En el Sport Arena de Los Ángeles un tipo corre hacia el teléfono. Con traje azul, quizás gris, las fotografías del momento no permiten distinguirlo, dicta una crónica apresurada mientras los espectadores abandonan el recinto. Pelo negro y rizado, plateándole en las sienes, bigotito fino, con toda la cara de un pésimo actor mexicano, como lo describió con su gracejo gaditano el enorme Fernando Quiñones, Manolo Alcántara, poeta malagueño, comienza su texto para Marca proclamando campeón a Pedro Carrasco, al que los árbitros han arrebatado la victoria injustamente.
El “hombre más robado de nuestro boxeo le ha dado una soberana paliza” a Mando Ramos que, sin embargo, y entre las protestas del respetable, recupera el cetro mundial que el boxeador español le había arrebatado unos meses antes en Madrid. Entonces, tras el combate en el Palacio de los Deportes, Alcántara comenzó su crónica con un orteguiano “no es esto, no es esto”, reconociendo que, a pesar del patriotismo debido, no podía dejar de plasmar en negro sobre blanco como el chicano mereció en aquel momento el cinturón que ahora le acreditaba como campeón mundial de los pesos ligeros. El New York Times, en su sección deportiva, citó su texto: «Los héroes -y Pedro Carrasco lo es- no necesitan limosnas. Aunque el donativo sea de muchos millones».
Periodista curtido en torno a un ring
Los jueces, que no Ramos, derrotaron al onubense en Los Ángeles, pero a la historia le quedaba un nuevo asalto, de nuevo en Madrid, que caería definitivamente del lado del estadounidense. Medio siglo se cumple de estos combates, una trilogía épica que paralizó a todo el país, uno de los episodios más vibrantes de la edad dorada del boxeo español, del que Alcántara fue su mejor cronista entre 1967 y 1978. Durante esos años, narró los combates de Legrá, Urtain, Carrasco o Perico Fernández, visitó el Madison Square Garden de Nueva York o el Olympia de París y vio a Muhammad Ali sufrir ante Evangelista en el Capital Centre de Landover, en Maryland.
Manolo Alcántara, que ya era un poeta y articulista reputado, hizo también durante estos años de reportero. Salido del mejor cine negro, remachado con la bonhomía de un epicúreo andaluz que soñaba con gaviotas y jazmines, vibraba con la épica de un deporte que comenzó a amar desde niño, pero del que nunca obvió su parte más oscura. Dejó de hacer crónicas boxísticas cuando la muerte alcanzó en el ring al joven Rubio Melero, aunque no dejó de seguir y amar esta disciplina, hoy arrinconada por la corrección política.
Un periodismo perdido, de canallas talentosos que golpeaban las máquinas de escribir como el que pica piedra, en redacciones en las que, como en la guerra, había que agazaparse entre el tecleteo de las olivettis, ametralladoras de palabras cuyo sonido agujereaba el humo espeso del tabaco. Noches eternas aliñadas con el whisky del cajón del escritorio, que engrasaba la maquinaria inventiva dando lustre a los textos que al día siguiente envolverían el pescado fresco.
El Norman Mailer español
Uno, que no sabe que es un uppercut, ni un crochet, admiraba al Alcántara poeta, al articulista, decano y hermano mayor de la Santa Cofradía de la Columna (Camacho dixit), pero el gusanillo de la lona se lo debe a estas crónicas, recogidas y comentadas brillantemente por Teodoro León Gross y Agustín Rivera en La edad de oro del boxeo. 15 asaltos de leyenda (Libros del KO, 2014) que cuenta, además, con una amplia entrevista al maestro y con un epílogo maravilloso de José Luis Garci, que repasa la historia de una amistad cincelada entre charlas y dry martinis, ese “cuchillo disuelto” que tanto gustaba a don Manuel.
La efeméride del combate es una excusa maravillosa para reivindicar lo que es pura Literatura, lo que para Rivera, autor de una tesis doctoral sobre estas crónicas, es el mejor exponente del nuevo periodismo estadounidense en España, “el Norman Mailer español de la Ring Side Fila 2, donde le gustaba ver los combates, nombre también de su sección de artículos de boxeo en Marca”.
El otro protagonista de esta historia, Pedro Carrasco, luchó, y ganó, dos combates más tras los épicos encuentros con Ramos. Se retiró tras 111 combates, de los cuales solo perdió tres. El español con más victorias consecutivas, que peleó por 7 títulos de Europa y tres del Mundo, alzándose con dos cinturones europeos y uno mundial, es el único español en el Salón de la Fama del Consejo Mundial de Boxeo. En España, país por el que se partió literalmente la cara, solo lo recuerda la prensa rosa.