Durante el siglo XVI, Italia se convirtió en una pieza clave para la influencia de Carlos I en Europa. El Tratado de Madrid de 1526, firmado tras la derrota de Francia en Pavía, entregaba al rey de España el derecho sobre el Milanesado, Génova, Borgoña, Nápoles, Artois, Tournai y Flandes. Pese a todo, Francia no acató la paz y se unió a una liga (Liga de Cognac) formada por el Papa y algunas repúblicas italianas que decidieron combatir al emperador.
En las conferencias de Bolonia en diciembre de 1532, Carlos I, el Papa Clemente VII y los duques de Ferrara y Milán acordaron formar tres Tercios (nombrados así a partir de la Orden de Génova de 1536) de tropas españolas para proteger Nápoles (1539), Sicilia (1535) y Lombardía (1534) con el fin de contrarrestar las ambiciones francesas en territorio italiano. Una decisión que consolidó aún más la presencia de Carlos I en la región y que derivaría en el origen de la unidad militar más potente de su tiempo: el Tercio de infantería.
No obstante, el Tercio, no nace como una unidad planificada de cero sobre la mesa de un despacho. El Tercio nace de unas circunstancias operativas, de unos antecedentes legislativos y de la necesidad de mantener conexionadas a veteranas compañías de soldados procedentes de los diferentes frentes en los que se fogueaba España y los intereses de su rey; vamos a esbozar un poco estas normas y esas circunstancias.
Los antecedentes
La regularización del Ejército al servicio de la Corona en la última década del siglo XV representó un desafío importante para los soberanos españoles, quienes se vieron obligados a establecer disposiciones específicas para organizar y controlar a estas tropas. Esta situación condujo a la promulgación de cuerpos legales militares conocidos como “Ordenanzas”, fundamentales para establecer un marco legal que regulase el funcionamiento de los ejércitos y armadas al servicio de la Corona española.
Por no retrotraernos demasiado, podríamos citar que, durante el reinado de Fernando III “El Santo” (1201-1252) se comienza a regular el servicio de armas a demanda del rey en detrimento del poder feudal, tratando de formar ejércitos permanentes sostenidos por el monarca. Fernando no fue el primero y tampoco será el único; sus sucesores también decretarán normas a estos efectos. Pero será el reinado de los Reyes Católicos, que se extendió desde 1474 hasta 1516 con la muerte de Fernando, el que estuvo acompañado por una reestructuración más significativa de la Administración del Estado, algo inevitable debido a la necesidad de una eficaz gobernabilidad del vasto imperio que España comenzaba a controlar ya en el siglo XVI.
Una de las primeras medidas adoptadas por los Reyes Católicos fue la reforma de las «Hermandades», que originalmente habían sido establecidas por Alfonso XI para realizar funciones de vigilancia de caminos. Así el Ordenamiento de Madrigal (1476) estableció medidas para la persecución de delitos comunes y la organización de lo que será conocido como la Santa Hermandad, con un jinete por cada 100 vecinos y un hombre de armas por cada 150, considerada como el primer cuerpo policial organizado de la Europa moderna.
En el ámbito estrictamente militar, a finales del siglo XV se formaron las primeras unidades del Ejército, transformando las mesnadas feudales en ejércitos “profesionales” a través de la creación de las denominadas Guardias de Castilla, únicas tropas permanentes del ejercito del rey y mantenidas por la Corona. Estas unidades estaban reguladas por las Ordenanzas de las Viejas Guardas de Castilla (1493) y, en su mayoría, agrupaban a los veteranos de la Guerra de Granada; administrativamente, las modernizaciones aplicadas sobre estas Guardas pasarán a la organización de los Tercios, especialmente en sus arreglos de plantilla y económicos como veremos en las siguientes líneas.
Coronelías, levas y guardas de Carlos I
Siempre se ha dado por cierto que la organización de las fuerzas del Gran Capitán en Italia (1494-1559), al servicio de los Reyes Católicos, son el germen directo de los futuros Tercios debido a la creación de las “coronelías”; en parte no falta razón, pero nunca nada surge sin acciones previas indirectas.
Estas formaciones consistían en “agrupaciones” o “escuadrones” formados por varias compañías de diversa composición (en cuanto a su arma) y número. Si las compañías estaban a cargo de capitanes, las agrupaciones (o coronelías) estaban al mando de un coronel, algo que permitía una mayor maniobrabilidad y capacidad de decisión sobre el terreno, así como una acción del mando más eficiente. De esta forma, Gonzalo Fernández de Córdoba disponía de mandos intermedios bien jerarquizados.
Como hemos comentado, debido al carácter operativo de esta unidad, no tenemos claro de cuantos hombres se componían las coronelías. Los relatos del Conde de Clonard recogen que contaban con 6000 hombres. En la campaña de Los Gelves (1520), comandada por Don García de Toledo, podemos ver sin embargo que las coronelías eran 7 y tenían algo más de 1000 hombres cada una. Eso sí, todas tenían varias compañías de piqueros a las que se le sumaban mixtas con -también- piqueros, arcabuceros y rodeleros.
