupó en encontrar un empleo: la primera de vendedor de aspiradoras puerta a puerta, la segunda en una cadena de montaje de la Ford y la tercera en el ejército, el lugar al que parecía haber estado dirigiendo sus pasos, sin saberlo, toda su vida.

No significa lo anterior que Fernández Pujals hiciera la carrera de las armas, alcanzando las estrellas de general, pero sí que su paso por el ejército hizo de él un líder, hasta el punto de graduarse en la academia de oficiales con el número uno en liderazgo, precisamente. Era la época de la guerra del Vietnam y, al contrario que no pocos compañeros suyos, logró regresar de allí sano y salvo, y no en una bolsa de plástico. Lo hizo decidido a graduarse de la universidad y formar una familia.

El ambiente era propicio a sus propósitos, en el sentido de que entre su última expulsión de Stetson y su readmisión definitiva, la diversión ya no estaba tanto en las timbas y en el whisky como en dejarse el pelo largo, fumar marihuana y hablar mal de su país, cosas por las que Pujals no parecía estar por la labor.

Una multinacional que terminó quedándose pequeña

Foto: Fernando Díaz Villanueva.

Es curioso, pero a pesar de su agradecimiento a la Universidad de Stetson, no fue allí donde aprendió técnicas de venta (más que nada, porque no se impartían), sino leyendo por su cuenta a los grandes del género, como Og Mandino y Dale Carnegie. Todo cuanto leía lo aplicaría luego en su día a día en Procter & Gamble y en Johnson & Johnson, las dos multinacionales donde desarrolló buena parte de su carrera y en las que, año tras año, batía todas las marcas en lo que a resultados se refiere.

Cualquier otro se habría dado por satisfecho con haber empezado desde abajo, de vendedor a puerta fría, y haber llegado a ejecutivo antes de cumplir los 40. Cualquier otro pero no Leopoldo, al que siempre le reconcomió la idea de que lo enterraran sin haber montado su propio negocio. Al final, un cúmulo de circunstancias le llevaron a tomar la decisión largamente soñada, que resultó ser la correcta.

Sucedió en Madrid, donde Johnson & Johnson lo tenía destinado desde 1981 (antes había estado en Manhattan y en Guatemala). A pesar de las dimensiones mastodónticas de la compañía, a Leopoldo llegó un momento en que se le quedó pequeña, no así el modesto local en el barrio del Pilar que alquiló para establecer su negocio -una pizzería a domicilio- y al que acudía todas las tardes al salir de la oficina, hasta bien pasada la medianoche.

Del sueño de Red Caboose al proyecto de Pizza Phone y el éxito de Telepizza

La idea del ‘fast food’ le rondaba la cabeza desde hacía años, desde que siendo joven fue testigo del ‘boom’ en los Estados Unidos. Es más, llegó a tener muy avanzado un plan de negocio para abrir un restaurante de comida típicamente cubana, con idea de convertirlo en una cadena si la cosa marchaba bien. Red Caboose, se iba a haber llamado. Pero el proyecto quedó en eso: en proyecto.

F.D.V.

Fueran cuales fuesen las circunstancias que en aquella ocasión le hicieron aplazar su sueño, ya no habría de volver a tenerlas en consideración, que vida solo hay una y Leopoldo se aproximaba a los 40. Era ahora o nunca. Y fue ahora. O sea, entonces. En concreto, el 11 de noviembre de 1987, día en que abrió sus puertas Pizza Phone, un restaurante de unas pocas mesas a las que, potencialmente, había que sumar las de los hogares en el perímetro de reparto de una vieja furgoneta de segunda mano.

A esa tienda, justo un año después, le seguiría otra, esta en la calle Cochabamba, también en Madrid, y ya con el nombre de Telepizza. Y a esta, a su vez, otras por el resto de la ciudad, de España y de parte del extranjero, expansión que obligaría a Leopoldo Fernández Pujals a cambiar el traje y corbata de ejecutivo por la gorra roja, el polo blanco y el pantalón vaquero, distintivo de los repartidores, una legión de universitarios trabajadores a tiempo parcial y que, a lomos de sus vespinos, en los 90 pasaron a confundirse con el paisaje de ciudades como Madrid.

Superando a McDonalds en facturación

En apenas 10 años, Leopoldo Fernández Pujals se había convertido en un hombre inmensamente rico, no sin el enorme esfuerzo de arriesgar su patrimonio, llegar el primero a la oficina e irse el último, poner las manos en la masa si era preciso, buscar soluciones antes que excusas y reinvertir en el negocio hasta el último céntimo.

F.D.V.

De no ser por los nueve meses que las intrigas de algunos consejeros lo mantuvieron alejado de su propia empresa, habría podido desbancar a Pizza Hut, cuyos hombres de negro en una ocasión fueron a visitarle para decirle que o vendía Telepizza o abrirían tiendas alrededor de las suyas, amenaza ante la cual Pujals respondió retador, aburrido de no tener competencia. Lo que sí logró, en cambio, fue todo un récord: facturar más que McDonalds en 1999, su último año al frente de Telepizza.

La multimillonaria venta de la compañía permitió a Leopoldo Fernández Pujals surcar los mares a bordo de un yate con tripulación perfectamente uniformada, jugar al golf con sus amigos, mejorar el caballo de pura raza española, patrocinar la causa de una Cuba libre, dar conferencias en la Harvard Businnes School, pasar más tiempo con su mujer y sus hijos y, llegado el caso, ver crecer a sus nietos. Pero, con ser todo esto legítimo e importante, no parecía resultarle suficiente.

No un caso de éxito, sino dos

Dicen los que le conocen que Pujals volvió a los negocios en parte picado por los comentarios maliciosos de que Telepizza, más que un caso de éxito, había sido un golpe de suerte. El caso es que para demostrar que no, compró una empresa que amenazaba ruina, Jazztel, y sin saber de telecomunicaciones más allá de que si marcas las nueve cifras válidas de un móvil al otro lado te responde alguien, la llevó al olimpo de los negocios, el Ibex 35, como años atrás había hecho con Telepizza, siendo hasta la fecha el único empresario capaz de semejante doblete.

Todavía habrá quien, con tal de restarle méritos, lo explique todo por la curiosa circunstancia de que una y otra empresa llevaban una doble Z en sus nombres. Nosotros, mejor, nos quedamos con la respuesta que hace años dio Pujals a una pregunta del periodista Carlos Herrera:

– ¿Por qué los cubanos son tan listos?

– Porque somos descendientes de los españoles.