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Hace algunos años llegué a un perfil de Instagram de una mujer de Barcelona, madre de tres niñas que se llamaba Loreto Gala; sus fotos tenían una estética que me atraía por su sencillez y sus colores, por las sonrisas de las niñas y la ternura que reflejaban los padres. Un tiempo después, me di cuenta de que tenía un blog en el que hablaba de crianza y sobre su estilo de vida minimalista. En aquel momento me llamó sobre todo un post sobre su reducido armario, en el que contaba que después de haberse deshecho primero de todos los «por si acaso», también había donado lo que le gustaba para quedarse sólo con lo que le quedaba bien que era, en realidad, aquello que terminaba poniéndose.

Creo que fue a partir de entonces cuando, además de seguir viendo sus fotos, empecé a leer las reflexiones que a menudo las acompañaban. Recuerdo, por ejemplo, lo mucho que me sorprendió a la par que me atrajo su punto de vista sobre la forma de entender los regalos en la que se prioriza la experiencia, el compartir con los seres queridos, el vivir, frente a un sinsentido de enterrar con cosas materiales al homenajeado. Tal vez, a diferencia de tantos perfiles en redes, del de Loreto Gala me atraía la calma, la invitación a dejar de correr a todas partes, a conectar con el ahora, con la naturaleza. Digo bien «invitación» porque si algo caracteriza el Instagram de Loreto es precisamente ese no sonar autoritaria ni impositiva, en sus posts se percibe una mirada que nace desde el respeto y que no se sumerge en juzgarte. De este modo, diría que no te empuja al cambio, como si tú estuvieras equivocado y sintieras la necesidad de obedecer, sino que siembra la semilla que provocará, a su debido tiempo y siguiendo el ritmo de cada uno, esos cambios que propone de acuerdo con lo que ella ha llamado el austerismo. Esta palabra, que no existe en el diccionario, la empezó a usar cuando cayó en la cuenta de que el estilo de vida que ella trataba de seguir iba un poco más allá de un minimalismo casi estético. Su forma de vida estaba muy vinculada a la intencionalidad y nacía del agradecimiento y del desprendimiento. Siempre desde ese deseo de dar espacio a que el corazón se abra y no desde la resignación ni la represión.

Como puede deducirse, me dio mucha alegría cuando supe que Loreto Gala había escrito un libro: Austeridad. El valor de la sencillez, que publicó Ciudadela el pasado abril. Creo que en el prólogo su marido resume muy bien qué hace la lectura tan agradable: «Disfruto especialmente leyéndola, ya que nunca impone nada, sino que explica su propio camino y sus luchas personales, embarcando al lector en un viaje rumbo al cambio que necesitamos como sociedad y que realmente merece la pena seguir».

 

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En el libro, Loreto Gala profundiza en qué significa esa filosofía del austerismo según la que viven ella y su familia. De cómo esta exige autoconocimiento (¡cuántas veces consumimos porque andamos buscando llenar un vacío que no hemos localizado!) y templanza, invita al consumo reflexivo. De cómo formamos parte de una comunidad y, por lo tanto, nuestras acciones repercuten en el entorno. Habla de una sostenibilidad desprovista de eslóganes políticos, llena de admiración, respeto y conciencia. Habla de la maternidad, de la crianza desde la escucha, el apego y el amor. También de las tradiciones, de las costumbres, del sufrimiento, de la fe, del encuentro personal con Dios.

El libro no es un despliegue de conclusiones, sino una puerta abierta a la historia de Loreto Gala, a su camino hacia un estilo de vida más de acuerdo con la naturaleza del hombre, más en comunión con la creación, más atento al sentido de comunidad. Hay algunos consejos, pero diría que están presentados más como ideas sugerentes y no tanto como listas de tareas pendientes. Como decía antes, el tono es una invitación a desempolvar nuestra capacidad de asombro (¡y la de los niños pequeños!), a apreciar lo privilegiados que somos y a vivir el ahora cargado de intencionalidad. Es una invitación a actuar «alineando los tres principios del austerismo: libertad, amor y bien».