Años antes, en las fuentes de 1509 que tratan la conquista de Orán, aparece citada la coronelía, precisamente definida como una agrupación de capitanías, de unos 2.000 hombres, cuyo jefe se llamó coronel, y que venía a cubrir el vacío existente en la cadena de mando entre el jefe del ejército y los capitanes. Pese a todo y debido a la diversidad de las fuentes, parece que no hay nada claro al respecto de la cifra de hombres que la componían, al igual que ocurrirá con los futuros Tercios, siempre dependientes de la operatividad y la campaña a realizar.
Otra reglamentación que influirá en la Ordenanza que va a gestar a nuestros Tercios, según nos cuenta el historiador Enrique Martínez Ruiz, es la que se publica en 1511 y que reforma nuevamente las Guardas de Castilla. En este caso va a regular las levas, obligando a los concejos a realizar un censo poblacional para saber de cuántos hombres podía disponer el Rey en caso de necesitarlos para el servicio de las armas (a excepción de nobleza y clero, obviamente). Otra de las reformas más importantes en las Guardas es implementada por Cisneros hacia 1516, mejorando las levas que él llamaba “gente de ordenanza” y agregando una fuerza de escopeteros a caballo.
En 1525, una vez asentado Carlos I (después de las revueltas comuneras y germanías) se efectúan nuevas disposiciones para reorganizar los ejércitos españoles. En primer lugar, mejorando el sistema de las reclutas de personal “profesional” para las Guardas de Castilla, argumentando, en el encabezado de la propia norma, que había en ellas “mucha gente demasiada y no provechosa”, además de mal pagada; de ahí que se repensasen también las fórmulas económico-administrativas, modernizando la Contaduría Mayor de Hacienda y creando una suerte de “plantilla” militar para las Guardas, donde cada puesto equivale (más o menos) a un oficio con su sueldo.
Esta nueva Contaduría de “plantilla”, que parece funcionar bastante bien en las Guardas, se extenderá con carácter general a cualquier ejército que se levante por el emperador para cada campaña concreta (Flandes, África o Italia), pero las grandes levas para campañas como la de Túnez (agosto de 1534) harán que el sistema colapse y se dejen de crear puestos en plantilla pasando a generar “bloques” por compañías, únicamente separando oficialidad de tropa (grosso modo).
Las campañas exteriores generaban también un descontrol de la Hacienda, sobre todo por la distancia que separa el sistema administrativo de las zonas de campaña, y se crean las “veedurías” para su fiscalización, descentralizando el poder económico-administrativo de la Corte hacia las propios Estados Mayores de los Ejércitos, aunque siempre controladas por una rendición de cuentas a la Cámara de Cuentas del reino.
Organización de la fuerza en Italia antes de 1536
En 1522 las tropas imperiales conquistaron Génova, un acontecimiento de vital importancia estratégica que abrió las puertas para el envío de refuerzos al norte de Italia. La alianza de la familia Doria con España consolidó la lealtad de la República Genovesa al Emperador, fortaleciendo así su posición en aquellas latitudes. Durante los años 1523 y 1524, los franceses fueron expulsados del Milanesado. Seguidamente, el rey Francisco I intentó recuperar el Ducado en 1525, culminando en la famosa Batalla de Pavía y, posteriormente en la formación de la denominada Liga del Cognac, citada al inicio de este artículo. Estas afrentas propiciaron que, durante los años subsiguientes, se derivase un continuo flujo de soldados españoles hacia Italia, con un estimado de más de 12,000 entre 1526 y 1529.
Durante las campañas contra esta Liga tuvo lugar el saco de Roma en 1527, llevado a cabo por las tropas imperiales procedentes de Milán, en las cuales participaron diversas compañías españolas. Además de este episodio, se destacaron acciones como las operaciones en Lombardía bajo la dirección de Antonio de Leyva, el asedio de Nápoles por parte de las fuerzas francesas, resultando en la muerte del virrey Moncada, y la defensa de Calabria por las tropas sicilianas lideradas por Álvaro de Grado. Este conflicto llegó a su fin con la llamada Paz de las Damas en 1529.
Mientras tanto, en 1529, los turcos avanzaban hacia Viena, donde se encontraban, entre las fuerzas defensoras, alrededor de 700 soldados españoles. Estas tropas habían sido reclutadas en 1522, mayormente en Medina del Campo, como escolta del Archiduque Fernando. Aunque aún no eran formalmente conocidos como los «tercios», parece, según toda crónica, que compartían el mismo espíritu de orgullo, devoción religiosa y valentía que las coronelías españolas que acompañaron al Gran Capitán en la primera campaña italiana en los lejanos años de 1495.
