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Douglas Rushkoff vivió una revelación inquietante en 2017. Un día recibió una invitación para participar en una conferencia en un resort de superlujo. Esto no es algo tan extraño si tenemos en cuenta que es un gurú de la tecnología, acostumbrado a codearse con mandatarios de la Casa Blanca, la ONU o los gigantes de internet. Después de varias horas de viaje en limusina llegó a un resort perdido en algún rincón del desierto californiano.

Allí descubrió que su papel en el orden del día no era dar una de sus habituales charlas sobre el futuro de la tecnología. Estaba allí para responder las preguntas privadas que un grupo reducido de magnates quisiera plantearle. Y, para sorpresa de Rushkoff, los billonarios no tenían curiosidad por los retos del blockchain, el metaverso o la inteligencia artificial. Sus inquietudes se orientaban a saber cuál es la mejor manera de aislarse del mundo para tener más probabilidades de sobrevivir al “evento”, un gran suceso que acabará con el orden actual y que puede llegar en forma de crisis medioambiental, agotamiento de recursos, estallido social, guerra nuclear, pandemia o gran sabotaje informático.

Las preguntas que le lanzaron los magnates fueron del tipo: “¿Cuál de las dos regiones, Nueva Zelanda o Alaska, se verá menos afectada por la crisis climática que se avecina? ¿Cómo mantendré la autoridad sobre mis fuerzas de seguridad en el búnker? ¿Debería un refugio contar con su propio suministro de aire? ¿Cuál es la probabilidad de contaminación de las aguas subterráneas?”

Así, mientras sorbía agua de iceberg importada y reflexionaba sobre escenarios catastróficos, Rushkoff se dio cuenta de que los grandes beneficiarios del actual sistema estaban preparando un plan de fuga para cuando todo se fuera al traste. Ante sus ojos aparecía la consecuencia lógica de una nueva mentalidad. En los años siguientes Rushkoff se dedicó a rastrear los orígenes filosóficos y las expresiones económicas y culturales de esa nueva mentalidad prometeica y egoísta. El resultado lo comparte con nosotros en La supervivencia de los más ricos: fantasías escapistas de los milmillonarios tecnológicos. En este ensayo, publicado en España hace unas semanas, aparecen búnkeres blindados, islas-fortaleza, experiencias chamánicas, tecnoburbujas y realidades virtuales.

Retrato de Rushkoff

Douglas Rushkoff (Nueva York, 62 años) es un escritor y profesor de teoría de los medios y economía digital en la City University of New York. Un pionero del ciberpunk y un gurú de la cultura digital. Se le atribuye la creación de las expresiones “viral” o “nativo digital”. Por cosas así, el MIT le ha situado entre los diez intelectuales más influyentes de la actualidad.

Rushkoff es un marxista de la era digital y, de alguna manera, también un profeta desengañado. En los ochenta era un defensor del código abierto y estaba emocionado por las posibilidades que abría internet para democratizar el conocimiento y la prosperidad. Sin embargo, la oscura evolución de las tecnologías le ha acabado convirtiendo en una especie de disidente del capitalismo de la vigilancia.

Rushkoff conoce muy bien a la élite de Silicon Valley. En las últimas décadas ha coincidido con ellos en conferencias, proyectos, debates y saraos de todo tipo. Pero no es uno de ellos. De hecho, no puede disimular que los detesta. En La supervivencia, Rushkoff hace un retrato descarnado y los presenta como un colectivo de nuevos ricos endiosados, de mentalidad simplista y convencidos de las bondades intrínsecas de la tecnología. Los magnates tech se creen los más listos de la Historia de la humanidad. Su narcicismo les lleva a creer que, con suficiente tecnología e inversión, ellos serán capaces de ofrecer al mundo soluciones “disruptivas” para “retos globales”. Creen que podrán “inventar una nueva sustancia química, microprocesador, blockchain, genoma, nanobot o una combinación de estas cosas para llevarnos al próximo nuevo mundo”. Y ello mientras siguen haciendo crecer exponencialmente los beneficios de su empresa… y trazan un plan B para salvarse si todo sale mal.

