Fue el pasado 8 de agosto cuando Oliver Anthony, un obrero estadounidense de treinta años, subía a YouTube un vídeo con su canción «Rich Men North of Richmond». Este joven de Farmville (Virginia), desconocido por todos hasta hace menos de dos semanas, poco tardó en acceder a la cima de la música mundial.
El vídeo se viralizó tanto en la plataforma de internet como en todas las redes sociales, y lo que comenzó como una apuesta modesta, hoy se ha convertido en el grito de protesta más viral de nuestros tiempos. Con más de 50 millones de reproducciones en todo el mundo, el canto de Oliver sigue resonando en la política estadounidense. Su melodía tiene aún mucho que decirnos.
UNA VUELTA A LO SENCILLO
La vida de Oliver es una desordenada sorpresa. Empecemos aclarando que ni siquiera se llama así. Aunque su nombre legal es Christopher Anthony Lunsford, este cantante folk ha querido reivindicar la herencia de su familia adoptando el nombre de su abuelo. No es esto, sin embargo, sólo un homenaje al auténtico Oliver Anthony, sino a todos los obreros de los Apalaches –esa cordillera de gente ruda y vidas sencillas– que durante años trabajaron duramente por los Estados Unidos. Su nombre es, por tanto, como su canción: una reivindicación de la vuelta a lo sencillo.
No en vano él vive en un rancho de Virginia, rodeado de sus perros, y donde hasta hace poco grababa algunas canciones con su propio móvil. Como canta en su canción, el hombre del nuevo mundo se ha complicado la vida. Oliver se la complicó con el alcohol y con una jornada laboral eterna, «para terminar cobrando una miseria». Hace pocas semanas manifestaba a la prensa su odio a internet: «Internet es un parásito que infecta la mente de los hombres». Por eso no negaré que su famoso tema esconde, como grito de esperanza, una denuncia de esta vida nuestra tan alejada de lo sencillo.
SU MELÓDICA DENUNCIA POLÍTICA
Esta nostalgia, sin embargo, no deja de ser esperanzadora. Algunos han tratado de apropiarse la denuncia de Oliver y él lo ha dejado claro: su grito es contra el «nuevo mundo», impuesto por el establishment de Washington –capital estadounidense situada al norte de Richmond. Oliver apoya con su música «a la gente sencilla». «Quiero defender las comunidades locales y eso no es de izquierdas ni de derechas», sentenciaba hace unos días.
La canción, que es sin quererlo himno del conservadurismo, critica la precariedad laboral (y sus jornadas agotadoras), la pobreza alimentaria, la idolatría del dinero (y su inflación asfixiante) e incluso el tráfico de menores, con una clara referencia a la isla de Epstein. De nuevo los ricos señores de Richmond, pobres ellos. Corona la melodía, sin embargo, su mención a Dios y la crítica velada a los falsos ídolos «que nos distraen y dividen».
UN ASCENSO METEÓRICO
Y sin él pretenderlo, el ascenso de Oliver Anthony ha sido meteórico. 37 millones de reproducciones después, «Rich Men North of Richmond» ha alcanzado la cima de Billbord, lista musical hegemónica en el país norteamericano. La balada de Oliver, su melódico compás folk a verso de nostalgia, se ha colocado en el escalafón de los grandes temas musicales. También la plataforma de Spotify la reconocía hace días como una de sus canciones en el Top 50 global.
Hoy, resacoso de todo el éxito obtenido, con la convicción de querer rescatar vidas perdidas y con la esperanza de recuperar nuestras «old souls», Oliver Anthony nos alienta frente a los pobres hombres de Richmond: «Yo no quiero tocar en estadios, no quiero ser una estrella. Escribí esta canción porque sufría de depresión. Ha conectado con millones de personas porque sin quererlo he cantado una verdad poderosa y profunda. No hay edición, no hay agente musical, no hay mierdas. Soy yo, un pobre idiota con su guitarra». Es ésta una canción que nos recuerda, hoy más que nunca, que los hombres de Richmond pueden tener el poder terrenal, pero nosotros poseemos la riqueza de las almas viejas.