Los Tercios Viejos
Carlos V, una vez firmada la paz con el papado, sitió Florencia hasta que rindió la ciudad. Fue en estas acciones donde comenzamos a vislumbrar los primeros indicios de la nueva organización que estaba por venir. Bajo el mando de Pedro Vélez de Guevara, las tropas españolas que no fueron licenciadas tras la toma de Florencia continuaron su servicio en Italia, posiblemente acantonados en Asís, hasta que su jefe es sustituido por Rodrigo de Machicao, quien recibió la orden de dirigirse a Viena el 10 de julio de 1532. Estas fuerzas reciben a veces el nombre de “tercio de Viena” por su organización, movilidad y operatividad, y participaron en diversos combates en Grecia contra los turcos hasta su regreso a Sicilia, ya replegados y con numerosas bajas, incluidas las de su jefe Machicao, que perdió la vida en Adrousa en 1534.
Mientras tanto, otras compañías procedentes de Viena se reubicaron en Bolonia hasta ser distribuidas entre España, diversas posiciones en el Adriático y Sicilia. Así, a partir de 1532 existían tres grupos de curtidos soldados españoles en Italia, cada uno con líneas de mando separadas, pero todas bajo el mando del Marqués del Vasto. Aunque no se les llamó «tercios» hasta la Ordenanza de Génova en 1536, dos años antes ya contaban con una estructura de organización definida y una movilidad que dificultaba asignarles nombres específicos, de ahí que muchas veces, a los “tercios móviles”, como el de “Málaga” que aparecerá citado en las Ordenanzas y habría sido reunido con los vetenranos de la campaña de Túnez, se les termine denominando con el nombre de su capitán o maestre o, en otros casos, con el de su escenario de operaciones (Tercio de Flandes, por ejemplo).
De las tres fuerzas fijadas en Italia, una terminó en Sicilia bajo el mando de Álvaro de Grado, otra en Nápoles bajo Rodrigo Ripalda con varias compañías del primero, y otra en Lombardía, partiendo esta última de Sicilia a Koroni (Grecia) a finales de 1532 bajo el mando de Jerónimo de Mendoza. En el transcurso del tiempo, estos tres grupos fueron reconocidos como los Tercios Viejos, debido a su condición de ser los más antiguos en mantenerse activos de forma continua.
La ordenanza de 1536 para el ejército de Italia
La Ordenanza de Génova, promulgada para el contexto general del ejército imperial en Italia, el 15 de noviembre de 1536, destaca por su enfoque detallado en una variedad de aspectos clave, pero los que hemos tocado hasta ahora y nos interesan son: el de la independencia económica y el de su organización que simplificaba su movilidad.
La Ordenanza ya nos ofrece una visión particular al analizar los diversos nombramientos de importancia, observando un énfasis particular en los roles económico-administrativos. En particular, la designación de Pedro de Zuazola como tesorero general del Consejo adquiere una relevancia destacada, siendo el personaje fundamental en la gestión financiera del ejército de Italia.
Estos nombramientos y designaciones económicas dan testimonio de la cuidadosa organización y planificación detrás del funcionamiento y la administración económica de esta importante fuerza militar.
Por otro lado, la Ordenanza, se adentra en la intrincada estructura de la fuerza armada, los salarios asignados y el meticuloso régimen de la administración militar, buscando la optimización de la capacidad operativa del ejército ante el aparente caos imperante por la atención a tantos frentes. De ahí que el contexto histórico en el que se desenvuelve esta ordenanza sea crucial para comprender su relevancia y alcance. El objetivo no es otro que levantar una fuerza armada de considerable envergadura para contrarrestar los intereses de Francia en Italia.
El proyecto para la defensa de Italia era la formación de un contingente de veinte mil infantes, con una distribución estratégica que contempla la incorporación de ocho mil soldados españoles, otros ocho mil provenientes de Alemania y cuatro mil soldados italianos. Además, estaba previsto el aporte de mil jinetes, junto con el necesario soporte de la correspondiente artillería.
La génesis del Tercio español
El 15 de noviembre de 1536, la Ordenanza de Génova estableció oficialmente el término «tercio» como una unidad orgánica de compañías con una línea de mando claramente definida. Esta ordenanza menciona a Jerónimo de Mendoza y Álvaro de Grado como maestres, así como al capitán Arce, cargo que hubiera ocupado Ripalda de no haber fallecido en Le Muy. También se nombra a Juan de Vargas como cuarto maestre, aunque existe debate sobre si Nápoles y Sicilia formaban parte del mismo tercio o eran unidades distintas.
A pesar de las reformas y la disciplina impuesta, los tercios españoles se enfrentaron a diversos desafíos durante su existencia, como los motines que surgían dentro de las tropas, o la gestión de la parte financiera de estas compañías militares.
A pesar de estos desafíos, los tercios españoles seguían siendo un referente en el escenario europeo. Su identidad y moral como soldados, así como la destreza de sus capitanes, eran clave en su éxito. Es importante destacar que los tercios no solo participaban en grandes batallas campales, sino que también se enfrentaban a la dura realidad de la guerra cotidiana. Participaban en movimientos estratégicos, asedios y otras acciones tácticas. Esta experiencia en la guerra diaria les otorgaba una gran experiencia y habilidad en el campo de batalla.