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Dice la tradición que el rugby nació durante un partido de fútbol en el momento exacto en que un joven llamado William Webb Ellis levantó la pelota del suelo con las manos y echó a correr. Fue en 1823, en un pueblo del condado de Warkwikshire, en el corazón geográfico y popular de una Inglaterra tan secularmente tradicional como incipientemente industrial, llamado –por supuesto– Rugby.

Aquella verde pradera, con un halo de nostalgia comparable a las de José Luis Garci, hoy permanece tan cuidada y en uso como hace 200 años. Entonces, un enclave y un momento histórico propicios permitieron que el rugby, como tantas ideas, modas y costumbres de su tiempo, se expandiera al ritmo que lo hacía la revolución industrial: primero por todo el país, luego por toda la isla y, más tarde, por todo el imperio.

A mediados del siglo XIX, el fútbol y el rugby eran simplemente dos maneras de jugar a lo mismo que, en no pocas ocasiones, se imponían sobre la otra por el método tan habitual como tajante de “en mi casa se hace así”. Y así, según las condiciones físicas predominantes entre los hombres de cada región, se iba forjando una costumbre de soccer (por la Football Association), como en Lancashire o Yorkshire, o de union (por la Rugby Football Union), como en Gales.

Durante las cinco décadas posteriores al gesto de William Webb Ellis, los avances tecnológicos, la movilidad de la población para cubrir la creciente demanda de mano de obra allí donde era necesaria y los medios de comunicación y transporte socializaron la práctica de un deporte que eran dos. A lo largo y ancho de las Islas Británicas se fueron creando equipos que acabarían por ser clubes. Sin embargo, la expansión no conllevó una homologación de normas que permitiera practicar lo mismo en cada rincón del Reino Unido.

ORIGEN EPISTOLAR

Ante tal panorama, los interesados en jugar sin tener que pactar las reglas antes de cada partido recurrieron a métodos tan clásicos y como efectivos: a finales de 1870 aparecieron dos cartas en la prensa londinense. La primera, el 4 de diciembre, en el ‘Times’, pedía a “aquellos que juegan al rugby” que se reunieran para tratar de estandarizar las normas y eliminar las acciones más violentas.

Partido de rugby de la época

En cuestión de semanas, el 21 de enero de 1871, representantes de los principales clubes ingleses se encontraron en un restaurante de la populosa Regent Street, donde acabaron por crear la Rugby Football Union. Es decir, la Federación Inglesa de Rugby. Estuvieron presentes todos los equipos históricos. Todos salvo London Wasps, cuyo delegado llegó al pub equivocado y, encantado con su descubrimiento, decidió quedarse a pasar la tarde.

La segunda carta apareció el 8 de diciembre en ‘The Scotsman’ y en una revista londinense de la época, llamada ‘Bell’s Life’. Enviada desde el norte de la frontera, tenía el fin de convencer a los suficientes jugadores ingleses para probar de qué era capaz una selección escocesa: “Nosotros, como representantes de los intereses futbolísticos de Escocia, por la presente desafiamos a cualquier equipo seleccionado de toda Inglaterra a jugar contra nosotros un partido: 20 por equipo, reglas del rugby, en Edimburgo o Glasgow”. No eligieron las normas por casualidad: en ambas ciudades y en toda la nación el rugby era eminentemente más popular que el fútbol. Tampoco el momento: por aquel entonces –también– los periódicos debatían las opciones de que Escocia recuperase su gobierno.

El mensaje fue ignorado por la recién fundada Federación Inglesa de Rugby, que había nacido para homologar las normas dentro de su país, y bastante tenía con ello. Sólo un club, uno de los más antiguos de Londres, Blackheath, aceptó el reto por medio de Frederick Stokes, que se convertiría así en el primer capitán de la historia de la selección inglesa y en presidente de la RFU tres años después.

Las conversaciones entre ambas partes concluyeron con Edimburgo como el dónde y el 27 de marzo como el cuándo, además de con los necesarios acuerdos sobre las normas que regirían el encuentro y su duración (dos partes de 50 minutos cada una). Tras ellas, los escoceses, liderados por Francis Moncreiff, organizaron un plan de entrenamiento para asegurarse de que los jugadores seleccionados fueran los mejores. Era una oportunidad nacional. Los ingleses, con Stokes al frente, llegaron al norte unas horas antes del partido, después de viajar en tren toda la noche durmiendo sobre las tablas de un vagón de tercera clase y pagando sus propios billetes.

