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Libros, espadas y carros de combate

Detalle de la librería Tercios Viejos (Madrid), dedicada a la historia militar y de las guerras. | Reportaje gráfico: FERNANDO DÍAZ VILLANUEVA.

El lugar no tiene escaparate, por lo que pasa fácilmente desapercibido. Hay que ir a propósito. Y es exactamente lo que ocurre: la gente va a propósito. No es un negocio orientado al gran público; no es una panadería o una gasolinera. La librería Tercios Viejos satisface una demanda cultural muy concreta: básicamente libros de historia militar.

De manera que el negocio aplica un doble y anti comercial filtro al visitante despistado: uno, es preciso que lea; y dos, han de gustarle las espadas y los carros de combate. Los diferentes modelos educativos ya casi han erradicado la afición por la lectura; la corrección política ha extinguido el prestigio que un día tuvo la guerra. No parecía, a priori, un negocio particularmente lucrativo. El gurú de guardia del emprendimiento hubiera rechazado semejante modelo de negocio. «¿Vender libros de papel en el siglo XXI? Hágase un favor: dedíquese a otra cosa».

Lo cierto es que en 2008 otros expertos pronosticaron que una década después el ebook desplazaría por completo al libro de papel. La Feria de Fráncfort, el mayor evento editorial del mundo, hizo suyas las predicciones y preparó el mercado para una revolución que, como la de la Falange, sigue pendiente. Sólo el 5% de los libros vendidos en España son digitales. En Francia el 3%. Como reconocía aquél viejo anuncio de Aquarius, un refresco para deportistas que acabó siéndolo para enfermos de gastroenteritis: «Al final la gente hace lo que le da la gana».

Y es lo que hicieron los fundadores de Tercios Viejos: ignorar los consejos y seguir su propio instinto. Y es así como el 17 de diciembre de 2018 nace la librería Tercios Viejos de mano de tres hombres, que luego fueron cuatro. Los hermanos Rodrigo -Rafael y José Alberto, historiador el primero y economista el segundo- y el editor vallisoletano Lucas Molina Franco. Por el camino, y para entusiasmo del núcleo original, se unió el pintor Augusto Ferrer-Dalmau. Y hay un quinto hombre: Juan Benavente, «la infantería de oficina», al decir de los socios. Es modelista y escultor y, como los jefes, un apasionado de las guerras y la historia, que es casi decir lo mismo. Juan expone algunas de sus obras en las vitrinas de la librería. Y a poco que el cliente muestre interés describe su capitulación de Barcelona de 1714, una representación de la derrota austracista moldeada en plastilina. Muestra los sables expuestos por toda la tienda como si fuera la primera vez que lo hace. Como un niño que expone su dibujo. Y explica que el casco que luce brillante sobre una estantería es «austríaco y no prusiano; la gente se confunde». También hay banderas de diferentes tamaños y épocas, un viejo revólver y hasta un uniforme completo de los Tercios -morrión incluido-, cedido por la Asociación Retógenes, un grupo de amigos de la historia y la cultura militar.

La bandera del Tercio de Spínola

Bajando unas escaleras aparece un más que digno salón de conferencias con aforo para más de 60 personas. Las paredes están cubiertas por grandes carteles informativos del Camino Español, profusamente ilustrados y que cuentan con mapas y textos bilingües español/francés. Según parece, un día formaron parte de una exposición internacional sobre la gesta. También una misteriosa bandera de la Cruz de Borgoña cuyo fondo, en lugar del blanco habitual, exhibe cuadros azules y blancos. Se trata de la enseña del Tercio de Spínola, «presente en la Rendición de Breda de Velázquez», según explica Rafael Rodrigo.

Quizá en algún momento este lugar pase a llamarse Espacio Tercios Viejos, pues amén de librería especializada, es museo y sala de conferencias. Una triple vocación con un nexo común: la historia de las guerras. Las de ahora y las de siempre. Pareciera que la bibliografía sobre los Tercios y la II Guerra Mundial tuviese cierto predominio, algo que para los socios es casi una afrenta: «¡En absoluto! Aquí hay mucho de Napoleón, de Roma y Grecia, de Alejandro [Magno], de nuestra Guerra Civil, de las guerras de África… Aquí hay de todo, y si no está, lo encontramos rápidamente». Lo cierto es que, a pesar de la enorme oferta, los libros más vendidos tienen que ver con la España imperial y la Europa en llamas de la II Guerra Mundial. Son Imperiofobia de Elvira Roca Barea, De Pavía a Rocroi de Julio Albi y Carros de combate en el Sáhara de Luis Togores. Y una sorpresa: Del Tercio de Extranjeros a la Legión, del General Luis Casteleiro.

Un modelo de negocio contracultural

El lugar no es precisamente un homenaje al pacifismo. Es una librería dedicada a las guerras, a los imperios y a las armas; una exaltación del militarismo. Desafía todos los códigos culturales posmodernos. Lo saben, claro. Y se hacen cargo. Pero insisten en que no están tan solos como pudiera parecer. Ferrer-Dalmau, uno de los socios del proyecto y cuya obra es exclusivamente militar, «es un hombre reconocido mundialmente». Y medios como Zenda Libros o El País se han hecho eco de la iniciativa. Y sobre todo: venden. Venden libros. El negocio funciona. No son terraplanistas predicando ficción. Se trata de un proyecto intelectual que reivindica la historia del hombre, que es la historia de sus guerras. Y al proyecto se acercan militares de alto rango, niños, asociaciones de estudiosos de la historia o chavales aficionados a los juegos de rol. Un público heterogéneo que agradece enormemente la iniciativa.

Aquí han presentado sus libros Cake Minuesa, José Javier Esparza, Iván Vélez o Daniel Arveras. Y Ferrer-Dalmau ha acompañado a muchos amigos. Y hasta Santiago Abascal vino a fotografiarse con un morrión imperial. El proyecto, no obstante, se presenta «sin condicionantes políticos». El objetivo es, únicamente, dar a conocer la historia militar. La nuestra y la del resto del mundo. Y advierten: «La primera conferencia celebrada aquí versó sobre los pilotos republicanos que volaron para Stalin». Y si hay que presumir de credenciales progresistas, Juan Benavente muestra una impecable hoja de servicios que incluye un padre anarquista y activismo izquierdista en San Blas. Y también los hermanos Rodrigo, de familia republicana. El cupo de incorrección política lo llena su militarismo desacomplejado. Defienden un modelo intelectual contracultural que celebra las armas y los ejércitos. Y tienen tantas razones como libros hay en Tercios Viejos, pero hay una superior. La verdad de Spengler. Aquello de que, al final, es un pelotón de soldados el encargado de salvar la civilización.