En julio de 1921, el avance hacia la bahía de Alhucemas de las tropas del general Silvestre estaba encontrando dificultades por la correosa resistencia rifeña. Los combates en el monte Igueriben y la fuerte embestida que las cabilas indígenas, al mando de Abd el-Krim, lanzaron sobre las posiciones de Annual, motivaron que el general Silvestre tomara la decisión de emprender una retirada apresurada hacia Melilla, el 22 de julio, mismo día en el que le encontró la muerte.
Silvestre fue sucedido por el general Navarro en las operaciones militares y ordenó la continuación del repliegue de las tropas españolas, esta vez desde la posición de Dar Drius. Frente al caos vivido en Annual, la retirada española vivió una calma tensa hasta llegar al río Igan, afluente del Kert. Sin embargo, la hostilidad de los rifeños se hizo de nuevo presente, rompiendo la formación de y volviendo a huir las tropas en desbandada hasta El Batel. Algunos continuaron con su huida hasta el Monte Arruit.
En ese momento, el general Navarro preparó la operación defensiva, para lo que llamó al teniente coronel Fernando Primo de Rivera y Orbaneja. Hijo de ilustre linaje, Primo de Rivera se apresuró a detener y reorganizar a los que huían y se puso al mando de la unidad que ha pasado a la historia por su heroísmo, pundonor y sacrificio: El Regimiento de Cazadores de Alcántara, 14 de Caballería. Así, los cerca de 700 jinetes se apresuraron a proteger a las tropas españolas en retirada.
Aquellos valientes soldados eran herederos del Tercio de Caballería de Nestien, fundado para combatir en una Francia en guerra con Felipe IV. Desde 1718, recibió un nuevo bautismo y fue renombrado como Regimiento de Caballería de Alcántara. Habían combatido desde entonces en la Guerra de la Independencia, en las Guerras Carlistas e, incluso, en Cuba. Pero Marruecos sería el sitio en el que ascenderían al panteón de los héroes.
«¡A la carga!»
Aquel 23 de julio, conscientes de que ya habían muerto por la mano rifeña más de 2.500 compatriotas en una penosa huida, el teniente coronel Primo de Rivera reunió a sus hombres y, sabiendo que iban a galopar hacia la muerte, les dijo: «La situación, como ustedes verán, es crítica. Ha llegado el momento de sacrificarse por la patria, cumpliendo la sagradísima misión de nuestra Arma. Que cada uno ocupe su puesto y cumpla con su deber».
Los caballeros del Alcántara protegieron los flancos y la retaguardia de las embestidas enemigas para que sus compañeros de armas pudieran llegar a El Batel. Sin embargo, quedaba el más dificultoso de los obstáculos: atravesar el cauce seco del río Igan, donde las fuerzas rifeñas se preparaban par emboscar a los soldados españoles. Las órdenes del general Navarro eran claras e instaban a los jinetes a cargar sobre el flanco izquierdo de las huestes rifeñas para así vadear el río.
Ahí, el talante de Fernando Primo de Rivera volvió a aflorar y, pistola en mano, se dirigió a sus hombres al grito de: «¡Soldados! Ha llegado la hora del sacrificio. Que cada cual cumpla con su deber. Si no lo hacéis, vuestras madres, vuestras novias, todas las mujeres españolas dirán que somos unos cobardes. Vamos a demostrar que no lo somos».
Bajo el grito de «¡A la carga!», al clamor de los clarines y portando el estandarte nacional, Primo de Rivera sacudió su sable hacia delante y los nobles soldados se lanzaron, a lomos de sus corceles, sobre las líneas rifeñas, que asistían con incredulidad y temor a las últimas cargas del Regimiento de Alcántara. Hasta en tres ocasiones lo hicieron a caballo hasta que, cuando los rocines estaban exhaustos, combatieron sobre la tierra con las fuerzas ya menguadas.
Alcanzaron la inmortalidad
Los hombres del regimiento de Alcántara lucharon ese día como poetas guerreros, clamando al cielo que la muerte no era el final. Allí fue la epopeya de esos jinetes que, con arrojo, desafiaron a la muerte y embistieron y estrellaron sus caballos contra la muralla viva de la defensa fiera: «¡Baldón al que se rinda! ¡Laurel al que se muera!». Aquel día, el Regimiento desapareció, pero quedó la gesta y la entrega, por España y por sus camaradas de armas.
El valiente teniente coronel Primo de Rivera falleció días después tras ser alcanzado por una granada y, de los 700 hombres que se lanzaron sobre el río Igan, sobrevivieron poco más de 70. Su reconocimiento no llegó hasta el 1 de junio de 2012, cuando el Consejo de Ministros concedió la Cruz Laureada de San Fernando colectiva al Regimiento de Cazadores de Alcántara, 14 de Caballería. Los vítores llegaron tarde, signo de como ha tratado España a sus héroes, pero eso no ha impedido que «El escuadrón de la locura» haya alcanzado la inmortalidad y sus actos estén insertos en el ser y en las extensas páginas de la historia nacional. Así, tal y como dijo Alfonso XIII tras la imposición de la Laureada póstuma al quijotesco Primo de Rivera: