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El ámbito de la cultura pop está plagado de ángeles. Están los “Angelitos Negros” de Machín y los “Ángeles del Infierno” de Hunter S. Thompson. Tenemos la mítica y cinematográfica ciudad de Los Ángeles, la “City of Angels” de Red Hot Chili Peppers, la misma “L.A.” a la que cantaba Loquillo desde su cadillac solitario. Y están los inolvidables “Ángeles de Charlie”. Pero, y que me perdone Farrah Fawcett, mis favoritos son “Los Ángeles”, un grupo de elegancia innata y armonías celestiales que copó las listas de éxitos en España a finales de los años sesenta.

En el inicio de 1966 todo iba bien para Los Ángeles Azules, el conjunto yeyé más popular de Granada. Hacía tiempo que habían consolidado su transformación, mutando de “orquesta moderna” a banda beat. Un acertado cambio, afianzado con un EP de cuatro temas que habían grabado en Madrid. El verano del ’65 se lo habían pasado en Torremolinos, absorbiendo la influencia europea de turistas y grupos eléctricos, montando versiones de los Rolling Stones y los Kinks y actuando en los garitos del Pasaje Pizarro. Tal era la competencia con los otros ruidosos combos de melenudos que decidieron raparse al cero para llamar la atención, una jugada que dio sus frutos: todo el mundo quería acercarse al Top Ten a ver a “Los Pelones”. Llegaron a actuar en el club Papagayo ante un impresionado Brian Epstein, mánager de los Beatles, de vacaciones en la ciudad. Acabada la temporada, Poncho, batería y líder del conjunto, es llamado a filas, pero poco después consigue librarse del servicio militar gracias a sus pies planos. Con la formación afianzada en Poncho, Paco, Carlos y Agustín, los chicos encaran el nuevo año con la ilusión que les insufla un nuevo viaje a Madrid y un contrato con el sello Berta para grabar un segundo disco.

La gran baza del grupo son sus voces, armonías a tres cuerpos de una perfección inusual en este tipo de conjuntos. Sus versiones de los Beatles son tan fieles que dejan boquiabiertos a locutores y aficionados. Y en Discos Berta se frotan las manos porque, además, el tema estrella de su Ep es un bombazo. “Canto a lo español”, muy en la línea del “Flamenco” de Los Brincos, suena fresco y atrevido, “moderno pero español”. Fonorama, Discóbolo, Fans, Alta Fidelidad… todas las publicaciones se interesan por Los Ángeles Azules, que actúan en El Gran Musical y repiten con éxito su periplo veraniego en Torremolinos. A mediados del otoño, de vuelta en Madrid, su trayectoria dará un giro de ciento ochenta grados. Siguiendo el consejo de Los Pekenikes, amigos de los de Granada, el productor Rafael Trabuchelli se acerca a escucharlos y, tras presenciar su interpretación de “Girl”, de los Beatles, les ofrece un contrato discográfico con Hispavox, el sello más importante del país.

Trabuchelli es una especie de Rey Midas del Pop, responsable de la carrera de estrellas como Karina, Jeanette, Miguel Ríos, Raphael, Los Pasos o los propios Pekenikes. Un mago de los recordings, maestro en combinar electricidad y grupos orquestales, que  junto al gran Waldo de los Ríos fue el artífice de lo que se dio en llamar “Sonido Torrelaguna”, por la calle donde se ubicaba su estudio de grabación. El grupo acorta el nombre y, como “Los Ángeles”, pasa a formar parte de la escudería del italiano, que muestra una confianza ciega en las posibilidades comerciales de la banda. Estamos ya en 1967 y los dos primeros sencillos los conforman brillantes adaptaciones de éxitos anglosajones traducidas al español con ingenio por Poncho. “Escápate”, original de Georgie Fame, y “¿Has amado alguna vez?” (tema de los Hollies que popularizó el grupo de Liverpool The Searchers) son recibidos con aplausos por la crítica. Pero es con su segundo single con el que entran en la categoría de “inolvidables”: “98.6” es una preciosa canción, banda sonora del evocador verano del ’67 y tema ya clásico en las listas de lo mejor del pop de aquella década. El título se refiere a la temperatura (en grados Fahrenheit) del interior de la boca humana. Más claro todavía: la temperatura de un beso. El tema consagra a Los Ángeles, les abre las puertas de la televisión y llena de actuaciones su agenda durante todo el año.

