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Se le ha comparado con Tomás Cromwell por su origen londinense y plebeyo y su ascenso hasta ser consejero del rey; se ha señalado como antecedente de santo Tomás Moro porque ambos sirvieron como canciller y perdieron la vida por oponerse al rey. Algunos siguen viendo en él a un traidor, otros continúan venerándolo como mártir. De cualquier forma, Tomás Becket fue un personaje conocido en su época y el asesinato brutal en la catedral de Canterbury tuvo un impacto inmediato no solamente en Inglaterra, sino en toda Europa.

En el British Museum, uno de los museos más conocidos de Londres, se ha inaugurado hace poco la primera exposición dedicada a este santo con motivo del 850 aniversario de su martirio el pasado 29 de diciembre. Tras cinco años de preparación, el resultado es magnífico. El canto gregoriano de fondo ambienta las salas iluminadas a media luz que trazan un completo recorrido para comprender y adentrarse tanto en el contexto sociohistórico como en la intrépida vida del santo. Arranca con objetos sencillos alrededor de los modestos comienzos de Becket en Cheapside y recorre su ascenso hasta canciller, más adelante arzobispo, hasta terminar en leyenda.

Fuente: British Museum

La exposición culmina en un diminuto relicario que contiene un trozo del cráneo de Becket. La reliquia eclipsa de alguna forma el resto, desde la cerámica sencilla hasta las impresionantes vidrieras, el oro y los manuscritos. Estas vidrieras, llamadas “milagrosas”, se construyeron para ilustrar los milagros atribuidos al mártir y se instalaron en la catedral de Canterbury donde pudieran ser vistas por los peregrinos. Constituyen una de las mayores colecciones de vidrieras de los siglos XII-XIII del mundo y es una maravilla cómo las han instalado en el museo de tal forma que pueden observarse de cerca y con calma.

Santo Tomás Becket tiene, después de Santiago, el mayor número de iglesias dedicadas a él en Europa. No en vano, su tumba era uno de los grandes destinos de peregrinación en la Edad Media. Los famosos cuentos de Canterbury de Geoffrey Chauce narran, precisamente, las historias de diferentes peregrinos en el camino hacia los restos del santo.

ARZOBISPO Y MÁRTIR

Tomás nació en una familia plebeya emigrada de Normandía e instalada en Cheapside, en la City de Londres. El padre era comerciante y Tomás tuvo una infancia acomodada. A los dieciocho se fue a estudiar a París y esta experiencia marcaría los cimientos de su evolución. Cuando regresó de Francia, consiguió trabajo como uno de los secretarios del arzobispo de Canterbury, Teobaldo, que pronto lo nombraría archidiácono. Junto a él, recibió una basta educación legal y diplomática. En 1154, Teobaldo lo recomendó al nuevo rey, Enrique II. Este siguió su consejo y lo eligió lord canciller; a partir de allí, los dos jóvenes se hicieron grandes amigos y compañeros de batallas y aventuras.

Tras la muerte de Teobaldo, el rey quiso nombrar a su mano derecha arzobispo. Para sorpresa de Enrique, que esperaba contar con el apoyo de su íntimo amigo para llevar a cabo algunos importantes cambios que permitieran el control sobre la Iglesia, Tomás rechazó el cargo de canciller en cuanto fue nombrado arzobispo y cambió frivolidades de la vida de la corte por sencillas túnicas y adoptó una vida de sacerdote humilde y sobrio. Tomás defendió, por encima de todo, los derechos de la Iglesia: esta nueva actitud no solo quebró su amistad, sino que también inició un periodo de graves tensiones que empujarían a Becket al exilio en Francia, protegido por el rey Luis VII y el papa Alejandro III.

Fuente: British Museum

El santo Pontífice logró apaciguar a Enrique para que el arzobispo regresara a su tierra, pero los conflictos no habían terminado. Tomás excomulgó a los obispos que habían apoyado al rey previamente y esto desató la furia del monarca que —según se cuenta— soltó las palabras que sentenciarían la muerte del que había sido tan cercano: «¿No habrá nadie capaz de librarme de este cura turbulento?». Cuatro nobles, tomándose al pie de la letra ese comentario, quisieron contentar al rey. Se dirigieron a la catedral de Canterbury y entraron al caer la tarde, mientras el arzobispo rezaba las vísperas con otros monjes. Lo asesinaron cruelmente junto al altar, frente a testigos, atravesándole el cráneo con las espadas. Al caer, Tomás pronunció: «Muero voluntariamente por el nombre de Jesús y por la defensa de su Iglesia», palabras que demuestran el carácter voluntario y libre con que el que recibe la muerte y que lo consagran como mártir.

UNA DEVOCIÓN MUY VIVA

Cuando lo asesinaron, Tomás Becket era ya conocido, respetado y popular tanto en Inglaterra como en Europa, y su muerte conmovió rápida y profundamente. Enseguida se señaló el crimen como muestra de despotismo por parte de Enrique. La popularidad de los milagros, la peregrinación y el culto se acentuaron con su canonización apenas tres años después de su martirio. El rey hizo penitencia pública caminando descalzo por la ciudad de Canterbury hasta su tumba y dejándose flagelar frente a los restos de quien había sido su íntimo amigo. Desde entonces, Enrique II adoptó a santo Tomás como su protector.

Fuente: Canterbury Historical & Archaeological Society (CHAS)

La devoción por este mártir inglés se mantuvo muy viva y se convirtió también en emblema de resistencia a la autoridad. Sin embargo, en el siglo XVI, el testimonio de Becket como defensor de la Iglesia empezó a incordiar a Enrique VIII y, tomándolo como enemigo del reino, emitió una proclamación real según la cual Tomás Becket dejaba de ser santo oficialmente, había que destruir sus imágenes y borrar su nombre de misales y devocionarios. Además, la capilla en Canterbury fue destruida (en el año 1984 se descubrieron tres capiteles de ella en la orilla del río Stour en Canterbury, que están expuestos en la exposición del British Museum).

No fue hasta la década de 1920 cuando se restauró la conmemoración de santo Tomás Becket en el calendario anglicano, de la mano del decano y luego obispo George Bell. Fue también gracias a él que T. S. Eliot recibió el encargo de escribir su conocida obra, Asesinato en la catedral. En 1982, el papa Juan Pablo II y el arzobispo de Canterbury rezaron arrodillados en el lugar donde se consumó el martirio. Los peregrinos, a pesar de ser un número mucho más reducido de lo que fueron en la Europa medieval, no dejan de llegar a la catedral de Canterbury, donde hace 850 años fue asesinado allí mismo su arzobispo, Tomás Becket.