Los Salvajes volvieron de Alemania con amplificadores nuevos, un sonido moderno y agresivo, menos kilos y muchísimo más pelo, pues en ocho meses no habían visitado al barbero ni una sola vez. Su actuación de regreso a la Ciudad Condal fue apoteósica, éxito absoluto en un teatro abarrotado de críticos y compañeros de profesión. Al terminar el recital, Roberto y Joselín Vercher se acercaron para felicitar al grupo. Ellos también eran músicos, y del barrio de Poble Sec. “Nos ha encantado el concierto y vuestro sonido es increíble, pero queremos pediros algo: tenéis que cortaros el pelo. En Barcelona sólo hay un grupo de melenudos. Nosotros. Los Cheyenes”.
A mediados de los años sesenta, el pelo largo en los hombres era tema de controversia en todo el mundo. En Inglaterra, un jovencísimo David Bowie aparece en televisión en 1964 como portavoz de la “Sociedad para la Prevención contra la Crueldad hacia los Hombres de Pelo Largo”, exigiendo más tolerancia y menos burlas. Meses más tarde, los Stones son llevados a juicio y multados por orinar en la calle, después de que el encargado de una gasolinera se negara a atenderles por llevar el pelo largo. Vámonos a Francia: el primer hit de Antoine ya señala en su primer verso: “Mi madre me dice: Antoine, córtate el pelo” mientras que un sobrepasado Johnny Hallyday le dedica una canción: “Cabellos largos, ideas cortas”. Mientras tanto, en Chicago, a los Standells se les niega el alojamiento previamente reservado hasta en tres hoteles a causa de sus melenas, algo habitual en restaurantes, albergues e incluso en Disneylandia. La polémica capilar provoca una campaña gubernamental que acapara las vallas publicitarias con el slogan “Embellece América, Córtate el Pelo”. Un tema candente. Hasta Pete Townshend valora bautizar a su grupo como “The Hair”, aunque al final se decide por “The Who”.
La longitud de la cabellera de Los Cheyenes (¡más de cuarenta centímetros!) fue un asunto recurrente, que también ellos alimentaron, a lo largo de toda su carrera: no he encontrado un solo artículo en el que no se haga referencia al tema. El grupo más melenudo de Europa era de Barcelona. Y grababa discos y tenía miles de fans. En la España de los años sesenta. Más de uno va a cortocircuitar.
Los Cheyenes comenzaron como tantas otras bandas catalanas, tocando temas de los Shadows, canción italiana, Beatles y algo de rock’n’roll. Actuando en verano en el club “Dos Palmeras” de Castelldefels, entran en contacto con unas chicas inglesas que les regalan discos de los Kinks, los Searchers y Dave Clark Five. El turismo es un gran invento, no cabe duda. Para entonces, la formación del grupo ya estaba asentada con Roberto a la voz y guitarra, su hermano Joselín al bajo, Jose María Garcés a la otra guitarra y Ramón Colom como batería. ¿El nombre? Parece ser que los cuatro eran grandes aficionados a los westerns, aunque hay quien dice que fue uno de sus progenitores el que, después de verles ensayar sin descanso, no pudo evitar comentar: “… ¡ya se cansarán de hacer el indio!”
En 1965, Barcelona era un hervidero de grupos. Los Cheyenes actúan sin parar en fiestas patronales y locales de moda como San Carlos Club o El Pinar. Su repertorio ya incluye temas compuestos por Roberto y Jose María, además de afiladas versiones de ruidoso beat británico. Pronto llega el ansiado contrato discográfico, aunque con una curiosa condición: RCA Víctor quiere al grupo pero han de grabar en su primer disco “Válgame la Macarena”, un tema de un compositor “de la casa”, escrito como remedo de “Flamenco”, el exitazo de Los Brincos. Nuestros héroes transforman esta melodía gitana en un trallazo áspero y sincopado, donde brilla la increíble voz de Roberto, rasposa y enérgica. Acompañado de una versión de los Kinks y dos canciones más aparece en un EP bajo el revelador título de “¡El Estallido!”. Ya tenemos a Los Cheyenes en la rampa de salida.