Su imagen también se actualiza, al menos en algunas de sus sesiones fotográficas. Casacas militares, bufandas de rayas, zapatos estilizados y camisetas pop hacen de ellos un conjunto “in”. Pero alternan la moda de Carnaby Street con atuendos más formales y hasta debutan en los Estudios Miramar de RTVE con traje oscuro y pajarita. Educados y profesionales, son favoritos de los críticos y muy valorados por compañeros de profesión como Juan y Junior, Fernando Arbex o Karina, que siempre los nombran entre sus preferidos. Incluso son requeridos para actuar en alguna puesta de largo de la familia Franco.

Año de éxitos en directo y en disco. No había guateque sin su versión de “Happy Together” de los Turtles o verbena en la que no sonara “Silence is Golden”, “españolizada” por Los Ángeles. Pero la mili provoca una nueva convulsión y  la formación ha de adaptarse. Pepe Robles, que venía de tocar en Los Arlequines (no pases por alto su canción “Tomando café”), entra en el grupo, se viene a vivir a Granada y, rápidamente, forma tándem compositor con Poncho. 1968. Graban a regañadientes un tema propuesto por Trabuchelli, “Mañana, mañana”. Ellos pensaban que no era su estilo, pero el público la empuja hasta el número uno. Los Ángeles arrasan, y aprovechan el éxito para forzar a la compañía a lanzar, por fin, una composición propia como cara A de un sencillo. Se trata de un tema escrito por Pepe y Poncho, una maravilla sonora, piedra angular del pop barroco “made in Torrelaguna” titulada “Créeme”. Con esta canción participan en “Un, Dos, Tres, Al Escondite Inglés”, la película pop por excelencia del cine patrio. Las imágenes de unos Ángeles introspectivos, paseando lentamente por un bosque en claroscuro, amplifican la belleza de su melodía. Meses más tarde, vuelven los licenciados de la mili y Pepe Robles ha de abandonar el grupo. Poco después forma Los Módulos.

Los Ángeles originales retoman su carrera triunfal y hasta protagonizan un nuevo film, “A 45 Revoluciones por minuto”, una entrañable cinta en la que comparten protagonismo con Fórmula V, Ivana y Juan Pardo. En esta película interpretan, entre otras canciones, su joya escondida. Hablamos de “No sé qué hacer”, un abrasivo ejercicio de power-pop sixties, coloreado por una sección de metales souleros de escándalo, un número que se ha convertido en el sueño inalcanzable de cualquier coleccionista, pues nunca llegó a editarse en vinilo. Pero la canción supone casi una anomalía dentro de un repertorio que había virado ya hacia los temas románticos de raíz hispanoamericana y las baladas, a la vista de que el negocio musical empezaba a dar la espalda a los conjuntos a favor de los solistas melódicos. Los Ángeles siguieron su carrera, con algunos cambios de formación, actuando en el festival Varadero ’70 de Cuba, vendiendo muchos discos, triunfando en toda Hispanoamérica y resistiendo los vaivenes de la industria a base de canciones bonitas pero alejadas de aquel sonido beat que facturaban en el Top Ten. Merece la pena, sin embargo, rescatar la espectacular “Mónica”, el bolero pop “Momentos” y también “Una vez juré”, un equilibrado ejemplo de asimilación folk-rock que suena gigante en las voces de nuestros ídolos.

La tragedia llegó en 1976, en forma de accidente de carretera, con la muerte de Poncho, la de José Luis Avellaneda (el nuevo integrante) y las duras secuelas que tuvo que sufrir Carlos Álvarez. Un final triste.

Resulta sencillo rastrear las huellas de este imprescindible conjunto gracias a la completa y apasionada biografía que Fernando Díaz de la Guardia editó hace unos años. En este libro colabora Popi, el hijo de Poncho, aportando información y documentación gráfica. Popi ha llegado a reactivar la banda, ocupando el puesto de Poncho y contando con miembros de la formación original. Es seguramente la mejor herencia que el grupo nos deja. Porque no hay nada más emocionante que ver a un hijo recuperar con orgullo y dedicación el legado de su padre.