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Los villancicos son el único género literario del que tenemos constancia de su fecha de creación y de que lo inauguraron los ángeles. Nacieron con aquel «Gloria a Dios en las alturas» que entonaron por el Niño que nació. Los pastores cogieron la idea al vuelo. En España hemos cantado villancicos desde los inicios de nuestra poesía, con Juan del Encina y Álvarez Gato, o incluso antes, con los villancicos medievales y anónimos. Continuaron en nuestro gran siglo de Oro con Luis de Góngora y con Lope de Vega, que los escribió inolvidables: «Reyes que venís por ellas/ no busquéis estrellas ya,/ porque donde el Sol está/ ya no lucen las estrellas».

Llegaron hasta ayer mismo con Eugenio d’Ors («Cuídate de ser Mago/ si no eres pastor») y Gerardo Diego, José Luis Tejada y tantos más. Muchos de estos villancicos antiguos y modernos fueron recogidos en una antología titulada Hoy son flores y rosas (El Monte, 1995) al cuidado de Antonio Cáceres. Ilustrada por el gran Ramón Gaya, ese volumen es hoy un objeto de culto para coleccionistas. Todavía puede encontrarse —aguja en un pajar— en algunas librerías de viejo. Pablo García Baena, Alfonso Canales y Aquilino Duque publicaron cada uno su propio libro íntegramente dedicado a la Navidad.

Numerosos poetas actuales mantienen viva la tradición. No se conforman con el «fun, fun, fun» y el «arre, arre, arre», que están fenomenal, pero que no tienen por qué copar el repertorio. Escriben uno cada Navidad, generalmente en verso menor y tono juguetón, y con él felicitan a sus amigos en un christmas que también dibujan o diseñan ellos o sus hijos o sobrinos. José Manuel Benítez Ariza, Inmaculada Moreno, Víctor Herrero, Ángel Mendoza o José Mateos no fallan un año. Se trata de una costumbre privada, pero que ha dado versos tan bonitos que merecieron recogerse en un libro de 2013, titulado Navidades modernas. Antología del Villancico Actual, editado en Jerez de la Frontera.

Dentro de esa tradición tan antigua como viva, tiene un papel estelar Luis Rosales. «Todos los años he cumplido esta cita conmigo mismo y con los míos y he escrito villancicos como si los cantara» escribió en el prólogo del libro en el que los recogió: Retablo sacro del Nacimiento del Señor. Se editó en 1940 y se reeditó en 1964 en edición ampliada y preciosa, con las ilustraciones que el pintor Pepe Escassi hacía para sus felicitaciones.

Es un libro especialmente logrado. Primero, por la perseverancia en la tradición que demuestra. Su amor a la Navidad estaba profundamente arraigado en su religiosidad y en sus memorias de la infancia: «Y yo, alelado, me pasaba las horas muertas ante el nacimiento, me pasaba las horas muertas aprendiendo a nacer. Mientras esta impresión no se me borre seguiré siendo niño». En segundo lugar, Retablo sacro sorprende por la ambición de muchas composiciones, donde abundan los sonetos o los romances largos, frente a los apuntes breves y festivos que suelen ser más corrientes. Algunos breves deliciosos también reúne, como éste, que es de mis preferidos:

LO DE SIEMPRE

No se daba cuenta;

iba de uno en otro

protestando: —¡Bueno!

¿Pero es esto todo?—

Vivir para verlo.

—¡Bobo!

Por todas estas razones, no ha de extrañarnos que el poeta y músico Santiago Gómez Valverde haya puesto música a una antología de villancicos rosalianos. Ya vimos que el propio poeta los escribía imaginándolos cantados. Se le ha cumplido el sueño. Con la colaboración de las voces exquisitas de Ana Corbel, Laura Granados, Paco Ortega o Isabel Montero, Gómez Valverde lo borda.

Oyendo las versiones, que yo había leído y hasta estudiado tanto y desde tan antiguo, parece que estaban esperando a encarnarse cada una en su canción. La de la falta de fe, por ejemplo, te la devuelve: en la estrella, en la poesía, en la capacidad del flamenco para hacerse con la literatura más alta.

Un acierto del disco es que no se atiene a un solo estilo musical. A veces es deliciosamente —jazz– atrevido. A fin de cuentas, tampoco Luis Rosales escribió un libro formalmente monótono: había sonetos, romances, apuntes, cuartetas, apuntes breves, etc. Si la forma de los poemas se adecuaba al tono y al tema propuestos, la música no va a la zaga. El estremecedor diálogo «Entre Dios Padre y el Ángel de la Guarda del Niño» mantiene su emoción en este corrido. Esta canción que toca el tema de la falta de fe, nada menos, delante del Niño, con forma entre guajira, habanera y bolero resulta redondo. Es villancico, es música, es oración y es temblor. Todo el disco es extraordinario. ¿Cómo dejar fuera este poema mariano? ¿Y éste de ángeles y pastores? No puedo terminar sin éste, tan villancico puro, tan nana mariana, tan oración purísima.

Manuel Machado dijo, con muchísima gracia y bastante razón, que la gloria del poeta llega cuando el pueblo canta sus coplas y dice que no las ha escrito nadie. Ese anonimato que regala eternidad compensa la pérdida de la fama. No discutiré yo con don Manuel, pero permítanme poner el acento más en el canto que en el anonimato. La gloria es que los poemas merezcan esa música con la que los versos soñaron entrelíneas. Este disco supone un humilde homenaje a la Navidad y un perfecto reconocimiento a Rosales. Detrás de cada tronco, camina un ángel.