La cultura de Silicon Valley

Hay mucho escrito sobre la cultura de los banqueros de Wall Street, los políticos de Washington o los CEOs de la Corporate America. Pero faltaba acercar la lupa a la cultura de las Big Tech de California. La imagen que nos ofrece Rushkoff es ciertamente preocupante. Esta nueva élite no tiene ningún apego a la condición humana. De hecho, quiere trascender sus limitaciones. Elon Musk pretende colonizar Marte. Jeff Bezos envía turistas al espacio. Peter Thiel aspira a revertir el proceso de envejecimiento. Los desarrolladores de inteligencia artificial Sam Altman y Ray Kurzweil idean formas de cargar sus mentes en superordenadores.

En realidad, muchos de los eventos, proyectos o ideas que nos expone ya nos habían llegado a través de noticias dispersas. El mérito de Rushkoff es que une todos los puntos y demuestra que esas noticias no son extravagancias puntuales de tipos que ya no saben qué hacer con su dinero. Son la consecuencia lógica de una filosofía basada en el utopismo tecnológico y el desprecio a cualquier tipo de límite físico, antropológico o moral.

Douglas Rushkoff. Fuente: The Guardian

Rushkoff denomina “La Mentalidad” a una construcción cuasi religiosa de los multimillonarios tech para intentar salvarse del apocalipsis que van a provocar sus propias innovaciones. En palabras de Rushkoff, “La Mentalidad se basa en un cientificismo acérrimamente ateo y materialista, una fe en la tecnología para resolver problemas, una adhesión a los prejuicios del código digital, una comprensión de las relaciones humanas como fenómenos de mercado, un miedo a la naturaleza y a las mujeres, una necesidad de ver las propias contribuciones como innovaciones absolutamente únicas y sin precedentes, y un impulso de neutralizar lo desconocido dominándolo y desanimándolo”.

Rushkoff nos habla (generalmente, con nombres y apellidos) de programadores expertos que quieren rediseñar las relaciones sociales como si viviéramos en un videojuego, banqueros que vuelven de Burning Man convencidos de que el capitalismo filantrópico evitará el colapso medioambiental, inversores “conscientes” que le pegan a las sustancias estupefacientes, tecnovisionarios veinteañeros, inversores veteranos convencidos de que un día no muy lejano la inteligencia artificial dominará a la humanidad…

Y, por el camino, estos tipos se forran a nuestra costa, moldean las coordenadas vitales de la gente corriente y difunden el Gran Reseteo económico para evitar las revoluciones sociales. La corporación Survival Condo brinda a sus clientes un suntuoso surtido de búnkeres que combinan lujo y tecnologías de vanguardia. Singularity University (la incubadora de talento más auto-consciente de Silicon Valley) genera “líderes emprendedores” orientados a hacer moonshots, es decir, “disparos a la luna” (ideas inimaginables que consiguen un éxito estratosférico). Meta te espía, recopila tus datos, los vende y, ya de paso, intenta condicionar tu comportamiento y ejercer un control social.

Desarraigo y desvinculación

Para mí, lo más destacado del ensayo no son las fantasías escapistas de los superricos (por más bizarras que éstas puedan ser). En mi humilde opinión, lo más relevante es el análisis de las consecuencias de la cultura “desarraigada” de Silicon Valley. Para el triunfador tech el paisaje está lleno de algoritmos y todos los problemas del mundo pueden resolverse con un uno o un cero.

Rushkoff recoge el concepto de “tecnopolio” creado por Neil Postman, entendido como “el sometimiento de todas las formas de vida cultural al imperio de la técnica y la tecnología”. Para Postman, los dioses de la tecnología son eficiencia, precisión y objetividad y no hay ningún espacio para los valores humanos o los valores morales.

El proyecto ReGen es la creación del antiguo diseñador de juegos Games Ehrlich, emprendedor con silla en Stanford y profesor de “resiliencia ante desastres” en la Singularity University. ReGen busca crear nuevas comunidades autosuficientes que puedan sobrevivir en caso de que se produzca un gran “evento”. Es decir, en vez de ayudar a pueblos o barrios ya existentes con sus problemas reales, el proyecto ReGen idea asentamientos desde cero, ex nihilo, para prepararlos en caso de que se materialicen riesgos hipotéticos. Ehrlich aplica a la vida real la misma lógica de juegos como SimCity y Civilization: concibe la realidad como una tabla rasa en la que empezar a trabajar conforme a criterios racionales y técnicos.

Pero esto es un aperitivo al lado del proyecto de Jim Rutt, antiguo presidente del thinktank Santa Fe Institute. Rutt quiere rediseñar el mundo desde cero como si diseñara un videojuego. Su proyecto se llama Game B. En sus propias palabras, “Game B pretende ser un sistema operativo social a nivel de civilización en el que pasamos de lo que actualmente consideramos civilización occidental (el fallido y autodestructivo Game A que estamos jugando ahora) a una civilización más autoorganizada, interconectada, descentralizada y con un estilo de vida resiliente”.

Esta visión mesiánica y simplista de romper con todo y diseñar algo de la nada puede funcionar en la Playstation, pero la historia nos demuestra que este tipo de utopías alucinadas acaban en tragedia. En las supuestas soluciones de estos diseñadores de juegos reconvertidos en ingenieros sociales aspectos elementales como las costumbres, la cultura local o los antecedentes históricos no tienen ningún valor. Por eso, para Rushkoff, Silicon Valley fomenta “una cultura basada en salvar el futuro trascendiendo el pasado”.

Rebelión de las élites 2.0

La supervivencia de los más ricos nos muestra el punto de ruptura definitivo entre las élites y el pueblo. En La rebelión de las élites, Christopher Lasch sostiene que las élites políticas, económicas e intelectuales constituyen la principal amenaza para la cultura occidental porque han dejado de creer en los valores que la sostienen.

Como se desprende del propio título, Lasch realizaba una réplica actualizada a La rebelión de las masas, de Ortega y Gasset. A finales del siglo XX el riesgo para la cultura de Occidente no procedía ya de la base de la pirámide social, sino de su vértice. Lasch sostenía que mientras la gente común conservaba los valores occidentales, las élites habían perdido la fe en ellos. Y para él, las élites son “aquellos que controlan los flujos internacionales de dinero e información, los que presiden fundaciones filantrópicas e instituciones de educación superior, los que gestionan los instrumentos de producción cultural y definen así los términos del debate público”.

Lasch afirmaba que la aristocracia occidental del antiguo orden (basada en el privilegio hereditario) había sido sustituida por una nueva clase universitaria y progresista que crece en la escala social por meritocracia. Para Lasch esta nueva clase se caracteriza por el cosmopolitismo, el esnobismo, el relativismo, un débil sentido de la obligación y un patriotismo cada vez más escaso. Para el autor, esta nueva élite “mantiene muchos de los vicios de la aristocracia sin ninguna de sus virtudes”, ya que carece del sentido de “obligación recíproca” que era un rasgo del antiguo orden.

Rushkoff nos muestra el siguiente escenario en este proceso de distanciamiento. Los campeones de la economía digital no se sienten vinculados a ningún territorio y no sienten que sobre ellos pese ningún deber de corresponsabilidad. Para Rushkoff los tiranos desde los tiempos del Faraón han tratado de sentarse encima de las grandes civilizaciones y gobernarlas desde arriba, pero los multimillonarios de la cúspide de las nuevas pirámides virtuales buscan aislarse de todos los demás para salvarse. Esto es algo nuevo.

Los magnates tech han sucumbido a una Mentalidad en la que “ganar” significa ganar suficiente dinero para aislarse de los daños colaterales que sus propias empresas están generando. “Es como si quisieran construir un coche que vaya lo suficientemente rápido como para escapar de su propio tubo de escape”.

Para los billonarios, la “rebelión de las masas no es un miedo hipotético”. Sería una consecuencia natural de sus propios modelos de negocio. Los algoritmos de las redes sociales priorizan los contenidos extremos para generar el enganche del usuario. Con el tiempo, a medida que aumenta la polarización política, se devalúa la conversación pública y la capacidad de debatir entre puntos de vista diferentes. A partir de ahí, el escenario de una contienda civil o una guerra de todos contra todos deja de ser una posibilidad remota.

El ensayo de Rushkoff está pegando fuerte. En Estados Unidos lleva un año generando debate y se acaba de publicar en España. Ya adelantamos que Rushkoff no tiene la receta para frenar esta amenaza tecnológico-financiera. Pero su conclusión es muy lúcida: la mejor manera de evitar las consecuencias de una catástrofe es conseguir que ésta no llegue a ocurrir. Y, para lograrlo, nos propone algunos remedios que cualquiera podría suscribir: re-humanizar las relaciones sociales, usar la tecnología solo para lo necesario, redescubrir la comunidad, la ayuda mutua y volver a lo local. No parece un mal plan para empezar.