El primer incidente sucede en Palafrugell. Los lugareños interrumpen la sardana al ver bajar a Los Cheyenes de la furgoneta. Rompe el silencio el alcalde (que, por cierto, era calvo) cuando les dice que o se cortan el pelo o no tocan. “Pues no tocamos”. En un verano sin noticias, este suceso llena páginas en los periódicos locales y acrecienta su fama de rebeldes. Llega agosto y actúan en Disquiniela junto a The Moody Blues, Animals y Salvajes. Un sonido bestial, armonías vocales de lujo, temas propios y una imagen estridente. Los Cheyenes son un diamante en bruto para un mánager como Pedro Heredia, que los ficha al instante. Un segundo EP ve la luz a finales de año. Mucho mejor grabado e interpretado que su anterior trabajo, en el disco relucen los arpegios y punteos de guitarra y la batería suena mucho más convincente. La expresiva voz de Roberto Vercher planea sobre unas canciones potentes y arriesgadas. “Devuélveme el corazón” suena rabiosa e “internacional” mientras que “Y Olvídame”, versión del tema más contundente del repertorio de los Hollies, parece destinada al éxito.
“Grupo Más Extravagante del 65”, premio al “Conjunto Más Melenudo” de Radio Popular de Valencia… Heredia articula un sorprendente “club de fans”, con cuatro secretarias y cientos de socios que no paran de escribir a las revistas exigiendo más presencia de Los Cheyenes en sus páginas, llegando incluso a denunciar “Discriminación Capilar”. La banda viaja a Madrid y rubrica allí su momento de gloria, en una alucinada campaña de marketing, anunciada con el nombre de “Operación Dalida”. Los Cheyenes han decidido cortarse el pelo y citan a la prensa y a sus fans en las oficinas de la cadena SER. El público colapsa la Gran Vía, las fans se desmayan, cuatro peluqueros afilan sus tijeras, Joselín se escapa por las escaleras del edificio, negándose al rasurado… Todo un montaje publicitario de altura. Pero funciona, y revistas como Fonorama o Discóbolo apoyan a muerte a la banda, destacando su profesionalidad y simpatía. ¡Ah! Y al final el corte no llega a los dos centímetros.
En Madrid actúan en Paraninfo y en la sala Imperator con excelente acogida. También acuden a los estudios de RCA, que contaban con grabadora de cuatro pistas (¡todo un lujo!) y registran allí un nuevo single, en el que se pueden rastrear originales influencias de folk-rock americano al estilo de los Byrds. 1966 es el gran año de la banda, etapa de crecimiento artístico y de actuaciones sin fin por toda la península, visitando Zaragoza y Valencia y animando las noches de verano en Torremolinos. Pero aquello que les da la popularidad es también lo que les termina taponando el camino a la fama. El segundo incidente, el más determinante, tiene lugar en los Estudios Miramar, a donde habían acudido para estrenarse en televisión. Allí se produce un agrio desencuentro con el censor, que se empeña en que se corten el pelo para actuar ante las cámaras. Los Cheyenes se niegan con vehemencia y la trifulca termina en veto, con lo que la carrera comercial del grupo se resentirá enormemente.
Preocupado por los constantes problemas, dentro y fuera de los escenarios, que el asunto del cabello acarrea, Pedro Heredia organiza un recital para la Policía Nacional durante el cual consigue que un alto mando, enfervorizado por el ritmo “cheyene”, firme un salvoconducto al grupo para que, en adelante, puedan mostrarlo y evitar así altercados. Mientras tanto, el número de seguidores aumenta, crecen los rumores de un posible lanzamiento en Italia y hasta aparecen en el póster central de la popular revista Fans del mes de Septiembre.
Un nuevo EP sale al mercado, un disco que incluye la que para muchos es la mejor canción de Los Cheyenes. “No pierdas el tiempo” es un precioso ejercicio de “Sonido Liverpool” cantado en castellano; con un ritmo endiablado y un desarrollo armónico digno de los mejores conjuntos beat ingleses, supone la cumbre compositiva del dúo Vercher/Garcés. Y cuando parece cercana la consagración de Los Cheyenes, Roberto es llamado a filas. Servicio militar. A partir de ahí, el conjunto entra en barrena y ni los cambios de formación, ni las estancias en Ibiza, ni un último intento discográfico evitan lo inevitable. Pero nos quedan las canciones como testimonio de una banda que nació para ser “maldita” pero supo luchar contra su propio destino y dejar una huella imborrable. Benditos melenudos.