A LAS 3 DE LA TARDE EN RAEBURN PLACE

En el Edimburgo de entonces las fábricas y los talleres no eran menos predominantes que en otros lugares del Reino Unido. Crecía ensanchado por la inmigración irlandesa. Era industrial, sí, y, por encima de todo, epicentro intelectual y político del norte de la isla. En la ciudad en la que descubría el mundo un niño llamado Arthur Conan Doyle, entonces se editaba la Enciclopedia Británica y su universidad, por la que habían pasado Adam Smith, David Hume, Sir Walter Scott y, con menos éxito, Robert Louis Stevenson, estaba a punto de cumplir dos siglos de historia.

La selección inglesa en el primer partido de rugby de la historia

Del trabajo a sus asuntos, la mayoría de los edimburgueses vivieron aquella tarde del 27 de marzo de 1871 como cualquier otro día de inicios de la primavera escocesa, sin imaginar que 150 años después seguiríamos recordándola. Seguramente, tampoco quienes leyeron en la edición de esa mañana de ‘The Scotsman’ que la verde pradera de Raeburn Place, que aún hoy permanece como sede del Academical Cricket Club, albergaría un acontecimiento deportivo sin precedentes: el primer partido internacional de rugby.

Tal vez, algunos locales se supieron testigos de la historia. No fueron pocos los que le dieron importancia al acontecimiento. Aquel lunes, en horario laboral, alrededor de 4.000 personas acudieron a una explanada de lo que entonces era el norte de Edimburgo y pagaron un chelín por la entrada para presenciar un encuentro que empezó con la puntualidad que se espera de 40 británicos, y que sería poco menos que irreconocible para el aficionado de hoy. Por aquel entonces, un ensayo era sólo eso: la oportunidad de ensayar un tiro. No sumaba puntos. Lo más difícil del juego no tenía valor por sí mismo. Tampoco existían las sanciones: los caballeros no hacen trampas.

Contaron las crónicas que “los competidores iban vestidos con la indumentaria adecuada: los ingleses con una camiseta blanca, adornada con una rosa roja y los escoceses con una camiseta marrón, con un cardo”.  También que “la diferencia entre los dos equipos era muy marcada: el inglés, más pesado y fuerte”.  Sin embargo, Escocia tenía un equipo más trabajado y demostró estar en mejor forma para el ritmo del juego. No habían dormido en un vagón de tercera del siglo XIX y eso ayudó. Arthur George Guillemard, jugador inglés, que también fue secretario, tesorero y presidente de la RFU, escribió: “El partido estuvo muy disputado hasta el descanso, después del cual la combinación de los escoceses, que conocían a fondo el juego de sus compañeros, y su entrenamiento comenzaron a rendir”.

Como era de esperar, pese al acuerdo previo, la confusión en torno a las reglas acabó por surgir. Con unas formas diferentes de las actuales, los ingleses protestaron un ensayo local. Según algunos relatos, a un jugador escocés se le cayó el balón, lo cual era falta en Inglaterra, pero no en Escocia. Más tarde, el Dr. Almond, uno de los árbitros, reconoció no haber visto lo que pasó y haber señalado ensayo de Escocia porque “cuando un árbitro tiene dudas, está justificado decidir en contra del lado que hace más ruido”. Así, el primer partido internacional de rugby terminó con victoria del primer XV del Cardo, tras haber anotado una vez en dos ensayos, frente al intento desaprovechado por el primer XV de la Rosa.

TRADICIÓN VÍA CALCUTA

Igual que el mítico gesto de Ellis, las acciones de Stokes, Moncreiff e incluso la decisión de Almond fueron los pasos iniciales de un deporte cuyo futuro, siglo y medio después, aún consiste en respetar las costumbres hechas tradiciones. En paralelo a la expansión geográfica del rugby de la mano del progreso y la tecnología, el partido entre Escocia e Inglaterra se fue convirtiendo en hábito y, con los años, en rito: en 1879 ya disputaron un trofeo físico que es historia del deporte.

Historia presente. La Copa Calcuta, donada a la RFU por el club de esa ciudad india, fundado por soldados y expatriados que llevaron el rugby al otro lado del mundo en 1872 y que, cuando comenzaron a abandonar Bengala y con ella su club, reunieron todas las rupias de plata que encontraron, hasta sumar 270, y se las entregaron a un orfebre local para que labrase el trofeo de las cobras y el elefante que, desde entonces, con las únicas interrupciones de las dos Guerras Mundiales, disputan y custodian Escocia e Inglaterra. Ahora, en su enfrentamiento anual durante el actual Seis Naciones, surgido aquel 27 de marzo de 1871 en la verde pradera de Raeburn Place.