Cuando uno camina por las calles de Bucarest queda asombrado por el espíritu propio y original que hace única a la capital rumana. La multitud de pequeñas iglesias ortodoxas repartidas por la ciudad, ante las que los rumanos se santiguan tres veces al pasar por delante de ellas, se mezcla con la grandeza de la arquitectura decimonónica y el halo gris de las megalómanas construcciones comunistas. Pronto, un detalle llamará la atención del transeúnte: un gran número de cruces están repartidas por toda ciudad. En ellas, hay diferentes nombres, pero, en la mayoría, la fecha apenas difiere: diciembre de 1989. Durante aquel mes, el pueblo salió a las calles de Bucarest portando banderas que mostraban un agujero, donde antes estaba el blasón comunista, y clamaron contra el régimen de Nicolae Ceausescu. La Revolución Rumana había estallado.
La Rumanía comunista
La conclusión de la Segunda Guerra Mundial dejó a la Unión Soviética como la potencia dominante de la zona y al Ejército Rojo ocupando de facto el país. El gigante rojo favoreció la aparición de un Frente Popular, encabezado por el Partido Comunista Rumano de Gheorgiu Dej, que presionó a Mihai I a abdicar en diciembre de 1947, «convirtiendo a Rumanía en una república popular». En ese momento, Rumanía quedó inmersa en un régimen comunista, confirmado tras las fraudulentas elecciones del 28 de marzo de 1948, del que no saldría hasta más de medio siglo después.
La muerte de Gheorgiu Dej el 18 de marzo de 1965 situó a Nicolae Ceausescu al frente del Partido Comunista, quien pujó por cambiar el texto constitucional, aprobando una nueva el 28 de junio de 1965. Pronto, Ceausescu comenzó a acumular poder: el 9 de diciembre fue nombrado presidente del Consejo de Estado y el 28 de marzo presidente de Rumanía. No obstante, Ceausescu desarrolló un régimen comunista propio, evidenciado por la negativa a someterse al control de Moscú, a romper relaciones con China o rehusando a participar en la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968. El líder rumano manifestó en un discurso el 21 de agosto de 1968 ante 100.000 personas en la Plaza del Palacio de Bucarest que la invasión era «un grave error y constituía un grave peligro para la paz en Europa y para las perspectivas del socialismo mundial».
El liderato de Ceausescu durante los años 70 se caracterizó por dos factores: el aumento de su prestigio en Occidente y la orientalización del comunismo rumano tras la visita del dictador a China y Corea del Norte en 1971. Su gestión económica de Rumanía llevó al país a una severa crisis a principios de los 80. La respuesta de Ceausescu fue intensificar la autarquía e implementar una economía de guerra basada en la autarquía, el racionamiento -alimentario y energético- y la reducción del consumo de bienes, la extensión del tiempo de trabajo y la generalización e intensificación del control policial y la represión hacia los civiles y los disidentes a través de la Securitate (una especie de policía política). Su gran objetivo fue incrementar las exportaciones para liquidar su deuda exterior, manteniendo así su independencia, pero pagando la población rumana un alto precio.
La Revolución de 1989: el pueblo rumano frente al régimen comunista
Con el pueblo rumano condenado a vivir en unas condiciones miserables y con el crecimiento de la oposición civil, de parte del Ejército e, incluso, de altos cargos del Partido Comunista Rumano -manifestado en la carta de los seis o Scrisoarea celor şase– solo faltaba que una chispa prendiera la mecha de la revolución. No tardó en suceder.
Apoyado en las minorías húngaras de Rumanía, el pastor de la Iglesia Húngara Reformada László Tökés comenzó a dar sermones en Cluj y en Timisoara en contra de los continuos abusos del gobierno de Ceausescu. Su activismo le había situado en el punto de mira de la Securitate, pero fue la emisión de una entrevista suya en el programa televisivo húngaro Panorama -grabada el 20 de marzo de 1989 por los canadienses Michel Clair y Réjean Joy- el 24 de julio de 1989, en la que condenaba al régimen, causó que se ordenara su desalojo de Timisoara para el 15 de diciembre.
