Pocas novedades políticas le faltan a España. El Congreso de los Diputados tiene hoy veintiún partidos con representación parlamentaria y pocos me parecen, que diría Almeida. Desde que Teruel existiera simplemente para darle la mayoría al gobierno de coalición, a nuestro legislativo le falta alegría, que viene a ser sentido común. Sin mencionar de más a las coaliciones canarias y demás estridencias regionalistas, los partidos políticos en España siguen sin acertar en la correcta representación de las verdaderas necesidades de los ciudadanos. En Holanda, sin embargo, las últimas elecciones han estado marcadas por un nuevo protagonista, no exento de peculiaridad: el Movimiento Campesino-Ciudadano (BBB).
Granjeros del mundo, uníos
Fundado allá por 2019, el Movimiento Campesino-Ciudadano reivindicó en Países Bajos la importancia del mundo agrario ante las medidas contrarias al campo del gobierno holandés. Pretendía éste limitar las emisiones de nitrógeno y los granjeros del país se unieron para algo tan sencillo como defender los intereses del campo. Los planes del primer ministro pasaban entonces por la exterminación de numerosas cabezas de ganado así como por la drástica reducción de emisiones contaminantes (un 50% para 2030). Y muchos se han negado.
Esta sindicación, liderada por Caroline van der Plas, ha obtenido sus mejores resultados en las últimas elecciones holandesas, celebradas el pasado 15 de marzo. Ha sido en el ámbito local y provincial, el cercano a los intereses de la gente llana, en el que han barrido a todos los demás partidos del sistema neerlandés, logrando hasta un 19,2% de los votos y poniendo a los granjeros como primera fuerza política del país. Ha sido allí, sí, pero también lo ha sido en las grandes capitales, donde la rivalidad política se ha mantenido con el movimiento verde, históricamente vinculado a la izquierda. La balanza se decantó finalmente por los conservadores, poseedores de la literalidad del término.
Van der Plas, líder de la formación agraria, pedía hace poco entrar en el gobierno de la nación: «No podéis ignorarnos durante más tiempo». Y en efecto, las elecciones holandesas no sólo han cambiado la representación local y regional, sino que han reconfigurado la composición del Senado. En éstas, los granjeros han llegado al poder, por encima de los cuatro partidos de centroderecha que conforman la coalición del gobierno. Claro que el Movimiento Campesino-Ciudadano ha ganado, en gran medida, por su fidelidad al campo que representa, así como por sus sencillas reivindicaciones. No en vano, Mark Rutte, primer ministro de Holanda, admitió que la amplia victoria de este movimiento agrario es «un grito muy claro a los políticos».
Es un grito, de hecho, que se escuchó con fuerza, puesto desde hacía décadas no se recordaba en los Países Bajos tanta participación electoral. Cerca de un 60% de los ciudadanos neerlandeses acudieron a las urnas. Si bien Caroline van der Plas acudió al Congreso subida en un tractor hace un par de años, cuando consiguió su escaño, algunos esperamos con alegría una invasión de fresadoras en las finas urbes holandesas. Algo así como lo que hizo el PSOE en el Parlamento de Andalucía pero con la legitimidad del pueblo. El Green Deal de la Unión Europea, que obliga a agricultores, granjeros y campesinos a producir contra sí, bien lo merece, claro.
Sin embargo, lo más fascinante de este movimiento es su antigua tradición. Las Grandes Guerras Mundiales dejaron ciudades abarrotadas con guetos paupérrimos. El campo quedó entonces abandonado pero pronto surgieron pequeñas asociaciones que tan sólo pretendían recuperar la vida rural. El fenómeno no es nuevo, decía, y hoy Europa revive, esta vez contra la excesiva burocratización del mundo campestre, una nueva tendencia agraria. No es sólo Holanda, sino también Finlandia, Noruega, Dinamarca o Islandia.
Precisamente en todos estos países encontramos hoy distintos partidos políticos (herederos de la defensa agraria y rural de la democracia cristiana) con una visión completamente campestre. Una visión que no tardará en extenderse por todo el continente europeo. Porque allí donde haya una regulación contra el mundo campestre y la vida rural, allí donde la Unión Europea meta sus pezuñas ecologistas, allí donde los decretos pesen más que las necesidades verdaderas de la gente, allí quedará un tractor dispuesto, un campesino valiente y un campo por cuidar. Esta tarea es necesaria. Es justa y necesaria.