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En el centenario de uno de los mayores desastres de nuestra Historia Militar reciente, cabe hacer memoria de los que supieron ser fieles al juramento que habían hecho a su Bandera. A todos nos deberían sonar los nombres del general Silvestre, el comandante Benítez o Abd el-Krim; cada uno con su particular historia, más o menos conocida. No obstante, otras historias se van cubriendo con el velo del tiempo y pasan a ser nombres en calles que nadie recuerda y que pronto quedan en el olvido. Pero cuando uno visita ciertos lugares algunos nombres resurgen de entre las rocas como queriendo ser pronunciados. Esta es la historia de la “Posición Intermedia A”, una conmovedora intrahistoria dentro de aquella sangrienta tormenta de julio de 1921.

Annual, 1921

Nos ponemos en situación. El general Silvestre ordena que la Policía Indígena establezca una posición en el Monte Abarrán. Debería haber sido un enclave avanzado que protegería el flanco occidental de Annual, donde había decenas de destacamentos con el objetivo de arrinconar a la kabila rebelde de los Beni Urriaguel dirigida por Abd el-Krim. Pero en vez de eso, fue el comienzo del desastre. Uno de los grandes errores de este operativo fue dividir el Ejército en pequeños grupos aislados que apenas tuvieron posibilidades contra las numerosa harkas rifeñas, grupos armados compuestos por aguerridos soldados bereberes.

Abarrán cayó primero. Luego fueron a por las siguientes posiciones, que caerían cual castillo de naipes. Lo único que pudo hacer nuestro ejército fue ganar tiempo para poder evacuar la mayor cantidad de hombres posible, pero a costa del sacrificio de otras vidas. Así cayó, por ejemplo, el laureado regimiento Alcántara.

La Posición Intermedia A

Peña Tahuarda era una loma más de la zona. Estaba marcada como “Posición Intermedia A”, y ocupaba el espacio anterior a la importante posición de Ben-Tieb. Era un pequeño blocao a cargo del capitán Escribano con cerca de 90 hombres, 11 de ellos artilleros dirigidos por el teniente Antonio Medina de Castro.

Medina, vallisoletano, había pasado destinado a Melilla en enero de aquel año. Tenía 24 años y una mirada melancólica, ese semblante que solamente tienen los soldados enamorados destinados lejos del hogar, y, sobre todo, de su amada. Ella era Rosa Margarita Barceló, residente en Gerona, donde el joven oficial enviaba preciosas cartas con regularidad, casi diariamente. El historiador Mir Berlanga publicó en uno de sus libros una de estas cartas que luego Juan Pando en “Historia secreta de Annual” transcribió:

El teniente Antonio Medina de Castro

7 de marzo de 1921

(…) Y se me ocurrió mirar al cielo. Mi mirada iba a las estrellas y mi alma a la tuya. El campamento duerme, algún ruido lejano. Es una borrachera de luz estelar. Te quiero Rosa Margarita, hermosa vida, chiquitina, te quiero.

Sin embargo, aquel verano en el Rif todo cambió para el joven teniente y su prometida. La caída de Silvestre generó un vacío de poder que provocó que algunas posiciones permaneciesen sin recibir orden de retirada. Entre ellas, la Intermedia A.

Humo negro, disparos y columnas de hombres que se perdían en la distancia; pero sin novedades desde el heliógrafo (un aparato para hacer y recibir señales por reflejos solares) para ellos. Es más, al general Navarro, ahora máximo responsable de la situación, le vino bien que permaneciesen allí, ignorándolos. Si todo iba como él pensaba, el enemigo iría a por ellos y no a por sus hombres ya en retirada hacia Monte Arruit, donde pensaban resistir. Cuánto se equivocó Navarro, condenando a los de la Intermedia y también a los suyos.

La defensa de peña Tahuarda

A la Intermedia no le queda más que obedecer la última orden: defender su posición. Les asaltan el día 20 de julio y se defienden con todo lo que tienen. La batería de Medina de Castro parece que multiplica por cinco la potencia de sus dos cañones de 70mm. La resistencia es feroz. La posición no se rinde y la bandera de España seguirá izada durante unos interminables combates que duran varios días, con sus correspondientes noches.

Escribano ya no puede más. Sin agua y con apenas munición propone a sus oficiales abandonar la posición el día 24, pero ya era tarde. Peña Tahuarda era una isla en un mar de enemigos y sin opciones de rescate. Aquella tarde, al pie de sus cañones como buen artillero, muere Antonio Medina de Castro.

Tres días después, Escribano trató de negociar una rendición para los pocos hombres que le quedaban. El plan era suicida: salir con un pañuelo blanco para entregar la posición, y, si salía mal, “fuego a discreción”. No salió bien. Todos murieron aquel día, menos un soldado que logró escapar.

No hubo condecoraciones para aquellos que aguantaron hasta el final. Solamente el reconocimiento de sus enemigos, que hablaban de ellos como aquel que presume de haber vencido al mejor de los guerreros. En la memoria del Ejército su hazaña duró incluso menos: apenas un informe y una calificación de “deficiente” al expediente para recompensar su valor. Pero Rosa Margarita, la novia del joven teniente Medina de Castro, no olvidó.

La memoria de Rosa Margarita

No sabemos cuándo recibió la noticia de la muerte de su prometido. Sí se sabe que, en 1937, Rosa Margarita emigra a Estados Unidos, donde se casa y vive una nueva vida, aunque manteniendo siempre el contacto con la familia de Antonio.

En 1978, casi sesenta años después del desastre de Annual, decide viajar a Melilla. Había enviudado, y tenía algo pendiente. Fue recibida en la Comandancia General de Melilla, donde se encargó al comandante Manuel Carmona Mir, ayudante del Segundo Jefe, acompañar a aquella anciana de 77 años a cumplir su deseo: Rosa Margarita quería ver el lugar en el que Antonio Medina de Castro había entregado su vida, Peña Tahuarda.

Panteón de los Héroes de Melilla

Al pie de la peña, en Annual, pidió subir portando un ramo de rosas. Cuentan que caminaba envuelta en sus pensamientos, hasta que llegaron a las rocas donde, en 1924, localizaron el cadáver del joven artillero. Allí se derrumbó. Las rosas cayeron al suelo junto a sus lágrimas. Así permaneció varios minutos, ante la triste mirada de los militares.

De vuelta a Melilla, prometió que regresaría cada año. Pero su edad, y seguramente su familia, le impidieron cumplir su promesa. Decidió entonces enviar un cheque a la Comandancia para que, cada día de Difuntos, depositasen un ramo de rosas en el Panteón de los Héroes de Melilla. Así se vino haciendo durante años, hasta que en 1991 dejó de llegar el dinero. Todos supusieron que Rosa Margarita, la novia eterna de la Posición Intermedia A, se había reunido al fin con su amado Antonio.

Y esa fue su historia. Rosa Margarita nunca le olvidó. Seguramente hubo otras personas que recordaron al resto, pero hoy ya apenas se pronuncian sus nombres. Ellos dieron su vida y solamente piden que les recordemos. Que la muerte, como bien decimos los militares, no sea el final.