El pasado viernes 15 fallecía el colombiano Fernando Botero en su casa de Mónaco. El artista nonagenario, considerado como el mayor exponente del arte hispanoamericano −le gustaba presentarse como «el más colombiano de los artistas colombianos»−, deja un legado difícilmente borrable. Dicen que la criatura se parece al creador y por eso sus esculturas voluptuosas, presentes por todos los continentes, y su peculiar forma de pintura, tremendista y exagerada, serán el mejor testimonio de la rechoncha grandeza de Botero. Repasamos hoy su trayectoria artística a través de diez de sus cuadros más paradigmáticos.
UNA VERSIÓN PERSONALÍSIMA
Si por algo se caracteriza la obra de Botero es por su peculiar unicidad. No hay en el mundo nada parecido a Botero, y sin embargo el colombiano se empeñó en adaptar las grandes obras de la pintura universal a su personalísimo esquema. Lo vemos con claridad en su oronda versión de la Gioconda, de Da Vinci (1).
Sentía Botero por el artista italiano una especial debilidad. Apasionado por el arte europeo de los siglos XV y XVI, a pie entre el Renacimiento italiano, el amanecer de la pintura flamenca y el barroco español, no dudó en versionar otras obras como «El matrimonio Arnolfini», cuadro paradigmático de Jan Van Eyck (2).
Su obsesión por reinterpretar estos cuadros, sin embargo, encontró su razón de ser en Velázquez, por quien Botero tenía especial cariño. Del realismo velazquiano pasamos al rechoncho boterismo, que nos dejó para la posteridad diversas versiones de Las Meninas (3), con corpulentas infantas, así como de un gordísimo «Cristo Crucificado» (4). Precisamente de esta magna obra el colombiano pintó numerosas versiones, con un Cristo rodeado de rascacielos, policías municipales y demás escenas originales.
SU AMOR POR LA TAUROMAQUIA
Su primera vocación, sin embargo, no fue la de los pinceles. Pronto se apuntó a la escuela de tauromaquia, animado por su tío Joaquín Angulo. Gran aficionado de los toros, fue él quien contagió al genio medellinense el amor por este arte. Nunca vaciló en su defensa de las corridas en una época compleja −«la tauromaquia le da poesía a la pintura», aseguró−, y sonada fue su amistad con el matador francés Castella. En los lienzos reflejó Botero la admiración por «la segunda profesión más bonita del mundo».
Algunos cuadros icónicos son «Torero en el cielo» (5), donde un matador de toros es llevado a los cielos tras ser cogido por un toro algo sonriente; «Family scene» (6), como españolísimo bodegón de una familia ataviada con trajes de luces y capotes de paseo, en una escena muy costumbrista; y su serie de picadores (7), todos ellos pintados, por paradójico que parezca, en su justa proporción. Parte de su intento burlón pasó por no pintarlos más gordos de lo que ya son.
UNA BURLA A LO SOLEMNE
Esta burla a lo establecido se redobló frente a lo solemne. Algunos tratan de ver en Botero la justa reivindicación de ciertas causas sociales o el amago de un corpus político en sus gordas trazadas, pero en Botero sólo hay boterismo, que es la forma más sublime de desenfado. Así, encontramos entre sus obras una ancha caricatura de Franco (8), engalanado con su uniforme militar (y que hoy conserva el Museo Reina Sofía como única pieza del pintor); o un retrato del narcotraficante Pablo Escobar (9), agujerado por las balas tras una persecución −algunos problemas le causó esa estampa de un sangriento Escobar yaciendo en el suelo−.
A Botero, por tanto, se le entendía en el limbo de lo burlón y lo reverencial. En su cuadro sobre «Nuestra Señora de Fátima» (10), de claras influencias picassianas, representó a una colorida María, gorda de solemnidad. Conservado en el Museo de Arte Moderno de Bogotá como el más bello icono de un iconoclasta, compendia con sus trazos lo que balbuceó con sus palabras: «ser artista significa estar en desacuerdo, y mientras más en desacuerdo esté más importante es. Si no, uno es un seguidor, no un artista». Cofrade, pues, de la hermandad del boterismo y nada más, las curvas anchas de sus obras tan sólo reflejarán la grandeza de este artista colombiano, que ya es universal.