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Se ha estrenado hace unos días la película Madre no hay más que una que, aunque tiene como protagonista la maternidad, no está dirigida a madres sino a todos, porque todos somos hijos. Una película que tiene un resumen muy obvio: el amor incondicional. Un amor que, como se refleja en pantalla, tiene diferentes estilos, formas muy distintas de encarnarlo y que, sin embargo, en todas entra el cariño, la indulgencia, la paciencia, la aceptación, la confianza y la búsqueda por priorizar lo importante.

Dirigida por Jesús García, codirector de Medjugorje (más de 200.000 espectadores en todo el mundo), esta película nos abre las puertas a la historia de seis madres de familia numerosa que cuentan de una forma muy personal y cercana qué ha supuesto y qué supone para ellas ser madre. Este proyecto se inició en enero de 2021 y los dos años de trabajo se ven de sobra reflejados en la calidad del montaje, el ritmo que tiene, la forma de intercalar entrevistas.

Sin duda, el hecho de llevar al cine una película sobre el valor y la belleza de la maternidad, tan denostada hoy, es un gesto contracultural; estas madres (como otras muchas) desafían la mentalidad individualista a la que tiende occidente sencillamente por ser lo que son, madres. No se puede pasar por alto que España atraviesa la mayor crisis de natalidad en nuestro país. Según los últimos datos del INE nacen en España menos de novecientos bebés al día, con una tasa de fecundidad de 1,3 hijos por mujer, superada únicamente por Corea del Sur, China o Malta.

María, Isa, Olatz, Beatriz, Blanca y Ana (de edades entre treinta y dos y cuarenta y seis años) son madres, mujeres trabajadoras y están convencidas de que sus hijos son el mayor regalo, a pesar de las partes negativas que, como todo, también hay. Nadie niega que se duerma poco, no abunden los viajes ni restaurantes, que se transforme (algunos usarán «estropee») el cuerpo, que cueste mucho dinero, que haya sufrimiento. En la película nos llegan episodios que han tenido que vivir los protagonistas muy duros (abortos espontáneos repetidos, varias enfermedades de bebés recién llegados, embarazos y partos de riesgo…) y que, no obstante, no los cuentan con regusto a tragedia, sino que sacan a relucir el bien mayor que había detrás de cada prueba.  

Todas coinciden al afirmar que ser madres les ha dado plenitud vital y que les ha enseñado a poner perspectiva, a no agobiarse por no llegar a todo, al revés, han aprendido a priorizar lo esencial y relajarse en lo que no es. De una manera u otra, todas han ido descubriendo que hay muchas cosas que se escapan de su control, que no se trata de ser las mamás perfectas, que es imposible evitar lo desagradable del mundo a los hijos, pero que sí pueden transmitirles ese amor incondicional y que acoge. «La sociedad se cree que ser madre es un derecho y podemos apropiarnos ese derecho. Yo empiezo a vivir esa maternidad como un don, como un regalo. No son míos, son de Dios, yo los tengo en préstamo» dice Olatz en la película.

Además de poner sobre la mesa el tema de estar abiertos a la vida de un hijo, desde GospaArts explican que «con esta película queríamos presentar a la figura de la Virgen María y su maternidad a todos esos hijos suyos que no la conocen, pero para ello no nos servimos de la teología, sino del testimonio de un grupo de mujeres y madres. Ellas explican qué es ser madre primero, y qué es ser hija después, y todas ellas tienen en común su amor por María». Comparten ese amor hacia la Virgen y el deseo de aprender de ella a acoger, a salirse del plan y, sobre todo, como dice una de ellas en la película «imitar a María en transmitirles ‘haced lo que Él os diga’».