Aquel día, se formó una cadena humana en torno a la vivienda de Tökés que impidió a las autoridades ejecutar la sentencia de traslado. Incluso los manifestantes se dirigieron el día 16 hacia la sede del comité provincial del PCR cantando el Deșteaptă-te, române!, himno nacional de Rumanía antes de la llegada del comunismo. Las manifestaciones continuaron dos días más, pero el 17 el Ejército, enviado para reprimir los disturbios, abrió fuego y mató a numerosos manifestantes, tal y como narra Keith Hitchins en A Concise History of Romania (Cambridge University Press, 2014). Debido a los sucesos de Timisoara, lo que comenzó como una protesta anti-Ceausescu de la minoría húngara, se acabó convirtiendo en una revolución generalizada anticomunista.
El día 18 se declaró el Estado de excepción en la ciudad, mientras Ceausescu se encontraba haciendo una visita de Estado a la República Islámica de Irán. A su regreso, emitió un discurso en televisión para referirse a los manifestantes de Timisoara, a quienes describió como «enemigos de la revolución socialista» . Además, convocó un mitin público en Bucarest para buscar la adhesión de los rumanos frente a los disturbios.
La caída de Nicolae y Elena Ceausescu
Desde el balcón del Comité Central del PCR -actual sede del Ministerio del Interior-, el dictador se dirigió a los rumanos la mañana del 21 de diciembre de 1989. El discurso, retransmitido en directo por televisión, fue respondido a los pocos minutos con silbidos, abucheos y gritos de «Ai omorat copii nevinovati» («Has matado a niños inocentes») y «Traisca Timisoara» («Viva Timisoara»). Ceausescu, desconcertado, pidió a los manifestantes que mantuvieran la calma, mientras su esposa, Elena, hacía lo propio y pedía a su esposo que continuara con su discurso. Con el orden reestablecido, Ceausescu acabó su alocución y fue dirigido al interior del edificio.
Sin embargo, la situación era muy diferente en las calles. Los jóvenes de Bucarest comenzaron a organizarse y se lanzaron a protestar con las banderas agujereadas, pues habían quitado el escudo comunista. Pese a que una parte importante del Ejército se negó a reprimir a la multitud, algunos de sus miembros, junto a la Securitate, cargaron contra los manifestantes, produciéndose esa noche una auténtica guerra civil en las calles de la capital rumana. Aquella jornada, el saldo de muertos en los enfrentamientos fue importante. Pero el sacrificio de los rumanos no fue en vano: había estallado la revolución que libraría a Rumanía del yugo comunista.
El final de Ceausescu quedó sellado cuando los trabajadores de los grandes Combinats industriales marcharon en silencio y de forma solemne sobre Bucarest a las 7 de la mañana del día 22. En esta ocasión, el Ejército, negándose a disparar sobre los trabajadores, se unió a los manifestantes. Ante esta situación Ceausescu salió de nuevo al balcón donde el día anterior había dado el discurso para intentar calmar a los insurrectos. La respuesta de estos fue la toma del edificio, por lo que el dictador tuvo que huir en helicóptero que le esperaba en la azotea.
Con el suicidio del ministro de Defensa, el general Milea, el Ejército se había alineado casi al completo con los revolucionarios. El mismo día 22, Ceausescu y su esposa fueron detenidos en Târgoviște y conducidos al cuartel militar de la localidad. Ambos fueron sometidos a un juicio, emitido en televisión, en los que fueron condenados por genocidio, enriquecimiento ilícito y daño a la economía nacional. Pese a que Ceausescu manifestaba no reconocer la autoridad de ese improvisado tribunal, fue ejecutado, también en de forma televisada, con junto a su mujer el día de Navidad de 1989.
Pese a que el Frente de Salvación Nacional se hizo con el poder y aún le esperaban unos años inciertos a Rumanía, los rumanos, en la actualidad, se sienten orgullosos de su revolución. Para ellos, el derrocamiento de Ceausescu significó la recuperación de su dignidad como pueblo y como individuos frente a un régimen que les había condenado, durante más de 50 años, al hambre y a la miseria. Incluso esa bandera tricolor rumana con el agujero en la parte central, continúa siendo un símbolo de libertad en el presente.